Publicamos un nuevo artículo sobre nutrición y personas mayores extraído de la Guía de Alimentación para Personas Mayores editada por el Instituto Danone. En esta ocasión, José Manuel Ribera Casado aborda la importancia de la actividad física para el bienestar de los mayores.
Recomendaciones de actividad física
Un artículo de José Manuel Ribera Casado, Catedrático de Geriatría. Universidad Complutense de Madrid
La actividad física constituye un punto clave de la prevención en geriatría. La II Asamblea Mundial del Envejecimiento (Madrid- 2002) nos recuerda que “es necesario brindar a las personas de edad el mismo acceso a la atención preventiva y curativa y a rehabilitación de que gozan otros grupos” (art 60). También la necesidad de “concentrar actividades de promoción de salud, de educación sanitaria, políticas de prevención, campañas de información… dieta poco saludable, inactividad física, hábito de fumar… formas de comportamiento perniciosas…” (art 67e).
Nuestra población de más edad hace poca actividad física. Según la encuesta CIRES (años 90), solo un 18% de la población entre 65 y 75 años mantiene de manera regular alguna actividad y menos aún, el 15%, entre los 75 y 85 años. Ambos grupos con proporciones algo superiores entre las mujeres, probablemente por mantener muchas de ellas las actividades domésticas. La tasa de quienes se mantienen prácticamente inactivos se encuentra entre el 40 y el 45%. Cifras similares se encuentran en las Encuestas Nacionales de Salud del INE.
Las ventajas de la actividad física se encuentran a todos los niveles. El ejercicio físico se contrapone a buena parte de las consecuencias negativas asociadas al envejecimiento fisiológico. Los mecanismos a través de los cuales se consiguen estos efectos beneficiosos son múltiples. Algunos de ellos inciden de manera directa en la neutralización o, mejor, en el control de numerosos factores de riesgo tanto cardiovascular como a otros niveles. En otros casos el efecto positivo se consigue a través de mecanismos más directos, relacionados con una mejor conservación funcional a cualquier nivel, especialmente en lo que respecta a los aparatos cardiovascular, respiratorio y osteoarticular. La siguiente tabla resume algunos de los aspectos positivos que en términos de calidad:
Principales ventajas de la actividad física en la edad avanzada
Ninguna edad nunca va a ser una contraindicación para practicar ejercicio físico de la forma más adecuada para cada persona. No hay tope de edad para ello, por más que el sentido común pueda imponer determinadas limitaciones en casos individuales. Por ello se puede dar por bueno el aforismo que establece que “cualquier momento es el más adecuado para que una persona de cualquier edad comience a hacer ejercicio”.
Esta actividad incluye desde el simple paseo hasta la práctica no competitiva de algunos deportes como la natación, la marcha, el ciclismo, la gimnasia o el golf, entre otros, además de actividades sociales, como el baile de salón.
Algunas recomendaciones específicas
(seleccionar de acuerdo con gustos y posibilidades individuales)
Caminar 60-90 minutos seguidos al día con una cadencia en torno a los 3-4 km/hora constituye una forma espléndida de mantenerse físicamente activo. La práctica del Tai-Chi está demostrando ser una forma de actividad física especialmente útil para mantener la flexibilidad en las personas mayores.
Las principales dudas para el médico se presentan cuando el anciano plantea el deseo de hacer deporte. Salvo que existan contraindicaciones evidentes ligadas a patologías específicas y conocidas, la recomendación debe ser positiva, siempre y cuando se tomen en consideración algunos aspectos. Entre ellos, evaluar cuál es el tipo concreto de deporte que se desea practicar, la experiencia previa en relación con el mismo, las circunstancias ambientales y el hábito de establecer periodos de calentamiento y de recuperación.
En sentido contrario, la inactividad física supone un importante factor de riesgo bien demostrado, tanto para la enfermedad cardiovascular como para otros procesos como la obesidad, la diabetes mellitus tipo 2, la depresión, la osteoporosis o la demencia.
En la práctica resulta fundamental tomar en consideración las circunstancias individuales (enfermedades crónicas concomitantes, fármacos en uso, etc.) de cada anciano para poder actuar en consecuencia, minimizando los eventuales factores de riesgo. También es fundamental conseguir una motivación adecuada.
Desde el punto de vista cardiovascular, las contraindicaciones absolutas para un ejercicio mantenido serían: los cambios recientes en el electrocardiograma, un infarto de miocardio en los últimos tres meses, la presencia de angina inestable o de arritmias no controlables, la existencia de un bloqueo cardiaco de tercer grado o un episodio reciente de insuficiencia cardiaca. Como contraindicaciones relativas se admiten la hipertensión arterial no controlada, el diagnóstico de cardiomiopatía o de enfermedad valvular, la existencia de extrasístoles ventriculares complejas y los trastornos metabólicos no controlados.
A nivel colectivo, la sociedad en general y los profesionales en particular deberemos buscar que los organismos y administraciones públicas se comprometan en campanas pro-actividad física en el anciano. Igualmente, contribuir a informar a la sociedad en su conjunto y a las personas de edad avanzada en particular sobre las ventajas de la actividad física y las formas de practicarla.
Otras medidas en las que deberemos trabajar conjuntamente administraciones y profesionales incluirían el potenciar y facilitar la balneoterapia, conseguir adecuar espacios físicos y preparar monitores. Y, sobre todo, deberemos luchar por modificar las actitudes y los comportamientos sociales en este campo.