Un artículo de Laura Tauste Martínez, responsable higiénico-sanitaria
e Iris Itzel López Soto, doctora, de la residencia y centro de día Falguera Fundació Vallparadís
Los síndromes geriátricos se utilizan para referirse a un conjunto de cuadros, originados por la conjunción de una serie de enfermedades que alcanzan una enorme prevalencia en el anciano, y que son frecuente origen de incapacidad funcional o social.
Según la OMS en el 2015, un anciano tendrá mejor o peor salud según su nivel de funcionalidad o dependencia. Los grandes síndromes geriátricos, también conocidos como los 4 gigantes de la Geriatría, incluyen:
- Inmovilidad, imposibilidad generalmente involuntaria, en la capacidad de transferencia y/o desplazamiento de una persona a causa de problemas físicos, funcionales o psicosociales.
- Inestabilidad-caídas, es la precipitación repentina al suelo, que se produce de forma involuntaria, y que puede acompañarse o no, de pérdida de conciencia.
- Incontinencia, pérdida involuntaria de orina y/o heces, que es objetivamente demostrable.
- Deterioro cognitivo, pérdida o reducción, temporal o permanente, de varias funciones mentales superiores, en personas que las conservaban intactas previamente. Esta definición incluye cuadros muy definidos como el síndrome confusional agudo (secundario a infecciones, anemia, patología que afecta a cualquier sistema, ingresos hospitalarios, cambio de domicilio, etc.), o como la demencia de diferentes causas (enfermedad de Alzheimer, etiología vascular, formas mixtas, enfermedad por cuerpos de Lewy, etc.).
Todos ellos comparten las siguientes características, una incidencia y una prevalencia elevadas entre la población mayor de 65 años, pero aumentan aún más si se consideran determinados grupos, como son los mayores de 80 años, las personas hospitalizadas o los residentes en instituciones. Tras su aparición, todos ellos originan un importante deterioro en la calidad de vida de las personas que los padecen, y a menudo, generan o incrementan la dependencia de otras personas, produciéndose un aumento de las necesidades de asistencia sanitaria y de apoyo social, que de no ser cubiertas favorecen el aislamiento social y la institucionalización del anciano.
En muchos casos, su aparición es prevenible y si se diagnostican adecuadamente son susceptibles de tratamiento práctico siempre. Su abordaje diagnóstico y terapéutico requiere valoración integral, abordaje interdisciplinario y correcto uso de los niveles asistenciales.
Los factores de riesgo que pueden ocasionar la aparición de estos síndromes geriátricos son el proceso natural del envejecimiento y fragilidad, la cual se define como el riesgo de deteriorar el estado basal ante la aparición de un evento adverso.
Algunos criterios para definir que existe fragilidad pueden ser la baja actividad física, la mala tolerancia al esfuerzo (fatiga), baja velocidad de la marcha (lentitud), baja fuerza de prensión (debilidad), pérdida de peso no intencionada, sarcopenia, pérdida de masa muscular y aumento tejido adiposo, que pueden llegar a producir diversos síndromes geriátricos.
También pueden ser ocasionados por enfermedades osteoarticulares, cardiovasculares, neuropsiquiátricas, anemia, demencia de diferentes causas (enfermedad de Alzheimer, etiología vascular, formas mixtas, enfermedad por cuerpos de Lewy, etc.), alteraciones sensoriales (visión y/o audición), causas extrínsecas (obstáculos físicos, calzado, domicilio, escaleras, etc.) y efectos secundarios de ciertos fármacos. Por ello, la polifarmacia, que es el empleo de más de 3 o más fármacos al día, es una circunstancia a tener en cuenta para evitar iatrogenia (daño no deseado que repercute en la salud), que genera ingresos hospitalarios y cambio del entorno de la persona.
Los síndromes pueden desarrollar complicaciones como rigidez articular, contracturas, debilidad muscular, retención e incontinencia urinaria, estreñimiento, ulceras por presión, las cuales se producen cuando la piel está expuesta a una presión elevada y prolongada, trombosis venosa y arterial, infecciones, osteoporosis, deshidratación, hipotermia, síndrome confusional, desnutrición, depresión o pérdida de autoestima, inestabilidad y caídas, aislamiento social, dependencia, institucionalización, y elevado consumo de recursos sociosanitarios.
Para poder disminuir o evitar los factores de riesgo, el mejor tratamiento es la prevención, utilizando como herramienta el modelo de “atención centrada en la persona”, entendiendo que cada persona es única, con preferencias, expectativas, deseos y necesidades distintas.
Así pues, es imprescindible conocer toda esta información como principal referente de los planes de atención individualizados. Todo ello, dentro de un entorno en el que la persona opina y elige, sea cual sea su estado cognitivo o emocional, asumiendo como punto de partida el reconocimiento de la dignidad de la persona.
Para ello es importante elaborar acciones adaptadas a cada persona, entre ellas:
- Fisioterapia personalizada según las necesidades y preferencias de la persona.
- Control de esfínteres por parte del equipo médico y enfermería, supervisando el ritmo deposicional de cada usuario/a. Adaptar y adecuar la dieta, así como el tratamiento farmacológico para evitar el estreñimiento entre otras complicaciones.
- Trazar un plan de curas personalizado para cada persona según sus necesidades y preferencias. (movilidad, eliminación, aseo, alimentación, cambios posturales…).
- Minimizar el riesgo de depresión, aislamiento social y dependencia, mediante la cohesión de todo el equipo multidisciplinar, así como la cooperación entre los distintos recursos sanitarios (atención primaria, socio sanitarios, hospitales etc.).
- Elaboración de protocolos asistenciales internos, caídas, plan de medicación, prevención y tratamiento de ulceras entre otros.
- Formación de un equipo multidisciplinar para la detección de las personas con alto riesgo de caídas y poder minimizar los riesgos, evaluando los factores de riesgo y las causas, extrínsecas (entorno, calzado, ayudas técnicas, obstáculos etc.) e intrínsecas (deterioro cognitivo, enfermedad, polimedicación…), realizando revisión de tratamiento farmacológico según su patología y estado general.
Por otro lado, se ha podido observar que uno o varios síndromes pueden derivar a otros, siendo entre ellos, factores de riesgo y/o consecuencias.
En conclusión, como ya se ha mencionado anteriormente, el mejor tratamiento para minimizar la aparición de los síndromes geriátricos es la prevención. Por ello, es muy importante crear un correcto plan personalizado y único para cada persona.
Desafortunadamente, en el sistema sanitario se diagnostica de forma muy escasa a pesar de su relación con la morbimortalidad en las personas mayores, por ello, existe una necesidad de promover acciones para incrementar el cribado, prevención e intervención, con el objetivo de disminuir muertes evitables en personas mayores.