Un artículo de Pilar Pérez Martínez, estudiante en prácticas del Máster de Psicología General Sanitaria en la Universidad de Villanueva.
Supervisado por Carlota Sáenz de Urturi Gómez-Centurión (M-31299). Directora y neuropsicóloga de Cognitiva Chamberí.
El término enfermedades neurodegenerativas engloba un amplio grupo de patologías que cursan con una disfunción progresiva del sistema nervioso y tienen carácter crónico. Dicha disfunción implica una serie de cambios a nivel neuronal que provocan un funcionamiento anormal de las células cuyo fin es la muerte cerebral.
A medida que las neuronas se deterioran, comienzan a aparecer síntomas leves como pueden ser los problemas de coordinación o anomia. Según avanzan las enfermedades neurodegenerativas, los pacientes pueden llegar a perder la capacidad de caminar de forma independiente, pensar con claridad, o funcionar de manera independiente en el mundo (Witters et al., 2021).
La segunda enfermedad neurodegenerativa más común en España es la Enfermedad de Párkinson (EP), estimándose entre 150.000 y 300.000 afectados (García-Ramos et al., 2016). Esta, condiciona la calidad de vida de las personas que la sufren y se está convirtiendo en un problema de salud pública progresivamente mayor debido a su elevada frecuencia en relación con el envejecimiento de la población y la complejidad de su manejo (Ministerio de Sanidad, 2022).
Aunque bien es cierto que, la cara conocida de la enfermedad son sus signos cardinales como la bradicinesia, rigidez, temblor en reposo e inestabilidad postural; debido a la pérdida de neuronas dopaminérgicas; hoy buscamos poner la atención sobre los trastornos no motores que acompañan al “temblor”, especialmente aquellos que implican un deterioro cognitivo e influyen en el estado emocional de la persona.
Las alteraciones cognitivas se encuentran presentes en la mayoría de los casos de manera previa al diagnóstico de la enfermedad, pero son apenas notorias. Estas, afectan principalmente a las funciones visoespaciales y ejecutivas, como son la planificación, la secuenciación, la inhibición de estímulos y la realización de tareas. Dichas funciones hacen referencia a todos aquellos procesos mentales que nos permiten llevar a cabo cualquier tarea.
Esta sintomatología (déficit de las funciones ejecutivas), según el estudio multicéntrico longitudinal llevado a cabo en Sydney (Hely et al., 2005) constituye a largo plazo, el problema más prevalente e incapacitante de la enfermedad.
La mencionada incapacidad hace referencia a la alteración en la capacidad y calidad de ejecución de las actividades de la vida diaria (AVD) que depende tanto de las destrezas motoras como de las de procesamiento, por lo que es fundamental trabajar desde un ámbito interdisciplinar con el enfermo, para reducir su grado de dependencia.
Los afectados, a la hora de ver un programa de televisión o de seguir una conversación, pueden encontrar dificultades para mantener la atención suficiente, perdiendo el hilo de lo que se está hablando o viendo. Además de ello, la capacidad para comprender secuencias temporales como por ejemplo “salir a hacer la compra” o “seguir una receta de comida” se ve impedida debido a la afección de la función de planificación.
Estos trastornos cognitivos pueden aparecer debido a la enfermedad, junto con otros como, por ejemplo, la lentitud del pensamiento (bradipsiquia), la falta de planificación o la dificultad para recordar recorridos o dónde se han colocado determinados objetos. A nivel de déficit cognitivo, trabajaremos desde el campo de la neuropsicología estimulando las diversas áreas afectadas con el objetivo de mantener y retrasar el avance de la enfermedad; a través de la terapia de estimulación cognitiva (EC).
Resulta fundamental conocer el estado de las distintas funciones cognitivas consideradas ejecutivas, como la atención, planificación y control inhibitorio, para comprender la evolución de estos pacientes y planificar un tratamiento dirigido a mejorar su autonomía funcional (Sergio F.A, 2021).
Tras conocerlo se adaptarán las sesiones a las necesidades del usuario. Dentro de las posibles opciones de intervención, la combinación del tratamiento de EC individual en un ambiente grupal nos permite no solo atender de manera integral las necesidades del individuo sino también favorecer la interacción social que en dichos casos suele encontrarse dañada.
Este déficit en el ámbito social surge principalmente debido a que la enfermedad hace que la persona se vuelva dependiente de un cuidador, haciendo que conforme avance la patología las ayudas necesarias en el desarrollo de las AVD sean mayores. Esta pérdida de relaciones sociales es una de las causas del malestar psicológico que sienten estas personas (Martignoni et al., 2011). Se genera en la persona un sentimiento de pérdida de control sobre su vida lo que se refleja en una disminución de la autoestima.
