/p>>Un artículo de Isaac Jiménez Navarro
psicólogo en Residencia y Centro de Día Rubí
, gestionada por Grup Mutuam

A medida que pasan los años, las capacidades, tanto a nivel cognitivo como físico, comienzan a disminuir. Es entonces cuando podemos ver algunas señales de que algo no funciona como es debido y podemos encontrarnos con que, de repente, la persona mayor (un padre, una madre, un tío o un abuelo …) un día pierde las llaves, se olvida de hacer los encargos diarios que hasta ahora hacía y que, incluso, se desorienta con facilidad en su entorno habitual.
Empezamos a observar poco a poco, pequeños síntomas que nos pueden hacer pensar en que hay que ir al médico para tener una primera opinión sobre lo que está sucediendo.

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Ante la confirmación de una demencia hay que pensar en las diferentes opciones existentes ante el proceso de pérdida de autonomía que sufrirá el mayor

Al principio es una reacción frecuente no querer darle demasiada importancia, relativizar y pensar que debe de ser normal. «Es mayor y se agobia con facilidad», pensamos. Poco a poco, sin embargo, observamos que este fenómeno va en aumento y se va repitiendo. Nuevos olvidos, desorientación, no recuerda el nombre de algunas personas u objetos, repite varias veces la misma historia o nos hace las mismas preguntas constantemente.
Es aquí cuando se abren un montón de dudas, interrogantes y se empiezan a remover algunas emociones. Es el momento en que decidimos llevar al padre o madre al médico, temiendo y sufriendo por si le diagnostican algún tipo de demencia, entre ellas la más frecuente, el Alzheimer.
A partir de la valoración de un profesional, y con la confirmación en la mano de una demencia, habrá que empezar a pensar en las diferentes opciones que tenemos ante el proceso de pérdida de autonomía que sufrirá y valorar la más oportuna. Entre las alternativas que se dibujan, y según el estadio en el que se encuentre la persona afectada, tenemos la alternativa de que el mayor se quede en casa y encontramos a alguien que le ayude. También puede ir unas horas a un centro de día, o incluso en una fase más aguda, podemos pensar en un  ingreso en una residencia geriátrica.
Es en este punto cuando empiezan a aparecer sentimientos y emociones encontradas. Por una parte, somos consciente de que las responsabilidades familiares, el trabajo y el ritmo de vida que llevamos, nos dejan poco tiempo para cuidar de nuestro familiar, pero por otro lado, no queremos pensar en dejarlo en una residencia, donde probablemente será mejor atendido. Dudas de este estilo, los tienen la mayoría de personas que pasan por este proceso.
Deberíamos tener en cuenta que no hay una respuesta correcta o incorrecta, buena o mala, y quizás así tomar la decisión sería más sencillo. Hay que valorar muchos aspectos, pero sobre todo tenemos que lidiar con los sentimientos de culpabilidad y remordimiento que se generan, por ejemplo, en el caso que nos planteáramos el ingreso del padre o madre en una residencia geriátrica o centro de día.
Cuando sopesamos estas opciones queremos ofrecer la mejor atención y calidad de vida posible a nuestro familiar. Partiendo de esta premisa, a la hora de considerar las posibles alternativas, evidentemente, debemos tener presentes los aspectos laborales, la gestión del tiempo, las circunstancias del resto de la familia, las cuestiones económicas, etc. Hay que ser realistas y tener en cuenta todas las necesidades que de ahora en adelante tendrá nuestro familiar.
Y hay que ser conscientes que a menudo, y en función del grado de demencia, no le podremos proporcionar nunca los mismos recursos en casa con un cuidador que los que le podrían ofrecer en un centro residencial con personal especializado y con experiencia probada en este tipo de situaciones.