Un artículo de Unai Pequeño,
presidente del Colegio de Logopedas del País Vasco
Sabemos, según se pone de manifiesto en los escasos estudios científicos existentes al respecto, que la disfagia afecta, al menos, al 40% de las personas mayores que viven en residencias y a más del 50% de las personas que tienen daño cerebral adquirido, bien sea éste producido por un ictus o por traumatismo craneoencefálico.
Además, la disfagia afecta hasta ocho de cada diez pacientes con enfermedad de Parkinson o enfermedad de Alzheimer en fases avanzadas, ya que el porcentaje de prevalencia de la disfagia en estados avanzados de demencia oscila entre el 60 y el 80% de los casos.
A los colectivos anteriores, se ha de sumar otro, ya que la disfagia orofaríngea afecta a entre el 40 y el 50% de los pacientes con cáncer de cabeza o cáncer de cuello. Estos pacientes también tienen derecho en Euskadi, al igual que ocurre a los pacientes que han sufrido un ictus, a que sus médicos especialistas les prescriban, con cargo a la sanidad pública, rehabilitación logopédica en los casos que así lo precisen.
En esta comunidad autónoma, los porcentajes anteriores apuntan a unas cifras estimadas de más de 7.500 personas mayores en Euskadi con este problema y más de 1.500 casos nuevos de disfagia cada año por daño cerebral adquirido, a los que habrían de sumarse las personas con enfermedades neurodegenerativas en fases avanzadas y personas con cáncer de cabeza o cáncer de cuello.
Estas cifras nos llevan a calcular, con estimaciones muy a la baja, que muy probablemente son más de diez mil las personas que viven con disfagia diariamente en el País Vasco. De todas ellas, nueve de cada diez no cuenta con un diagnóstico ni, como consecuencia de lo anterior, con un tratamiento correcto, poniendo en riesgo su salud e, incluso, su vida.
La disfagia —imposibilidad para tragar o deglutir los alimentos líquidos o sólidos, incluso la propia saliva— está codificada como una patología digestiva en la clasificación internacional de enfermedades CIE-9 y en el CIE-10 de la Organización Mundial de la Salud, y puede afectar a personas de ambos sexos en cualquier edad. Sin embargo, en Euskadi aún no se registra de forma rutinaria ni en hospitales, ni en atención primaria, ni en residencias de personas mayores, ni cuenta con un protocolo estandarizado de actuación.
Consecuencias para la salud
La disfagia produce desnutrición, deshidratación, infecciones en vías respiratorias (como neumonías), asfixia e, incluso, fallecimiento, lo que evidencia que no es un problema menor y que debe ser abordado desde las administraciones públicas con un impulso decidido.
Invertir en el diagnóstico y tratamiento de la disfagia no es sólo una decisión que va a favor de la salud y calidad de vida de las miles de personas que la padecen en Euskadi, sino que sería una medida coste-efectiva, ya que se evitaría la gran morbilidad que lleva asociada, como por ejemplo son los ingresos por neumonía.
También se debe valorar el papel de las asociaciones como el punto de encuentro, de información y de acceso a recursos para las personas con enfermedades y diagnosticadas de disfagia.
Por ostra parte, es necesario aumentar de manera significativa el esfuerzo investigador en el área de la disfagia, tanto en lo relativo a su origen, diagnóstico y tratamiento, como en lo que atañe a los aspectos epidemiológicos, donde se ve de manera evidente la necesidad de establecer un registro de casos que permita establecer la incidencia y prevalencia de esta enfermedad.
Síntomas, diagnóstico y tratamiento
Entre las señales que pueden indicar la presencia de disfagia en una persona, se pueden señalar:
- la desnutrición;
- a deshidratación
- la presencia de residuos en la zona orofaríngea
- comer con lentitud
- dificultad para masticar
- problemas para pasar el bolo alimenticio
- dolor al intentar tragar
- tos al comer o beber
- atragantamientos
- rechazo de determinados alimentos, etcétera.
Frente a esto, el logopeda es el profesional sanitario universitario que trata los trastornos de lenguaje, voz, habla, audición y deglución y, por ello, es una figura clave para, primero, prevenir la aparición de la disfagia, y en caso de que haya aparecido, diagnosticarla, determinar su tratamiento, aplicarlo y efectuar el seguimiento.
La incorporación de estos profesionales sanitarios a aquellos centros donde más se pueden diagnosticar problemas de disfagia, como pueden ser los centros de promoción de la autonomía personal y de atención a personas dependientes, las plantas de hospitalización, unidades de críticos y de cuidados intensivos, oncología, neonatología, consultas de atención primaria, residencias de personas mayores, centros de día y colegios, supondría una respuesta adecuada a este problema sanitario y sociosanitario.
Además es importante recordar los buenos resultados obtenidos en otras regiones y ámbitos en los que se ha apostado por un trabajo multidisciplinar entre especialistas médicos en otorrinolaringología, dietistas-nutricionistas y logopedas. Sería muy interesante que ámbitos tan importantes como la atención primaria o la atención hospitalaria pudieran contar de manera generalizada con unidades específicas que agruparan a estos profesionales.