El fenómeno del envejecimiento es una realidad en nuestro entorno que nadie puede negar ya. Que nuestra vida se alargue más allá de los 80 años es un hecho, logrado y auspiciado por las manos de la ciencia y acogido por la mejora de las condiciones de vida de una generación que no lo tenía ni en mente. ¿Quién no conoce a vecinos, quién no tiene familiares y/o amigos de más de 80-85 años?
Hace unos días compartía con mi tío abuelo una conversación pausada acerca de esta prolongación de la vida que él nunca había imaginado. Verse con 87 años pudiendo levantarse cada día; hacer sus tareas en casa, de gran aporte a su autoestima y sentimiento de valía; disfrutar de la comida y de un paseo de veinte minutos a duras penas; enfadarse todavía por el gol de ese partido mal jugado, según su criterio expuesto ante la pantalla de la televisión; y volver a acostarse, sabiendo que su hiperactividad urinaria le cortará el descanso mínimo tres veces en la noche; es una sorpresa, el resultado de un envejecimiento sin plan y sin empoderar.
Apuntaba [1] J. Javier Soldevilla Agreda, director de la revista Gerokomos, allá por el 2009 la importancia de tener en mente esta realidad: “Prepararse entraña dedicación. Entrenarse para un buen envejecer necesita de anticipación y sobre todo de creerse que es una obra que merece la pena, que no se puede entender de otra manera y que exige ponerse a ello en firme mucho antes que lo que ahora, seguro, amigo lector, ha programado en su personal reloj” (Soldevilla, 55: 2009).
Mi reflexión va acerca del tan mencionado envejecimiento activo, ése que ha tenido en 2012 su año, el Año Europeo del Envejecimiento Activo y de la Solidaridad Intergeneracional; ése que ha tenido (y tiene) líneas marcadas por la Unión Europea y respaldadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS); ése que ha tenido la ocasión de ser reflexionado como un hecho rodeado de oportunidades, pues sobre ése va mi reflexión, pero sobre todo sobre el hecho de si contamos con que podemos llegar a envejecer o no.
Existen muchas iniciativas que promueven el envejecimiento activo, asociaciones que desarrollan su labor en este sentido, organizaciones que han surgido a raíz de la necesidad de dar respuesta a este tramo de la vida e instituciones que apoyan con recursos su puesta en marcha y expansión en la línea del envejecimiento activo.
Y la cuestión que lanzo es ¿y las personas?, ¿y los mayores?, ¿qué hacen los que se encaminan al envejecimiento?
Hay diversos focos de actuación, desde las personas mayores que con 50 años empiezan a liderar por sí mismos actividades (http://cincuentopia.com/), hasta personas con cierta edad y deterioro cognitivo que experimentan los beneficios de la estimulación integral en centros de día o centros comunitarios.
También los hay que gustan de viajar, pertenecer a asociaciones municipales de jubilados/as y/o viudos/as, inscribirse en talleres de memoria o en gimnasia de mantenimiento, iniciación a la informática o arteterapia, o acceder a la Universidad para completar sus ansias de conocimiento (www.usc.es/gl/titulacions/ivciclo/).
Hay personas mayores que prefieren vivir su envejecimiento a un ritmo marcado por un entorno rural, entre gallinas y naranjas de la huerta. Los hay que disfrutan de una vida marcada a su manera, en su ciudad o barrio, decidiendo qué hacer y cómo, asumiendo sus consecuencias en todos los sentidos.
Y mi mente de nuevo, al modo de J. Javier Soldevilla Agreda, se muestra con cierto aire de “idealista triste” al sentirme impotente, al darme cuenta de la dificultad que tenemos los especialistas en Gerontología de trasladar la importancia de que las personas, al menos, se vayan haciendo a la idea de un posible envejecer.
Irnos encontrando con historias de envejecimiento no deseado, abocado a ser atendido por otras personas bajo un plan ajeno por necesidad, es lo que me lleva a defender desde aquí la necesidad acuciante de emponderar a las personas de cara a su envejecimiento. Trasladar la importancia de empoderar a las personas hacia un envejecimiento mínimamente planeado, ideado o, al menos, asumido y acogido con aceptación.
Al modo de Lourdes Bermejo, con quien comparto pasión y visión gerontológica, y defensa de los propios planes de envejecimiento, si alguien me pregunta cómo envejecer activamente, le respondo con preguntas:
¿Has pensado en tu posible envejecimiento?, ¿quieres que planifiquemos cómo deseas envejecer o, al menos, lo vayamos acogiendo con aceptación? Como compañero en este camino, acude por favor a ti mismo. Con ello ya hay un gran camino andado hacia el envejecimiento activo. Eres la clave de tu verdadero envejecimiento. Los profesionales de la Gerontología estamos para que se haga realidad contigo.
[1] Soldevilla, Agreda, J.J. Editorial, Prepararse para envejecer o cómo hacerlo bien sin dejarse la vida, en Gerokomos, 2009; 20 (2): 55.
Sobre la autora: Sandra Fernández Prado
Sandra Fernández Prado es Licenciada en Pedagogía, Máster Oficial en Gerontología Social y Doctora en Gerontología por la Universidad de Santiago de Compostela (USC).
Máster en RRHH por la EAE Business School y Master en Sistemas Integrados de Gestión (Calidad, Medio Ambiente, PRL, I+D+i y RSE) por la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR).
Es autora de artículos en revistas científicas nacionales e internacionales, además de ponente en diversos congresos, encuentros científicos y foros del ámbito gerontológico. Ha ejercido la docencia en el Máster Oficial en Gerontología Social de la USC, ha impartido formación en los ámbitos de cuidados paliativos, cuidados auxiliares en geriatría, módulos formativos en centros residenciales, además de haber ocupado puestos de dirección en residencias y centros de día para personas mayores.
En la actualidad, se encuentra inmersa en la tarea de consultoría en Responsabilidad Social Empresarial, además de continuar con su contribución en el campo del asesoramiento en los cuidados a personas mayores en sus domicilios, complementada con publicaciones diversas y actividades de divulgación/sensibilización en Gerontología.
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