Un artículo de Graciela Zarebski,
Vicedecana de la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y Empresariales de la Universidad Maimónides (Buenos Aires)
A través de diversas experiencias en ámbitos gerontológicos, tanto de Atención Primaria como de residencia permanente, hemos podido investigar, a nivel de la subjetividad, el aspecto emocional que acompaña al suceso de una caída, el cual llega a constituirse en un verdadero acontecimiento -turning point- en el curso de la vida de una persona, por las consecuencias, repercusiones o verdadero derrumbe, que siguieron a esa caída.
Con el paso de los años, en abordajes preventivos y asistenciales y en localidades y contextos diversos de Latinoamérica, se pusieron en evidencia historias de vida que nos iban mostrando las caídas frecuentes en la vejez en el marco de rasgos de personalidad y circunstancias vitales muy característicos.
Es así como, junto con colegas formados y en formación en Psicogerontología, indagamos en esas variables que acompañaban una caída o una sucesión de ellas en el proceso de envecimiento de más de 390 personas investigadas, a través de entrevistas en profundidad e historias de vida.
Sabemos de la importancia que tiene este tema, por la frecuencia con que se presenta en las personas mayores (PM), lo cual dio lugar a diversas investigaciones a nivel internacional, que demuestran factores biológicos y ambientales que las condicionan.
Sin embargo, tratándose de un tema complejo –como todo lo que sucede en el curso de la vida de una persona– respecto a los aspectos que hacen a la subjetividad en juego –circunstancias emocionales y vinculare – sólo incluyen como factores predisponentes a la depresión, al miedo a caer y/o al deterioro cognitivo.
A modo de ejemplo, un estudio arrojó que la depresión parece aumentar el riesgo de caídas en las personas mayores (Casahuaman-Orellana, Runzer-Colmenares, & Parodi, 2019). Obtienen que los adultos mayores con sintomatología depresiva tienen 1,62 veces más posibilidades de presentar caídas que las personas que no presentaron depresión.
Respecto al miedo a caer, uno de los síntomas del síndrome post-caída, se lo considera asociado con problemas de equilibrio, ansiedad, depresión y debilidad. Diferentes investigadores han encontrado que el miedo a caer muy probablemente aumente el riesgo de una persona mayor de tener una caída. De modo que el miedo de caer no sería solo resultado de caídas previas, sino también un factor de riesgo de nuevas caídas, lo cual crea un círculo vicioso entre las caídas y el miedo de caer. (Molés, Lavedán Santamaría, & Maciá Soler, 2017). En cuanto al factor de deterioro cognitivo, varias investigaciones lo demuestran entre los factores de riesgo. (Da Silva Gama, Gómez-Conesa 2008).
Veremos que no alcanza con evaluar si hay presencia de deterioro cognitivo, miedo de caer y/o depresión. Estos factores no alcanzan a dar cuenta de las circunstancias emocionales que pueden predisponer a caídas frecuentes y muchas veces invalidantes. Puede haber otras causas, malestares o conflictivas vinculadas al proceso de envejecer, que son previas y favorecedoras del desencadenamiento, tanto de estas patologías, como de caídas.
Se pone en juego cómo estamos posicionados frente a los cambios y límites que nos pone en evidencia el curso de la vida. Al enfrentarse a las limitaciones, algunos se aferran a una completud ficticia, ideal, e insostenible. Si concebimos desde edades jóvenes al envejecer como una línea de bajada en la vida, esta representación anticipada irá diseñando a partir de ahí la profecía que se autocumplirá (Zarebski, 2005, 2008, 2011, 2015).
Investigaciones recientes confirman la importancia que adquiere la posición anticipada que se adquiere frente al proceso de envejecimiento y su incidencia en el desenlace en la vejez, y sostienen que la autopercepción del envejecimiento podría ser un factor de resiliencia modificable que influye en la salud física y mental en la edad avanzada (Witzel, Turner & Hooker 2021) concluyendo incluso que tener una perspectiva positiva sobre el envejecimiento propio podría ayudar a evitar la demencia en la vejez. El vínculo protector se observó incluso en las personas que portaban la variante ε4 del gen APOE, que aumenta el riesgo de demencia (Levy, Slade, Pietrzak & Ferrucci, 2018).
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