Un artículo Julia Abad Azcutia,
estudiante en prácticas del Grado de Psicología de la Universidad Rey Juan Carlos
Supervisado por Carlota Sáenz de Urturi Gómez-Centurión (M-31299), neuropsicóloga Cognitiva Unidad de Memoria Chamartín
Las terapias no farmacológicas (TNF) se refieren a intervenciones que pretenden mejorar la calidad de vida y el bienestar de las personas, tanto sanas como enfermas, a través de fórmulas no químicas.
Un ejemplo de terapia no farmacológica es la estimulación cognitiva, la cual emplea técnicas y estrategias con el objetivo de optimizar la eficacia del funcionamiento de las distintas capacidades y funciones cognitivas (percepción, atención, razonamiento, abstracción, memoria, lenguaje, procesos de orientación y praxias) mediante una serie de actividades concretas.
Esta intervención trabaja con las capacidades que aún se conservan en el adulto mayor y no las que ha perdido, evitando la frustración en el adulto y contribuyendo a una mejora general del estado de ánimo y autoestima tanto del individuo como de sus familiares (Ginarte-Arias, 2002; Herrera-Rivero et al., 2010).
Aunque esta técnica no puede revertir o detener por completo el deterioro cognitivo, tiene la capacidad de mantener y mejorar las habilidades cognitivas, ralentizar la progresión del deterioro y estabilizar el estado funcional de las personas con envejecimiento fisiológico, deterioro cognitivo leve o demencia de leve a moderada, proporcionando una alternativa efectiva y segura a los tratamientos puramente farmacológicos (Otero-Lopez et al., 2006). La estimulación cognitiva se relaciona estrechamente con un concepto que ha ido adquiriendo importante relevancia en los últimos años, la reserva.
La reserva es la capacidad del cerebro para afrontar los cambios cerebrales producidos por el envejecimiento normal o por un proceso neuropatológico, que contribuye a disminuir sus manifestaciones clínicas y el impacto que estas puedan tener en el deterioro en las funciones cognitivas (Ripoll et al., 2014). La conceptualización de la reserva ha ido cambiando través del tiempo.
Mientras que los primeros planteamientos explicaban la reserva como una característica estática asociada al potencial anatómico del cerebro (medidas cuantitativas como el volumen cerebral), posteriormente ha sido entendida desde una perspectiva más global y dinámica, destacando su naturaleza maleable. Esto plantea una pregunta crucial: ¿cuáles son las variables que permiten adquirir o mejorar esta reserva cognitiva a lo largo de la vida de los individuos?
- Educación: haber recibido un nivel de educación superior o universitario se ha identificado como un factor de protección contra las pérdidas cognitivas asociadas a la edad, mientras que niveles bajos de educación se han vinculado como factores de riesgo en enfermedades como el Alzheimer u otras demencias (Kolb et al., 2010). Es fundamental destacar la relación entre el nivel educativo y el perfil socioecónomico. Por esta razón es esencial encontrar actividades accesibles a toda la población, como el entrenamiento cognitivo a través de actividades mentales, de cara a contrarrestar estos riesgos.
- Actividades cognitivas y de ocio: otra pauta de actuación que podemos realizar en el presente para retrasar las manifestaciones cognitivo-conductuales del deterioro cognitivo se relaciona con la participación en actividades de ocio, tanto individuales como en grupo, y cognitivamente estimulantes como leer, escribir, tocar un instrumento o aprender un nuevo idioma (González López, 2018). La participación en actividades de carácter intelectual tiene un efecto positivo en el mantenimiento del funcionamiento cognitivo y en la promoción de la longevidad.
- Actividad física: la práctica de ejercicio físico también tiene un papel protector, estimulando la neurogénesis y aumentando la resistencia a la muerte celular, lo que previene y retrasa el deterioro cognitivo y la demencia.
A través de diferentes trabajos que utilizan técnicas de neuroimagen funcional podemos ver como en función de la reserva cognitiva se produce una reorganización de las redes cerebrales de manera progresiva desde la juventud hasta el envejecimiento. (Ripoll et al., 2014).
En la imagen anterior podemos ver un contraste de la actividad cerebral en un cerebro sano frente a un cerebro de un paciente con Alzheimer. Estas imágenes, obtenidas mediante resonancia magnética funcional, utilizan el indicador BOLD, que mide cambios en la actividad cerebral asociados al consumo de hemoglobina por parte del cerebro. Es evidente que existe un patrón distintivo en los pacientes en comparación con las personas sanas.
En las personas sanas (gráfico A) se observa una relación inversa y negativa entre la señal BOLD y la reserva cognitiva. En otras palabras, cuanto menor es la reserva cognitiva, mayor es la señal BOLD. Esto se debe a que las personas con una baja reserva cognitiva necesitan realizar un mayor esfuerzo para llevar a cabo tareas de memoria (son menos eficientes), lo que se traduce en una mayor actividad cerebral.
Por otro lado, en los pacientes con Alzheimer, se presenta una relación directa y positiva entre la señal BOLD, es decir, cuanto menor es la reserva cognitiva, menor es la señal BOLD. Esta observación se explica por la capacidad plástica del cerebro.
Cuando un paciente con deterioro cognitivo cuenta con una mayor reserva cognitiva, puede compensar más fácilmente las funciones que empiezan a dañarse mediante mecanismos de compensación. Esto se traduce en una mayor activación, y por tanto una señal BOLD más alta, en las áreas donde se está llevando a cabo esa estrategia de compensación.
Teniendo en cuenta todo lo mencionado anteriormente, podemos ver como la estimulación cognitiva y el entrenamiento mental tienen un impacto profundamente positivo sobre el desarrollo y la formación de la reserva cognitiva.
Este tipo de terapias no farmacológicas desempeñan un papel fundamental en la preparación del cerebro de cara a afrontar de manera más efectiva las dificultades que surgen con las pérdidas de memoria asociadas a la edad u otras enfermedades.
Como hemos podido observar a partir de las evidencias neurobiológicas presentadas, estas actividades incrementan la flexibilidad adaptativa y la compensación, proporcionado diferentes vías para ejecutar los mismos procesos cognitivos.
Además, al conocer otras variables que también influyen positivamente en la reserva cognitiva, podemos orientarnos hacia la promoción de un envejecimiento más activo y saludable.
Referencias:
- Ginarte-Arias, Y. (2002). Rehabilitación cognitiva. Aspectos teóricos y metodológicos. Revista de neurología, 34 (9), 870-876.
- González López, S. R. (2018). Reserva cognitiva como factor protector de la sintomatología afectiva en personas mayores con deterioro cognitivo leve.
- Herrera-Rivero, M., Hernández-Aguilar, M.E., Manzo, J., y Aranda-Abreu, G.E. (2010). Enfermedad de Alzheimer: Inmunidad y diagnóstico. Revista de neurología, 51(3), 153-164.
- Kolb, B., Mohamed, A., y Gibb, R. (2010). La búsqueda de los factores que subyacen a la plasticidad cerebral en los cerebros normal y en el dañado. Revista de Trastornos de la Comunicación, 10, 1016-27.
- Otero-López, M. J., Alonso-Hernández, P., Maderuelo-Fernández, J. Á., Garrido-Corro, B., Domínguez-Gil, A., y Sánchez-Rodríguez, Á. (2006). Acontecimientos adversos prevenibles causados por medicamentos en pacientes hospitalizados. Medicina clínica, 126(3), 81-87.
- Ripoll, D. R., Adrover-Roig, D., y Rodríguez, M. P. A. (2014). Neurociencia cognitiva. Editorial médica panamericana.