Un artículo de Antonio Cardona, director técnico de Grupo El Yate
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el envejecimiento activo como “un proceso en el que se optimizan las oportunidades de salud, participación y seguridad a fin de mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen”. Por tanto, implicaría entender esta etapa de la vida como parte del ciclo evolutivo y permitiría a las personas mayores tener la oportunidad de participar y contribuir activamente en la sociedad y de vivir con independencia.
La OMS promueve diversas formas de promocionar el envejecimiento activo desde los años 90, pero con antelación muchos investigadores han descrito modelos teóricos que intentaban, con distinta suerte, ofrecer solución a los problemas que acontecían al envejecer. ¿Cómo ha cambiado el concepto a lo largo del tiempo?
Envejecer con éxito
En 1961, Havighurst fue el primero en introducir el término de envejecimiento activo, lo hizo en el primer número de la revista The Gerontologist, definiéndolo como felicidad y satisfacción. Pero sin duda es la aparición del modelo de Rowe y Kahn, en 1998, la base del modelo de envejecimiento activo actual. Este introduce una distinción del envejecimiento: el usual y con éxito. Rowe y Kahn definen tres características esenciales: baja probabilidad de enfermar y presentar discapacidad, un buen funcionamiento cognitivo y físico y, por último, un alto compromiso con la vida.
El modelo europeo actual
Actualmente son los modelos europeos, con la OMS al frente, los que han elaborado y estimulado intervenciones que promueven el envejecimiento activo basándolo en tres pilares: la participación, la salud y la seguridad.
Aunque todos definen, a su vez, seis determinantes fundamentales: con los servicios sanitarios y sociales (prevención de la enfermedad, promoción de la salud, asistencia de larga duración, etc.); conductuales (tabaquismo, ejercicio físico, alimentación sana, alcohol, etc.); relacionados con factores personales (psicológicos, genéticos, biológicos); relacionados con el entorno físico (seguridad de la vivienda, caídas, contaminación, etc.); relacionados con el entorno social (apoyo social, violencia, educación, etc.); y económicos (ingresos, protección social y trabajo).
Este modelo, además, va a definir tres procesos claves para conseguir un envejecimiento activo: la autonomía, la independencia y la calidad de vida.
¿Cómo se aplica el modelo?
Merece una especial atención la forma en la que son tratados estos valores en los centros de mayores. En las residencias, su aplicación se torna más compleja, ya que el modelo se va a desarrollar en un ambiente institucional y con usuarios generalmente más dependientes, en comparación con los que viven en su hogar.
Además, conlleva cambios como el diseño de ambientes domésticos, el personal de atención directa debe adquirir competencias dirigidas a la promoción de la independencia, autonomía y bienestar, respetando los deseos del usuario y, por último, cambios organizativos que ayuden a gestionar con eficacia las dificultades e iniciativas que acontezcan a los profesionales que atienden día a día a los residentes.
Todo ello debe ir acompañado del desarrollo de actividades de la vida cotidiana que sean significativas para el usuario y, además, con valor terapéutico, junto al diseño de entornos físicos y sociales adecuados a personas con diferentes necesidades.
La persona como centro de la acción, el paso definitivo
Su implantación debe caracterizarse por nuevas formas de hacer las cosas que coincidan con los gustos y preferencias de los residentes y les asegure que, aunque sean cuidados por otros, puedan seguir controlando sus propias vidas. No debemos conformarnos solamente con satisfacer las necesidades de su dependencia sino ser garantes de sus derechos, preferencias y deseos. Los cuidados prestados se deben concebir desde la dignidad y el apoyo a la autonomía.
En conclusión, frente a los modelos más tradicionales es necesario apostar por un modelo que reconoce el papel central de la persona en su atención. Los centros residenciales deben proponer estrategias para que sea el propio individuo el que realmente ejerza el control sobre los asuntos que le afectan.
Sobre el autor: Antonio Cardona
Antonio Cardona (Córdoba, 1961) es licenciado en Medicina desde hace 30 años y ha desempeñado su tarea como médico de las residencias del Grupo El Yate desde los inicios del mismo, allá en 1996.
Su profesionalidad y saber hacer, le llevaron a dirigir el área médica de la compañía durante ocho años, cargo que dejó para poder hacer frente a un nuevo cargo: Dirección General, desde 2008 hasta 2012. Los últimos años, Cardona los ha invertido dentro del grupo como responsable de la unidad de Rehabilitación y Director Técnico del Grupo.
Es miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología y de la Sociedad Andaluza de Geriatría y Gerontología. Asimismo, ha participado como docente en múltiples acciones formativas en el ámbito geriátrico, así como en múltiples trabajos científicos como ponencias, comunicaciones y artículos relacionados con la geriatría.