Un artículo de Teresa Martínez Rodríguez, psicóloga experta en gerontología social y autora de www.acpgerontologia.net
Hoy día, casi nadie pone en duda la importancia de evaluar los servicios gerontológicos. Evaluar y asegurar su calidad son objetivos que han ido cobrando importancia tanto desde la responsabilidad del buen hacer institucional, empresarial y profesional como por la obligación inherente a las administraciones públicas de garantizar unos mínimos de calidad asistencial. Evaluar permite conocer, mejorar, documentar y reforzar los logros, así como detectar áreas de mejora.
En la evaluación de la calidad de los servicios relacionados con el cuidado personal se vienen contemplando dos componentes, complementarios, que necesariamente deben integrados: la atención dispensada y la gestión. En muchas ocasiones, el esfuerzo e interés se ha centrado más en la gestión del centro o servicio que en la calidad de la atención. Además, en la evaluación de la calidad asistencial han tenido gran peso las dimensiones más objetivas y biosanitarias (mejoras clínicas, seguridad, higiene, etc.) frente a las referidas a la calidad de vida de la persona y, concretamente a los aspectos más emocionales y subjetivos (preferencias, elecciones, respeto a las propias decisiones, bienestar subjetivo, etc.) que apenas han sido contemplados.
La AGE Platform Europe junto con la European Association for directors of residential homes for the ederly (AGE & EDE, 2012), en su documento de consenso El marco europeo para la calidad de los cuidados de larga duración a personas mayores, han enunciado los principios que definen un servicio de calidad, incorporando tanto consideraciones relacionadas con la gestión como con la atención y señalando la orientación a la persona como un eje clave en la calidad de los servicios.
Ciertamente, hoy día no podemos conformarnos con el objetivo de lograr una determinada cobertura de crecimiento de recursos o con que los recursos cumplan ciertas condiciones objetivas de tipo técnico. Hemos de dar respuesta a una exigencia ciudadana en aumento que demanda nuevas formas de hacer que garanticen el derecho a decidir de quienes precisan cuidados, que conozcan los modos de vida y preferencias individuales, que apoyen que las personas tengan control sobre su vida y cuidados favorezciendo su bienestar subjetivo. La Atención Centrada en la Persona (ACP), eje internacionalmente reconocido en la definición de la calidad asistencial de los servicios de cuidados de larga duración, debe estar también presente en el diseño de los sistemas de evaluación de su calidad.
En estos últimos años, publicaciones internacionales dan muestra del creciente interés por el diseño de nuevos instrumentos de evaluación orientados desde el enfoque ACP en el campo de la salud y de los cuidados de larga duración. De especial interés es la revisión realizada por Devora de Silva (2014), publicada por The Health Foundation en el documento que lleva por título Helping measure person-centred care.
Los instrumentos de evaluación orientados desde la ACP son diversos. Se han desarrollado desde distintas aproximaciones entre las que cabe destacar la observación sistemática de la atención dispensada y del bienestar de las personas, la evaluación del espacio físico así como la evaluación desde la opinión de quienes participan en la atención (personas usuarias, familias y los profesionales de atención directa). También se han diseñado herramientas para medir el progreso del cambio de modelo en los servicios (mediante auto-evaluación y evaluaciones externas) a través de descriptores e indicadores del mismo.
La ACP es un enfoque todavía escasamente implantado en los servicios sanitarios y gerontológicos españoles. En la actualidad, los instrumentos traducidos y adaptados al español para poder ser usados con las garantías psicométricas pertinentes, son escasos. En esta breve lista cabe citar, en primer lugar la validación del Dementia Care Mapping al español para su uso en residencias de personas con demencia (Villar, Vila-Miravent, Celdrán, & Fernández, 2015). Una herramienta que permite llevar a cabo una observación sistemática de distintos aspectos conductuales de las personas con demencia y de la comunicación de los cuidadores con éstas.
En segundo lugar cabe mencionar la reciente validación que ha sido realizada en una amplia muestra de residencias y centros de día españoles de dos instrumentos que evalúan el grado de ACP dispensado (Martínez, Suárez-Ávarez, Yanguas, y Muñiz, 2015). En este estudio nacional hemos realizado la versión española de dos instrumentos destinados a conocer en qué grado las residencias y centros de día para personas mayores ofrecen una atención centrada en la persona según la opinión de los propios profesionales de atención directa. El primero es The Person‐centered Care Assessment Tool (P‐CAT), cuya versión original, en inglés, fue elaborada por Edwardsson, Fetherstonhaugh, & Gibson (2010). El segundo es The Staff Assessment Person‐directed Care (PDC) e (PDC), creado originalmente por White, Newton‐Curtis, & Lyons, (2008), prueba algo más extensa que la primera y compuesta por ocho factores.
