Un artículo de Ana Mª González Jiménez,
psicóloga y Presidenta de la Asociación Española de Psicogerontología (AEPG)
En lo referente al envejecimiento y a las enfermedades neurodegenerativas, como lo son el Alzheimer y el Parkinson, es frecuente que la sociedad en general, los cuidadores de los enfermos e incluso profesionales del ámbito sanitario, desarrollen ideas erróneas sobre sus síntomas, su pronóstico, etc. El mantenimiento de ideas que no se corresponden con la realidad, tiene sin duda significativas implicaciones en la atención que reciben las personas mayores y los enfermos de enfermedades neurodegenerativas. Con este texto nos proponemos clarificar algunas de estas creencias.

Comenzaremos por una de las que se encuentra más extendida, incluso entre profesionales sanitarios, y que seguramente genera más prejuicios hacia las personas mayores. Es incluso alarmante la frecuente utilización del término demencia senil no solo en conversaciones “de la calle” si no en diferentes medios escritos, sorprendentemente también firmados por médicos.
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La demencia no se produce por el mero hecho de envejecer, si no como la manifestación de una enfermedad neurológica


Entiendo que con el empleo de este concepto se pretende hacer referencia a los diferentes déficits cognitivos y funcionales que sufren algunas personas mayores. Sin embargo, en primera instancia, resulta crucial distinguir cuándo estos déficits se enmarcan en un proceso de envejecimiento normal, sin repercusión para el desenvolvimiento de la persona en su medio, y cuándo éstos déficits sí interfieren (y hablaríamos entonces de demencia) siendo la manifestación de una enfermedad neurológica que debe ser identificada para recibir el tratamiento (farmacológico y no farmacológico) que precisan.
¿Es que acaso todas las personas mayores son “dementes”? Claro que no. Entonces, debe quedarnos fijado el siguiente razonamiento en nuestra mente: la demencia no puede considerarse senil porque la vejez no es por sí misma una enfermedad, y la demencia no se produce por el mero hecho de envejecer, si no como la manifestación de una enfermedad neurológica. Si pensamos lo contrario, estamos eludiendo su auténtico diagnóstico y por tanto, su tratamiento correspondiente.


Una de las claves en el diagnóstico de un paciente que presenta quejas de memoria es identificar qué proceso permite explicar los déficits que experimenta. La asociación entre quejas de memoria y enfermedad de Alzheimer es frecuente, y casi de forma automática, entre personas sin relación profesional con el ámbito sanitario. Pero lo cierto es que una gran variedad de enfermedades neurológicas (no solo degenerativas) pueden suponer la aparición de déficits de memoria y, aunque la enfermedad de Alzheimer es actualmente la principal causa de demencia, no es la única.
Debemos además considerar que no solo las enfermedades de naturaleza neurológica pueden producir deterioro de las funciones cognitivas; por ejemplo los déficits en la memoria también pueden explicarse por procesos de naturaleza emocional como el estrés y la depresión. Esto último supone en muchos casos dificultades para distinguir ambos. De hecho, existe evidencia en la bibliografía de diagnósticos erróneos en esta línea, al haberse confundido la demencia con lo que finalmente se identificó como depresión (la llamadapseudodemencia depresiva).


Por otro lado, los síntomas depresivos pueden aparecer en las fases iniciales tanto de la enfermedad de Alzheimer como del Parkinson, siendo determinante distinguir en qué medida los síntomas depresivos difuminan el síndrome demencial. No obstante, un artículo aparte merece la tendencia de muchos profesionales sanitarios a asignar el diagnóstico de depresión (como una etiqueta de serie) a pacientes de muy diferentes etiologías, solo porque algunos de los síntomas que presentan pueden asemejarse. Sin embargo, tras someternos a un análisis exhaustivo, atendiendo a su forma de aparición, su evolución, etc., y a las pruebas más pertinentes (sin prejuicios iniciales), el profesional se dirigiría hacia el diagnóstico certero (en algunos casos muy diferentes del inicial).


