Por Cecilia Muro Pérez-Aradros, Psicogerontóloga, vocal y cofundadora de la Asociación Española de Psicogerontología – AEPG
Las emociones son en esencia impulsos que nos llevan a actuar, programas de reacción automática con los que nos ha dotado la evolución y que nos permiten afrontar situaciones verdaderamente difíciles; un sistema con tres componentes.
El perceptivo: destinado a la detección de los estímulos elicitadores, que incluye elementos hereditarios, como es nuestra predisposición a valorar el vacío, los lugares cerrados, los insectos o las serpientes… como posibles situaciones peligrosas, y a veces fruto de la experiencia. Por ejemplo, el surgimiento de una fobia o el placer por una buena nota.
El motivacional: encargado de impulsar, mantener y dirigir la conducta, gracias a su relación con el sistema hormonal. Por ejemplo, el miedo nos impulsa a la evitación.
El conductual: que hemos de analizar en su triple manifestación, reacción fisiológica perceptible, pensamientos y conductas manifiestas. Es el elemento más influido por las experiencias de aprendizaje previo y el medio cultural. Por ejemplo, la expresión de pena en distintas culturas o el desarrollo de la evitación de las situaciones de prueba en el ámbito escolar.
¿Cómo elaboramos un sentimiento emocional?
Las emociones, en el sentido más restringido del término, son reacciones psico-físicas momentáneas. Los sentimientos engloban emociones, pero les añaden duración. ¿Cómo? Asociándolas a un pensamiento, imponiéndoles un ‘significado psicológico’. Por ejemplo, si cuando entras en una sala donde hay un grupo y todos se ríen, tienes una respuesta física emocional (activación) y puedes pensar muchas cosas:
‘He hecho el ridículo’ = sentirás vergüenza
‘Se están divirtiendo, vamos a pasarla bien’ = sentirás alegría
‘Son maleducados’ = sentirás enojo
‘Creo que les gusto porque al entrar yo se han alegrado’ = sentirás aprecio
Así, en gran parte, lo que sentimos depende de lo que ‘decidimos’ pensar. Como consecuencia, podemos controlar en cierta medida cómo sentimos mediante el pensamiento. Esta ‘cierta medida’ viene limitada porque en la vida real tenemos ideas preconcebidas de los objetos y la gente, y pensar diferente requiere cambiar de actitudes, lo cual no es tarea fácil.
¿Por qué es importante conocer nuestras emociones?
· Nos ponen en contacto con lo que nos importa en la vida.
· Son señales que nos pueden informar sobre si vamos en la dirección deseada o nos estamos alejando del camino de nuestros objetivos y valores.
· Son pistas para la acción, para reorientarnos cuando nos hemos salido de ese camino.
· Las emociones dolorosas, a veces, son el reflejo de los costes que tiene caminar en la dirección elegida deseada.
· Informan a los demás cómo nos sentimos.
Las emociones agradables y la salud
Cuando experimentamos y expresamos más emociones agradables (alegría, amor, satisfacción…), como consecuencia de una mayor cantidad de experiencias satisfactorias en nuestra vida, tenemos + posibilidades de:
· Mantener un buen funcionamiento del corazón y el sistema circulatorio.
· Reforzar el sistema de defensa de nuestro cuerpo ante enfermedades.
· Recuperarnos, después de un problema de salud.
· Prevenir los infartos cerebrales, la fragilidad y la dependencia.
· Ser más resistentes al dolor muscular, de huesos y de las articulaciones.
· Vernos menos afectados por los efectos dañinos de emociones como la ansiedad o el estrés intensos.
Las emociones desagradables y la salud
Experimentar durante mucho tiempo o con mucha frecuencia, o no expresar sentimientos negativos como la tristeza o la rabia, como consecuencia de vivir de forma repetida experiencias insatisfactorias o desagradables puede llegar a:
· Ocasionarnos problemas de salud.
· Empeorar la salud del sistema de defensa de nuestro cuerpo ante las enfermedades.
