Según diversos estudios, la Enfermedad de Parkinson afecta a prácticamente una de cada cien personas mayores de 60 años, es excepcional por debajo de los 20 años y poco frecuente entre los 20 y 40 años. “Se cree que la enfermedad de Parkinson es probablemente el resultado de una combinación de susceptibilidad genética y exposición a uno o más factores ambientales desconocidos que desencadenan la enfermedad”, comenta la Dra. González.
De hecho, en la última década se han descrito 18 ‘locis’ o lugares genéticos relacionados con esta patología. Así, una investigación ha revelado que la ‘mutación vasca’ de un gen que tiene una especial prevalencia entre la población de algunos municipios guipuzcoanos eleva hasta el 83% la probabilidad de padecer Parkinson en mayores de 80 años.
En la actualidad, no existe un tratamiento que ayude a prevenir esta enfermedad, que tiene su origen en la pérdida de las neuronas productoras de dopamina, fundamental en el control de los movimientos del cuerpo. Como indica la neuróloga de IMQ, los primeros síntomas de esta enfermedad “pueden ser sutiles y se presentan gradualmente. Los primeros síntomas pueden englobar dificultad para realizar movimientos, agarrotamiento, falta de olfato, estreñimiento… El carácter también puede variar en los primeros estadios apareciendo la apatía y el ánimo bajo. Las personas afectadas pueden sentir temblores leves o tener dificultad para levantarse de una silla. Pueden notar que hablan en voz muy baja y que su caligrafía empieza a cambiar y se vuelve pequeña e irregular”.
Esta especialista advierte que este período temprano “puede durar mucho tiempo antes de que aparezcan los síntomas clásicos de la enfermedad como temblor (generalmente comienza en una mano aunque en ocasiones afecta primero a un pie o a la mandíbula, predominantemente se presenta en reposo y tiende a desaparecer durante el sueño), rigidez, lentitud, perdida de expresividad, inestabilidad y trastornos del sueño. En el 80% de los pacientes los síntomas comienzan en un solo lado del cuerpo y luego se generalizan”.
Aunque el diagnóstico se basa en la presencia de los signos motores de la Enfermedad de Parkinson, se están desarrollando multitud de métodos que pretenden aportar una mayor fiabilidad. La mayoría de las pruebas sirven para descartar parkinsonismos secundarios inducidos por fármacos, hidrocefalia, alteraciones vasculares o tumores, entre otras patologías.
Tal y como indica Amaia Gonzalez, ante la sospecha de que pueda padecerse Parkinson, la persona debe ser remitida lo antes posible a un especialista para recibir el mejor tratamiento. Los fármacos dopaminérgicos han conseguido aumentar el tiempo de supervivencia de 10 a 20 años y aproximar la tasa de mortalidad a la de la población general. Además, “el tratamiento puede ser también quirúrgico. La cirugía está indicada en estadios moderados-avanzados o cuando el tratamiento farmacológico no logra controlar los síntomas del paciente durante todo el día”.
El tratamiento farmacológico o quirúrgico debe asociarse un tratamiento complementario “que consiste en fisioterapia, terapias ocupacionales y del lenguaje, que pueden ayudar con problemas tales como los trastornos de la marcha y de la voz, temblores y rigidez, y deterioro cognitivo. El ejercicio también puede ayudar a las personas con Parkinson a mejorar su movilidad y flexibilidad”, indica la Dra. González.