Pero no solo los déficits cognitivos se manifiestan en un terreno que por su complejidad puede generar confusión; también dentro de los síntomas motores, como es el caso del temblor. Es común que sobre todo personas sin formación específica relacionen este síntoma tan evidente con la enfermedad de Parkinson, pero también se dan con frecuencia diagnósticos médicos erróneos al confundir la enfermedad con temblor esencial.

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Los déficits en la memoria también pueden explicarse por procesos de naturaleza emocional como el estrés y la depresión


La enfermedad de Parkinson constituye un cuadro clínico de diferentes síntomas entre los que puede o no darse el temblor, de hecho, puede manifestarse con un mayor predominio de la lentitud en los movimientos y de la rigidez del cuerpo, sin presencia del temblor.


Cuando este último se manifiesta en la enfermedad de Parkinson lo hace en situación de reposo y disminuye cuando se inicia un movimiento de forma voluntaria, a diferencia del temblor esencial, que se produce en los movimientos voluntarios o al mantener una posición en contra de la gravedad.


No es menos frecuente escuchar (o leer por internet) al cuidador de un enfermo de Alzheimer (o de Parkinson aunque en menor medida) decir que su familiar ha fallecido a causa de la enfermedad. Es cierto que el proceso degenerativo implica una mayor vulnerabilidad para la aparición de determinadas enfermedades, siendo las principales las infecciones concomitantes como la respiratoria o la urinaria, o las complicaciones vasculares, pero la enfermedad de Alzheimer no produce la muerte del paciente.


Esto, por supuesto, tiene implicaciones para la atención médica que reciba el paciente pues los cuidadores podrían asumir que todos los síntomas que aparezcan (sobre todo en la última fase) son parte de la propia enfermedad neurológica y tratados por tanto con cierta resignación, lo que podría retrasar el diagnóstico de la afección concomitante y su tratamiento adecuado.
Para finalizar, sabemos que la convivencia con los enfermos de enfermedades neurodegenerativas puede resultar realmente complicada para su cuidador (especialmente para el principal). En muchos casos, aun habiendo recibido intervención psicoeducativa, es difícil entender realmente la enfermedad.


En la convivencia pueden darse multitud de situaciones en las que el paciente desarrolle comportamientos que lleguen a sobrecargar al cuidador (negativa al vestirse o al comer, por ejemplo) y a que éste interprete erróneamente que hay una intencionalidad caprichosa de molestar por parte del enfermo. Es necesario distinguir cuáles de esas conductas son manifestaciones de la enfermedad y cuáles son propias de su personalidad (que, aunque enmascarada, no desaparece) para facilitar una convivencia lo menos conflictiva posible. Por ejemplo, es común escuchar a los cuidadores expresar la frase “se acuerda de lo que quiere” sobre todo en las primeras fases de la enfermedad.


El funcionamiento de nuestro cerebro es realmente complejo y el daño cerebral que se produce en el proceso neurodegenerativo, tanto en el Alzheimer como en el Parkinson, responde a esa complejidad. Así, es más que habitual que el paciente recuerde alguna información, pero no otra (incluso que el recuerdo pueda depender del contexto), o que sea capaz de realizar algunas acciones pero no otras que sin embargo al cuidador pueden resultarles más sencillas.  
Estas son sólo algunas de las creencias erróneas que se mantienen, aun en la actualidad, acerca del envejecimiento y las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson. Cualquier esfuerzo por sustituirlas por información veraz, por pequeño que sea, no será en vano si conseguimos diagnósticos más tempranos (y certeros) y una atención al enfermo que mejore su calidad de vida y la de sus cuidadores.

Sobre la autora: Ana Mª González Jiménez 

geriatricarea Ana Gonzalez JimenezAna Mª González Jiménez es psicóloga y actualmente desempeña el cargo de Presidenta de la Asociación Española de Psicogerontología (AEPG). Es Máster en Psicogerontología por la Universidad de Salamanca y Máster en Neuropsicología Clínica por la Universidad Pablo Olavide de Sevilla.
Ha desempeñado su labor en varias residencias y centros de día para personas mayores y en centros de rehabilitación de daño cerebral. Recientemente se ha unido a la Asociación para la Protección de Enfermos de Terapias Pseudocientíficas (APETP).