Por María Dolores Villegas Díaz, Psicóloga , colaboradora de
UNIR Cuidadores y autora del blog http://mariavillegas.es/
Mantener una actitud positiva es beneficioso en cualquier aspecto de la vida, pero aún más en el caso de tener que afrontar una enfermedad.
No es fácil que nos comuniquen que padecemos una enfermedad. Normalmente, nuestras primeras reacciones suelen ser la negación, la ira y la tristeza. Sobre todo ésta última, suele apoderarse de la persona a la que se le ha detectado la patología y a las personas de su entorno.
Es aquí, cuando la pena se apodera de nosotros, cuando debemos adoptar una actitud determinada para enfrentarnos a la enfermedad que nos va a acompañar, en algunos casos, durante un tiempo, y en otros, para siempre.
Lo mejor es aceptar la situación cuanto antes, sobre todo, para hacernos consciente de lo que nos va a tocar vivir. Es importante saber que el estado de ánimo es fundamental para una recuperación o mejora, según el caso.
Oponer resistencia o negar la enfermedad, solo generará más dolor y un círculo vicioso que se irá retroalimentando a sí mismo, ya que la persona se autocompadece y se recrea en esa situación de malestar y dolor.
Una enfermedad no afecta únicamente a nivel corporal, y se materializa por el diagnóstico médico, un tratamiento, etc. Una enfermedad conlleva, además, un proceso emocional, ya que cada persona la afronta y actúa con respecto a ella de distinta forma.
Es necesario que sepamos que hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. Por ejemplo, el hecho de que nos diagnostiquen una enfermedad no depende de nuestra voluntad. Sin embargo, cumplir el tratamiento que nos indique el médico, cuidarnos, intentar continuar con nuestra vida dentro de las posibilidades que nos permita la enfermedad, rodearnos de un entorno que nos apoye, pedir ayuda, etc. sí depende de nuestras decisiones.
Hay numerosos estudios que reflejan que las personas que padecen una enfermedad y viven con una actitud positiva y optimista, se recuperan antes que personas que no optan por este “estilo de vida” positivo.
Nuestro sistema inmunológico reacciona mejor si somos positivos. También en enfermedades tan graves como el cáncer, se ha demostrado que las personas que mantienen una actitud optimista a lo largo de su enfermedad, consiguen una esperanza de vida superior a la de personas con actitud negativa o pesimista.
Es más, si una persona a la que se le diagnostica una enfermedad mantiene una mala actitud, que implica compadecerse de sí misma, no ver salida, una tristeza continua, etc. es muy probable que llegue a desarrollar otra enfermedad paralela como la depresión, además de agravar la ya diagnosticada.
No sólo hay que fijarse en lo que indican los estudios, sino en la propia observación de médicos y familiares de enfermos. Éstos confirman la relación que existe entre la actitud ante la enfermedad y la rápida respuesta al tratamiento (incluso que haya respuesta o no en algunos casos). Así como la relación entre el comportamiento del paciente y su curación en los casos posibles.
Una persona positiva maneja mejor el estrés, elemento básico en una enfermedad. Pero, ¿cómo se puede ser más positivo?:
· El ejercicio y la relajación son claves para mantener y fomentar una actitud positiva y aumentar la esperanza de vida.
· Continuar o comenzar con hábitos saludables, como una alimentación equilibrada y el descanso, también influyen, indudablemente, en nuestra actitud.
· De igual forma, contribuye buscar toda la información posible sobre la enfermedad diagnosticada, para evitar adelantarse a lo que puede pasar y disminuir la preocupación ante la incertidumbre del desarrollo de la enfermedad.
No hay que tener miedo a preguntarle a los profesionales, pues son los que mejor nos pueden aclarar lo que nos puede ir sucediendo y aconsejarnos distintos sitios a los que acudir (recursos que estén a nuestra disposición, asociaciones, etc.).
· Continuar con las actividades diarias, teniendo en cuenta los límites que tengamos por la enfermedad. Hay que aprender a convivir con la enfermedad integrándola en nuestro día a día.
· Rodearse de un entorno positivo, que contagie el optimismo y su apoyo. El aislamiento no contribuye en nada, y tampoco rodearse de personas negativas o que constantemente se apiadan de nosotros/as.
· Risoterapia: la risa debería prescribirse junto al tratamiento. Relacionarse con gente que contagie la risa, acudir a monólogos, ver vídeos o películas de humor, etc.
· Expresar los sentimientos, emociones y pensamientos. Es importante y reconfortante desahogarse y sentirse escuchado. Esto no tiene por qué hacerse necesariamente con otra persona.
Podemos desahogarnos y expresarnos mediante la escritura, a título personal como un diario o compartirlo con otras personas mediante un blog, por ejemplo. Y de esta forma, ayudar a que otros que pasen por una situación similar empaticen con nosotros.
Está permitido llorar. Muchas veces, tras un llanto nos sentimos mejor. Al fin y al cabo, es otra forma de desahogarse y no un síntoma de debilidad. También se puede participar en foros de debate acerca de la enfermedad o asistir a reuniones con otras personas que la padezcan (grupos de autoayuda, por ejemplo).
Emplear la música, cantando o simplemente escuchándola, es otra forma de encontrar alivio y motivación, según el momento por el que pasemos.
Si sentimos que no somos capaces de mejorar nuestra actitud, podemos, mejor dicho, debemos, acudir a un profesional para que nos ayude en esta tarea y nos apoye a la hora de enfrentarnos a las nuevas etapas en las que puede derivar la enfermedad.
Como ya hemos visto, la actitud es fundamental en el desarrollo de una enfermedad, pero también es imprescindible para la prevención. Una persona con una actitud positiva es menos propensa a padecer una enfermedad, sobre todo aquellas relacionadas con el estrés, la depresión o las migrañas, entre otras.
¿Y tú, te sumas a ser positivo?