Otra de las causas del malestar psicológico es la depresión, que ocurre en alrededor de un 35% de los pacientes con Parkinson, afectando en gran medida a su calidad de vida. Aunque la gravedad de los síntomas motores no parece influir sobre la prevalencia de depresión, es más frecuente en los pacientes con EP con mayor deterioro cognitivo (Rojo et al., 2003). Esto puede mostrar como la pérdida de funcionalidad en las AVD acompañada de baja autoestima, actúa como factor de riesgo para desarrollar depresión.
Por ello, si nos basamos en la Teoría de la Identidad Social (Glassner & Tajfel, 1985), el trabajar de manera grupal, con usuarios que comparten las mismas necesidades y dificultades en su vida diaria facilita la identificación social y, por tanto, reduce el sentimiento de dependencia favoreciendo el reconocimiento de las propias capacidades individuales.
Así mismo, el trabajo individual permite focalizar la atención en aquellas dificultades que interfieren en el día a día del paciente permitiendo su adaptación y retrasando su deterioro de manera que, tome conciencia de la situación y trabaje para mejorar su futura calidad de vida.
Por tanto, la estimulación cognitiva actuará como barrera protectora del deterioro cognitivo, proporcionando a la persona herramientas para enfrentar las situaciones que se presenten en un futuro e incrementando la autoestima a través de la interacción social y disminución del sentimiento de dependencia.
En estas terapias de EC pueden surgir dos situaciones diversas. Una de ellas, hace referencia a la reducción de los síntomas de malestar ya que, al trabajar sobre aquellos aspectos cognitivos que más interfieren en la vida del afectado, este podrá apreciar que tiene capacidad para realizar las actividades planteadas, rompiendo así con esas creencias disfuncionales que había establecido en relación con su incapacidad para llevar a cabo determinadas acciones o ejercicios.
Por otro lado, habrá circunstancias en las que el usuario no cuente con la capacidad para resolver determinadas tareas. En dichas ocasiones, se proporcionará a la persona las herramientas necesarias para conocer sus limitaciones y actuar adecuándose a ellas en el día a día.
También se trabajará con la familia o cuidador principal para que puedan responder de manera apropiada a las necesidades, facilitándoles respuestas a esas dudas que surgen en las decisiones a tomar sobre el cuidado de la persona y técnicas de afrontamiento para el repertorio de emociones que pueden surgir como respuesta a una nueva situación desconocida e imprevista. Igualmente, el apoyo social que proporciona sentirse parte de una comunidad actúa como factor protector del malestar psicológico.
Finalmente es importante mencionar que la asistencia a estas terapias, al igual que a cualquier actividad que realice la persona de manera regulada, permite el establecimiento de una rutina. La previsibilidad de las rutinas actúa como un ancla que ayuda a mantener la orientación y da estructura a la vida diaria, lo que repercute positivamente en la salud mental ya que ayuda a disminuir la pérdida de interés o desesperanza.
El seguimiento de dichas rutinas permite al usuario mantener su nivel de funcionalidad en un grado óptimo acorde a su afección. Esto se debe a que a pesar de la desorientación que pueda surgir, el afectado puede contar con un control de lo que va a pasar a lo largo del día. Además, se reducen los niveles de estrés referidos a la imprevisibilidad del horario, y estas rutinas ayudan a mantener la independencia y autonomía del paciente ya que proporcionan una mayor sensación de seguridad.
Referencias bibliográficas:
European Commission: Joint Research Centre, Witters, H., Verstraelen, S., Aerts, L., Miccoli, B., Delahanty, A., & Gribaldo, L. (2021). Advanced non-animal models in biomedical research: neurodegenerative diseases, Publications Office of the European Union.
García-Ramos, R., López Valdés, E., Ballesteros, L., Jesús, S. & Mir, P. The social impact of Parkinson’s disease in Spain: Report by the Spanish Foundation for the Brain. Neurologia (Barcelona, Spain) 31, 401–413 (2016)
Glassner, B., & Tajfel, H. (1985). Social Identity and Intergroup Relations. Contemporary Sociology A Journal Of Reviews, 14(4), 520.
Hely MA, Morris JG, Reid WG, Trafficante R. Sydney Multicenter Study of Parkinson’s disease: non-L-dopa-responsive problems dominate at 15 years. Mov Disord. 2005 Feb;20(2):190-9
Martignoni, E. et al. (2011): “How Parkinsonism influences life: the patients‘point of view”. Neurological Sciences, (32): 125-131.
Ministerio de Sanidad. Abordaje del Parkinson y parkinsonismos. Estrategia en enfermedades neurodegenerativas del Sistema Nacional de Salud. (2022).
Neuropsicología de la percepción y las praxias. (s. f.).
Rojo A, Aguilar M, Garolera MT, et al. Depression in Parkinson’s disease: Clinical correlates and outcome. Parkinsonism Relat Disord 2003;10(1):23–28.
Sergio, F. A. (2021, 1 septiembre). Impacto de los déficits cognitivos en planificación y atención-control inhibitorio sobre la capacidad para realizar Actividades de la Vida Diaria en la enfermedad de Parkinson. Universidad Loyola Andalucía.