Un artículo de Guillermina Moreno, Medical Manager de Nutrición Enteral en Fresenius Kabi España
El deterioro cognitivo severo es el declive de las funciones cerebrales que afecta a procesos mentales tan esenciales como pensar, recordar, aprender o razonar. Normalmente estas alteraciones aparecen durante el envejecimiento y, en muchos casos, son consecuencia de enfermedades cognitivas como Alzheimer, Parkinson o distintos tipos de demencias.
Una de las secuelas más frecuentes del deterioro cognitivo, y de la que se habla poco pese a su elevada prevalencia y su gran impacto en la salud y la calidad de vida de los pacientes ancianos que la sufren, es la disfagia. Es decir, la dificultad para tragar, tanto alimentos sólidos como líquidos.
Las complicaciones de la deglución impiden que los líquidos y alimentos se desplacen con normalidad desde la garganta hacia el estómago, haciendo que la ingesta por vía oral sea insuficiente, lo que lleva a estados severos de desnutrición y deshidratación.
Se tiende a pensar que tragar es un proceso simple, pero en realidad es un procedimiento más complejo de lo que creemos. Para que la deglución se produzca con normalidad, el cerebro debe coordinar de forma inconsciente la actividad de numerosos músculos de la garganta y el esófago, y eso no ocurre cuando el paciente presenta problemas cognitivos porque es incapaz de expresar su dificultad.
La consecuencia final de todos estos impedimentos en las comidas es un empeoramiento sustancial del estado nutricional del convaleciente, y, por extensión, de su calidad de vida.
Es de vital importancia detectar la existencia de la disfagia y poder prevenir sus complicaciones para el mantenimiento del estado nutricional de los enfermos. En este sentido, una temprana intervención nutricional es esencial para paliar el avance de las enfermedades asociadas porque previene la desnutrición, sus complicaciones y disminuye el peligro de muerte.
De hecho, las modificaciones nutricionales son una parte clave de las estrategias de rehabilitación de la deglución para permitir, en la medida de lo posible, la restitución de la alimentación normal sin riesgos.
Sin embargo, en ocasiones las consecuencias de la disfagia imposibilitan el restablecimiento de la alimentación convencional, con el consiguiente alargamiento de la estancia en el hospital y de los costes que esta situación conlleva tanto para el paciente como para el sistema sanitario. En estos casos, se hace imprescindible apostar por tratamientos que eviten la desnutrición del paciente y, a su vez, también beneficien a los centros hospitalarios, como pueden ser la nutrición parenteral y enteral domiciliaria.
Este tipo de nutrición representa una alternativa para muchos pacientes de edad avanzada que presentan incapacidad de ingerir alimentos con normalidad a causa de su situación clínica. El avance en las fórmulas, métodos y vías de administración las han convertido en técnicas sencillas y útiles para tratar situaciones graves de disfagia que dificultan el aporte de nutrientes.
En los últimos años, algunos hospitales, en colaboración con laboratorios farmacéuticos, han desarrollado programas eficaces de nutrición parenteral y enteral que reducen los costes de hospitalización y mejoran notablemente la calidad de vida del enfermo geriátrico, al poder compatibilizar el soporte nutricional con la mayoría de las actividades de su día a día.
De hecho, estas técnicas permiten al enfermo permanecer en su entorno sociofamiliar, con garantías de seguridad y eficacia, al haber detrás un equipo especializado compuesto por médico, enfermera, nutricionista y farmacéutico, que programan el tratamiento y hacen un seguimiento de la evolución del paciente, contribuyendo así a su bienestar emocional.