/p>>Un artículo de Lídia Portet Vidal, Psicóloga del Equipo BSP Asistencia

Existen diferentes teorías que ayudan a explicar cómo afecta el proceso de envejecimiento a la persona. Una de las más importantes es la teoría psicosocial de Erickson (1963), que expone que de las ocho etapas del desarrollo social y emocional del individuo, la vejez supondría la última de ellas, en la cual confrontamos los aspectos de integridad y desesperación.
La integridad, o sabiduría, es la capacidad de aceptar los hechos de la propia vida y afrontar la muerte sin un gran temor. Las personas que consiguen esta sensación de integridad, han afrontado bien esta etapa, contemplan sus vidas con satisfacción. Para que así sea, el adulto anciano tiene que aceptar los conflictos vitales, los fracasos y el dolor, e incorporarlos a su autoimagen. Según Erickson, la integridad es la aceptación del ciclo vital como único y singular, cómo algo que ya fue.

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El adulto anciano tiene que aceptar los conflictos vitales, los fracasos y el dolor, e incorporarlos a su autoimagen

Por otro lado, la desesperación. Las personas que no consiguen llegar a la integridad, contemplan su vida como una serie de oportunidades perdidas y direcciones erróneas. En los últimos años se dan cuenta de que es demasiado tarde para volver, y por eso, el resultado es una sensación de desesperanza por lo que no han podido hacer.
Otras teorías que explican cómo se desarrolla la etapa del envejecimiento son la teoría de la actividad y la teoría de la desvinculación.
En la teoría de la actividad se parte de la idea de que solo las personas activas pueden ser felices y estar satisfechas, pues, el individuo tiene que ser productivo y útil para los demás. Según Tarler (1961), defensor de esta teoría, la pérdida del rol tras la jubilación significa una pérdida de función. Junto a eso, hay una inactividad, una limitación en el comportamiento, incluso en el terreno familiar. Algunas personas se sienten perdidas sin las horas estructuradas y la rutina familiar, otras se sienten culpables de tener tiempo libre, muchos pierden objetivos y propósitos de vida, o lo consideran una pérdida de la vida social, y otros se lo toman como un merecido descanso laboral y familiar.
No siempre es fácil este periodo, no está exento de cambios y todas estas pérdidas provocan estrés a la persona mayor. Para que la persona pueda superar sus pérdidas tiene que continuar actuando en la vida, manteniendo una constante e intensa comunicación con otras personas y participando en actividades que tengan objetivos significativos.
En la teoría de la desvinculación, sugerida por Comming y Henrry (1961) entre otros,  se defiende que la persona mayor desea ciertas formas de aislamiento social, de reducción de contactos sociales. Esta teoría pone de manifiesto que si la vejez se dota de seguridad, ayuda y suficientes servicios, el deseo es desvincularse. Pues, el deseo de ser útiles correspondería a la necesidad de seguridad y el temor de verse rechazados, indefensos y desamparados.
También es importante reseñar el cambio que ha experimentado la familia en la sociedad a consecuencia de la sociedad post-industrial.
Ahora existe un predominio de la familia nuclear, formada solamente por padres e hijos, ya que parece que se adapta mejor a las necesidades económicas y sociales que impone la sociedad de consumo, y esta es la razón del abatimiento de la familia tradicional de tres generaciones (abuelos, padres e hijos).
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El cambio social experimentado en el ámbito doméstico ha propiciado que las personas mayores pierdan el papel social que desarrollaba dentro de la familia

Este hecho ha propiciado que sea el anciano el que padezca las consecuencias, porque ha perdido el papel social que desarrollaba dentro de la familia. El abuelo ha sido durante siglos un personaje carismático, sabio e conciliador. En la familia actual, reducida de tamaño e instalada en espacios vitales mínimos, el abuelo tradicional no tiene cabida y pierde su rol (Ramos, 1994).
Independientemente de la aceptación de una u otra teoría, lo que es cierto es que el proceso de envejecimiento es complicado, y cada persona envejece a diferente velocidad y de manera distinta, según las circunstancias que configuren su vida: salud, ingresos, familia, personalidad, etc. Con todos estos cambios a nivel psicosocial, las habilidades sociales son indispensables para las persones mayores.
En las personas institucionalizadas se observa un deterioro social generalizado y la conducta interpersonal constituye una área problemática en muchos individuos. La pérdida de roles, la muerte de familiares, pareja y/o amigos y el efecto del nido vacío conducen al aislamiento y al deterioro de las relaciones sociales.
También es notable el deterioro psicofísico de múltiples orígenes que se hace molesto e incapacita a la persona mayor, haciendo que asuma un estilo de vida retraído y temeroso, con una disminución de la comunicación, y en suma, situaciones de soledad.
El aislamiento progresivo en que se sumergen algunas personas mayores, independientemente de sus causas, interfiere en la salud mental y en la cualidad de vida. Como plantea Gambrill (1986), las relaciones sociales presentan una relación significativa con problemas de salud, tales como accidentes cardiovasculares.
Los efectos negativos de la pérdida de la pareja, amigos o familiares son menos cuando mayor apoyo social se tiene, pues se considera que el desarrollo de nuevas amistades y contactos sociales, paliará estos efectos.
Referencias:
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Pelechano, V. (1991). Habilidades interpersonales en ancianos. Valencia: Alfaplus
Ramos, M. (1994). Los mayores en residencias. Madrid: Alianza