La prevalencia de la diabetes va en aumento y número de enfermos no se distribuirá de forma homogénea entre los segmentos de población, si no que tenderá a concentrarse de forma casi exclusiva en los mayores de 55 años, y de manera muy especial, entre los mayores de 65 años, llegando a representar la mitad de las personas con diabetes, lo que representa un importante problema de salud pública.
Dado que este grupo de población tiene menos expectativa de vida, y conforme avanza la edad, el riesgo relativo de muerte conferido por la diabetes disminuye drásticamente, el objetivo principal del tratamiento en personas mayores debe ser conseguir que tengan una óptima calidad de vida, es decir, la mayor autonomía funcional posible.
Y es que la diabetes es uno de los principales factores de riesgo de desarrollo de deterioro funcional, evaluado en términos de peor movilidad y mayor dependencia para actividades diarias, pero también afecta a las funciones cognitivas y al estado de ánimo.
Para el Dr. Rodríguez-Mañas “un plazo tan corto como dos años es suficiente para poner de manifiesto el mayor riesgo –más del doble- de desarrollar dificultad para actividades tan habituales como subir escaleras o hacer tareas del hogar, en comparación con mayores de la misma edad sin diabetes”. Y hay que tener en cuenta que este riesgo es aún mayor en las personas que ya tienen algún pequeño deterioro funcional asociado.
Por ello, el tratamiento debe estar enfocado en evitar el deterioro funcional y su progresión, lo que significa hacer hincapié en aquello que genera beneficio a corto plazo, como por ejemplo tratar la hipertensión arterial, en vez de aquello que necesita décadas para generar beneficios, como es el caso del control intensivo de la glucemia o dietas restrictivas. “Pero también hay que poner énfasis en mejorar la relación riesgo-beneficio, evitando situaciones como la hipoglucemia que no solo aumenta el riesgo de muerte, sino también de caídas y fracturas, demencia y hospitalizaciones. Sin olvidar la importancia de pautar ejercicio físico de diferente intensidad”, afirma el Dr. Rodríguez-Mañas.
Otra interesnate conclusión de este 25º Congreso de la Sociedad Española de Diabetes (SED) el entrenamiento de fuerza tiene efectos beneficiosos en el tratamiento de la obesidad y de la diabetes tipo 2, según el Dr. Javier Ibáñez del Centro de Estudios, Investigación y Medicina del Deporte del Gobierno de Navarra. Esto se debe a que entrenamiento de fuerza ayuda a una persona obesa que está siguiendo una dieta para perder peso porque:
1º) Reduce sustancialmente la pérdida de músculo que se produce cuando una persona hace sólo dieta. Mantener la masa muscular corporal es esencial para un mejor transporte de la glucosa y del metabolismo de la grasa.
2º) Evita la reducción del metabolismo de reposo que se produce inevitablemente cuando se sigue sólo una dieta hipocalórica.
3º) Ayuda a mejorar las cifras de la tensión arterial, del colesterol y de los triglicéridos.
4º) Mejora la fuerza, la flexibilidad y la resistencia física.
5º) Mejora el sentimiento de bienestar y autoestima.
6º) Es mucho más probable que aquellas personas que han perdido peso y han abandonado la dieta hipocalórica puedan mantener esta pérdida si siguen realizando el entrenamiento de fuerza.
Además, en este foro se debatió también como los grandes cambios de los microorganismos de nuestro intestino (microbiota) causados por el uso de antibióticos y la elevada ingesta de alimentos calóricos, podrían considerarse como un nuevo factor que contribuye a la aparición de la obesidad y de la diabetes. La microbiota intestinal influye sobre la absorción de nutrientes y la permeabilidad intestinal, protegiéndonos de la absorción de sustancias proinflamatorias. Estos dos mecanismos estarían relacionados con la obesidad y la diabetes.