¿Existen unos principios generales referidos a la alimentación de las personas mayores?
Por José Manuel Ribera Casado, Jefe de Servicio de Geriatría. Hospital Clínico San Carlos. Catedrático de Geriatría. Universidad Complutense de Madrid
¿Existen unos principios generales referidos a la alimentación de las personas mayores? La respuesta a esta pregunta es sí, pero siempre prestando especial atención a las circunstancias concretas de cada persona.
Asumimos que unas normas muy generales son difíciles de establecer ya que, como ocurre siempre en geriatría, las circunstancias individuales van a ser muy diferentes de unas personas a otras en función de la propia edad, del sexo, del nivel asistencial en el que se encuentre el anciano (domicilio, residencia u hospital), de su estado de salud, de la historia dietética anterior, de los fármacos consumidos y de otro largo etcétera de variables.
Entre estas otras variables, quizás las más importantes sean las referidas al grado de actividad física pasado y actual, así como a los eventuales cambios en la situación social y económica, incluyendo las posibilidades de recibir o no un apoyo social suficiente. En todo caso, conviene dejar claro desde el inicio que lo más importante va a ser siempre individualizar las recomendaciones para cada persona concreta, por más que existan algunas indicaciones de carácter genérico.
Me limitaré aquí a enumerar y resumir algunos de los más importantes puntos que hay que tomar en consideración.
a) Hay que evaluar los requerimientos energéticos globales, con atención tanto el aporte calórico en su conjunto como a la distribución en sus componentes proteico, graso e hidrocarbonato. Quiero dejar constancia de que las recomendaciones de carácter general en cuanto a la ingesta proteica para este sector etario se han ido incrementando en el curso de los últimos años hasta elevarse en la mayor parte de las guías por encima de 1-1,2 g por kg de peso y día.
Estas recomendaciones al alza de acentúan e incrementan especialmente en aquellas situaciones de desnutrición previa, en las que el anciano se encuentra sometido a un estrés médico o quirúrgico agudo, o ante determinados problemas clínicos como pueden ser las úlceras de presión.
b) Recomendaciones de micronutrientes. Es importante asegurar un aporte suficiente de todos ellos, lo que normalmente se va a conseguir si el anciano dispone de un estado de salud aceptable y consume una dieta variada, amplia y rica en alimentos frescos. No es deseable administrar suplementos de manera indiscriminada, aunque tal vez ello resulte obligado en algunas situaciones muy concretas.
El énfasis mayor dentro de este apartado viene de la mano de las necesidades de vitamina D y de calcio. En los últimos años las evidencias de unos niveles bajos de vitamina D en la mayoría de los ancianos son abrumadoras, lo que ha condicionado que las recomendaciones al respecto se eleven hasta un mínimo de 800 mg/día. El papel de esta vitamina en la prevención, no solo de la osteoporosis sino también de las caídas, es un argumento definitivo.
Junto a ello las recomendaciones de ingesta cálcica han ido subiendo, especialmente en las mujeres, y en la actualidad se sitúan para la población anciana a partir de los 1.200-1.500 mg/día. Suplementar la dieta con altas dosis de sustancias antioxidantes como las vitaminas C y E de cara a un eventual retraso en el proceso de envejecer carece de justificación.
Destacar también que habrá que estar atento para cubrir otras eventuales deficiencias igualmente frecuentes como pueden ser las de hierro, magnesio o vitamina B12.
c) Agua y fibra. La utilización de fibra tiene un significado especialmente importante en la patología geriátrica, ya que va a prevenir y, en su caso, ayudar a un buen control de procesos tan frecuentes en estas edades como pueden serlo el estreñimiento, la diverticulosis y la propia diabetes mellitus.
Con respecto al agua recordar que “es el más esencial de todos los alimentos”. En el caso del anciano concurren, además, varias circunstancias desfavorables. En primer lugar una tendencia fisiológica a la peor hidratación. Con la edad se reducen las proporciones tanto del agua extracelular como de la intracelular y se incrementa el empleo de fármacos como los diuréticos que acentúan estas pérdidas. Además, pierden fuerza los sistemas de control homeostático que podrían ayudar a compensar esta situación, como puede ser la sed.
A ello hay que añadir las limitaciones funcionales que experimentan a lo largo del tiempo todos nuestros órganos y sistemas, especialmente aquellos más sensibles a la pérdida hídrica como pueden ser riñón, piel y sistema nervioso central.
d) Interferencias nutrientes fármacos. El anciano es un gran consumidor de fármacos. No llega al 10% la proporción de personas mayores de 65 años que no toman ninguno al día. En el medio comunitario se calcula el consumo medio entre 1 y 3 fármacos diarios. En el medio residencial y en el hospitalario estas proporciones son más altas y pueden aproximarse a los 10 fármacos/día. Además, prácticamente el 100% de los ancianos se automedican de manera regular u ocasional.
Los cambios en el comportamiento farmaconinámico y farmacocinética operados en el organismo durante el proceso de envejecer determinan importantes modificaciones en el metabolismo de la mayor parte de los fármacos, lo que suele obligar a reducir o a espaciar las dosis y aumenta de forma importante el riesgo de reacciones adversas, hasta el punto de alcanzar a un 3% de la población española con edad superior a los 65 años y convertirse así en la quinta causa por la que acude el anciano a un servicio de urgencia.
e) Valoración nutricional. Llevada a cabo en el contexto de una “valoración geriátrica integral” o exhaustiva (comprehensive geriatric assessment).
Todo lo que sea insistir en la importancia de este apartado y en lo poco frecuente que es su cumplimentación en el ámbito médico general, e incluso en el del especialista, es poco. A los ancianos habitualmente no se les pesa ni en las consultas ni en las salas del hospital y, a partir de ahí, resulta obvio que tampoco se lleva a cabo cualquier otra medida de valoración nutricional, salvo excepciones muy concretas.
Si esta valoración nutricional debe ser rutina en el estudio sistemático del paciente de edad avanzada, su realización cuidadosa cobra especial interés ante determinadas situaciones como pueden ser las correspondientes a pacientes con problemas ya conocidos en relación con la propia nutrición, en aquellos con enfermedades crónicas de cualquier tipo, especialmente, en el caso de la demencia, o en los que han sufrido mutilaciones quirúrgicas en su tubo digestivo o toman un número elevado de fármacos.