· Disminuir nuestro interés por el estado de salud.
· Prolongar el tiempo de recuperación después de alguna enfermedad, problema de salud o intervención quirúrgica.
· Impulsarnos a abandonarnos, a aislarnos del mundo y de los demás y llevar estilos de vida poco sanos.
Diez claves para que las emociones le ayuden a envejecer bien
(Instituto Gerontológico Matia, 2009. “Cómo nos ayudan las emociones a envejecer bien”. Obras Sociales de Caixa Catalunya.)
1º Escuche sus emociones. Las emociones son las señales de que estamos en el mundo y nos ofrecen pistas para ir en dirección a lo que nos da sentido a nuestra vida.
2º Comprenda sus emociones. Nuestras emociones son fruto de nuestras vivencias, nuestros actos y nuestros pensamientos. Comprender esto es fundamental para que nos ayuden a vivir mejor.
3º Atienda sus necesidades. Anímese a vivir de modo saludable. Sea sensible a las cosas que necesita e implíquese en las experiencias que le hacen sentir bien.
4º Manténgase activo caminando hacia sus valores. Descubra nuevas vías para hacer lo que le gusta… quizás con ayudas para ver, caminar u oír mejor. El caso es no renunciar a seguir viviendo y caminando hacia las cosas que le importan en su vida.
5º Piensa para sentirse bien. Aprenda para pensar a vivir el día a día. Si las cosas no se pueden cambiar, revise su forma de pensar y moldee su lenguaje interior; esto le ayudará a sentirse mejor.
6º Busque sentido a su vida. Algunas cosas que daban sentido a su vida a los 40 años, quizás ahora no le valgan de mucho. Busque motivos para seguir formando parte del mundo que le rodea y mantener encendido su fuego emocional.
7º Acepte sus emociones. Aunque a veces sean desagradables, dése un tiempo para mirar sus emociones cara a cara y aceptar que están ahí, sin negar su existencia o huir prematuramente de ellas.
8º Exprese cómo se siente. No se trague sus emociones. Busque una forma de expresar sus emociones con la que se encuentra cómodo/a.
9º Cuide y demuestre su cariño a las personas de su alrededor. Cuidar y querer a las personas que le rodean puede llenar nuestra vida de sentido y emociones agradables.
10º Aprenda a disfrutar del aquí y ahora. Todos los días están llenos de buenos momentos. No los deje pasar sin disfrutar de ellos: una llamada inesperada, una frase cariñosa de alguien, abrir la ventana y ver el bullicio de la calle… cosas sencillas que ayudan a sentirse bien.
Estrategias para afrontar las emociones negativas
Enfado: el tipo de actitudes hacia el enfado no sólo están equivocadas sino que son francas supersticiones. Debemos socavar las convicciones que alimentan el enfado. Cuantas más vueltas demos a los motivos que nos llevan al enojo, más buenas razones y más justificaciones encontraremos para seguir enfadados. Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que sólo podría extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente.
Ansiedad: una forma de trabajar con la preocupación es tomar conciencia de uno mismo. Así, registrar el primer acceso de preocupación tan pronto como sea posible y aprender técnicas de relajación. De tal manera que identificamos las situaciones, las imágenes y los pensamientos ocasionales que desencadenan el ciclo de la preocupación y las sensaciones corporales de ansiedad que las acompañan. Además, adoptar una postura crítica ante las creencias que sustentan la preocupación.
Tristeza: la depresión no es útil. Para combatirla existen dos estrategias. Primero, aprender a afrontar los pensamientos que esconden en el mismo núcleo de la obsesión, cuestionar su validez y considerar alternativas más positivas. Segundo, establecer deliberadamente un programa de actividades agradables que procure alguna clase de distracciones.
Sobre la autora:
Cecilia Muro
Cecilia Muro es psicogerontóloga y estudiante de doctorado. Vocal y cofundadora de la Asociación Española de Psicogerontología AEPG. (responsable de formación), trabaja de psicóloga en Sanyres Logroño.
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