Los resultados obtenidos (su resumen puede ser consultado en el Informe Nº 2 de la serie Informesacpgerontologia), señalan que ambas pruebas presentan unas adecuadas propiedades psicométricas, lo que avala su uso tanto en la evaluación de los servicios como en investigación. Recomendamos, no obstante, en la evaluación de la ACP, utilizar distintas aproximaciones y no limitarla a la opinión de los profesionales para evitar de este modo el sesgo de subjetividad, incluyendo además de la opinión de las personas usuarias, familiares y observación de la atención, algunos indicadores que permitan registrar el progreso en la implementación del modelo.
En este sentido, es oportuno reflexionar sobre si los indicadores de calidad asistencial que vienen siendo utilizados tanto en la evaluación de servicios como en la investigación son válidos para evaluar la calidad desde la óptica de la ACP. Las baterías de indicadores de calidad asistencial vienen siendo diseñadas desde una visión fundamentalmente biomédica integrando dimensiones relacionadas con la salud y el funcionamiento, la higiene, la seguridad o la eficacia clínica/terapéutica, entre otras. Sin embargo, los componentes esenciales de la ACP (autodeterminación en la vida y el cuidado, bienestar subjetivo, el reconocimiento de su singularidad y los elementos de un entorno facilitador) apenas tienen presencia.
Si se reconoce la ACP como uno de los ejes clave de la calidad asistencial es preciso incluir indicadores que completen los habitualmente utilizados permitiendo una visión global y realmente integral de la atención, así como matizar algunos de los que se vienen utilizando (como por ejemplo, el nivel de actividad observado o las caídas registradas) para que no se sitúen en contradicción con los objetivos de la ACP.
La ACP debe integrarse en la evaluación de la calidad de los servicios junto con otros ejes que vienen definiendo la calidad asistencial como son la accesibilidad al servicio, la seguridad, las prácticas basadas en la evidencia o la eficiencia. No tendría mucho sentido entender la evaluación de la ACP como algo “a parte” de los diferentes aspectos relacionados con la calidad asistencial que venimos comprobando. La ACP permite una mirada más global a la calidad de los servicios y cuidados dispensados poniendo en el centro las preferencias y la autonomía personal del individuo que precisa y recibe cuidados. Todo un reto que plantea mucho trabajo, de gran complejidad, pero absolutamente necesario.
Para acabar, a modo de resumen, algunas consideraciones y recomendaciones finales que pueden servir de ayuda en el diseño de una evaluación de servicios gerontológicos integrando la perspectiva de la ACP:
– No olvidar que la evaluación es un medio y no debe planificarse de una forma aislada al modelo de atención propuesto.
– Es importante integrar la ACP dentro de una evaluación más global, revisando los actuales indicadores de calidad asistencial y combinando métodos de evaluación cuantitativa y cualitativa.
– Es preciso llegar a un consenso sobre los principales componentes de la ACP y una batería de indicadores para evaluar el progreso de su implementación.
– No hay un instrumento ni modelo de evaluación “ideal” ni consensuado para evaluar la ACP. Es recomendable contemplar las distintas visiones (personas mayores, familias, profesionales de atención directa y evaluadores externos) así como la observación de la atención dispensada y la evaluación a través de indicadores de progreso consensuados.
– Es necesario utilizar instrumentos validados en población española que cuenten con unas adecuadas propiedades psicométricas.
-Es importante diferenciar la utilización de instrumentos de intervención y de evaluación.
Sobre la autora: Teresa Martínez Rodríguez
Teresa Martínez Rodríguez es Licenciada en psicología por la Universidad Complutense. Dra. en Ciencias de la Salud por la Universidad de Oviedo y experta en gerontología social. Autora de distintas publicaciones en el ámbito de la gerontología aplicada, entre ellas la guía para profesionales, La atención gerontológica centrada en la persona, editada en el 2011 por el Departamento de Empleo y Asuntos Sociales del Gobierno del País Vasco, y de la web www.acpgerontologia.net.