Esto es especialmente importante a tenor de las transformaciones sociales de los últimos años, como el progresivo envejecimiento de la población, el cambio de rol de las mujeres o el modelo de familias, que “han modificado radicalmente nuestra sociedad y las necesidades de las personas”.
Si a ello se suma el avance en derechos sociales, que otorgan a la ciudadanía poder para tomar sus propias decisiones -principio de autonomía- esto obliga “a redefinir nuestras políticas actuales, en especial las que se dirigen a las personas mayores y a quienes se encuentran en situación de dependencia”, afirma Pilar Rodríguez.
En este sentido, la comunidad científica y los Organismos Internacionales vienen insistiendo en la necesidad de realizar cambios que garanticen una atención de calidad, que esté centrada en las personas, y que, al tiempo, se vele por la eficacia y sostenibilidad de los sistemas de protección social.
Como destaca la presidenta de la Fundación Pilares, uno de ellos es la implantación a nivel general del modelo de la AICP cuyos principios “parten de que todas las personas somos iguales en dignidad y derechos, pero cada una es única y diferente del resto, por lo que desde los sistemas de protección social estamos obligados a personalizar la atención para que, además de ofrecer cuidados a quienes los necesitan, se promueva que cada persona pueda mantener su propio estilo de vida y siga controlándola con los apoyos que precise”. Y para alcanzar este objetivo se requiere realizar cambios en las intervenciones profesionales y en el diseño y organización de los servicios.
En este sentido, la AICP se centra sobre todo en la integralidad de la atención y en la atención centrada en la persona. Integralidad como necesidad de avanzar en los cambios necesarios para alcanzar la integración y coordinación de servicios y la atención centrada en la persona que exige mejorar la ayuda que reciben las personas mayores, para que esta se reciba sin menoscabo de su autonomía, derechos y dignidad.
Por ejemplo, en una residencia tradicional “lo normal es que toda la organización del centro se realice pensando en las necesidades del propio servicio y del personal. De esta manera, el trato a las personas suele ser uniforme y no se tiene en cuenta la historia y estilo de vida anterior de cada una, ni sus gustos y preferencias -afirma Pilar Rodríguez- lo que explica la mala imagen que hay de las residencias. Por eso es tan importante cambiar el modelo”.
Pero esta experta expone que el cambio que no se debe limitar a las viviendas institucionales como residencias, geriátricos o centros de personas mayores, sino que debe aplicarse también a la atención a las personas que necesitan cuidados de larga duración y viven en su domicilio, que son la mayoría.
En general, éstas son cuidadas por sus familias, pero “sabemos que afrontar estos cuidados en solitario suele originar efectos adversos en la vida económica y laboral de los y las cuidadores y cuidadoras, restringe sus posibilidades relacionales y de ocio y puede ser causa de enfermedades, en especial, de estados depresivos. Hay que cuidar como un tesoro, que lo es, esos cuidados generosos que realizan las familias a sus seres queridos. Y una forma de hacerlo es ofrecerles formación adecuada para lograr una buena relación de ayuda que sea buena para la persona y buena también para el cuidador o cuidadora”, subraya Pilar Rodríguez. Además, es preciso ofrecer asesoramiento profesional a las familias desde el inicio de la discapacidad o dependencia y servicios formales para complementar los cuidados familiares.
Todo ello sin olvidar que, sobre todo, lo que ayuda a las familias y a las personas que precisan cuidados de larga duración es “contar con unos buenos servicios de atención domiciliaria, centros de día, teleasistencia y productos de apoyo, que se complementen con la atención familiar”.
Por otra parte, y según plantea desde la Fundación Pilares, la atención centrada en la persona requiere que la práctica profesional se desarrolle a través de una óptima relación de ayuda, del modo como es concebida por la Psicología Humanista que se construye desde una posición terapéutica cercana, no directiva, capaz de activar los recursos latentes que todos poseemos y que deben descubrirse con el conocimiento de la historia de vida personal y de sus deseos acerca de cómo quiere continuar desarrollando su vida.
“Con la intervención profesional debe favorecerse que la persona pueda, con los apoyos precisos, seguir desarrollando las actividades de la vida diaria y aquéllas que tengan que ver con sus gustos y aficiones y que pueda continuar tomando decisiones y haciendo elecciones para seguir controlando su propia vida”, indica la presidenta de la Fundación Pilares.
Desde esta entidad se afirma que las necesidades de formación en este sentido tienen que ver con el refuerzo y el aprendizaje de una relación de ayuda que se construya desde el respeto de los derechos y la dignidad de cada persona y la práctica de la escucha activa, la empatía y la autenticidad. Saber hacer historias de vida y construir planes personalizados que apoyen los proyectos de vida de cada persona no es algo que pueda improvisarse, requiere formación. Y también es necesario formarse para diseñar unos servicios coordinados que den una atención integral a la persona en situación de dependencia y a sus familias cuidadoras.