Un artículo de Emilio Negro González,
Director de Enfermería
Centro Sociosanitario Hermanas Hospitalarias de Palencia
El agua es esencial para nuestra supervivencia, nuestro cuerpo la utiliza como nutriente esencial, todo nuestro organismo depende de su presencia. Si no mantenemos un equilibrio entre el agua de nuestras ingestas y las salidas de fluidos, el mantenimiento de la vida puede verse seriamente perjudicado, pues se alterarán las funciones celulares, los tejidos, la temperatura corporal, etc. De esta forma aparecen los síntomas de la deshidratación.
Con el aumento de la edad disminuye la sensación de sed, influenciado por la disminución de la temperatura corporal. Además, los mayores tienen un menor contenido de agua debido a los cambios fisiológicos y a la composición corporal, que se caracteriza por una disminución de la masa muscular y un aumento de grasa corporal.
Cuando observamos a una persona mayor deshidratada lo primero que evidenciamos es la sequedad de las mucosas y en la piel. Posiblemente habremos observado problemas en la eliminación tales como estreñimiento y disminución del volumen de orina, llegando a adquirir ésta un tono más oscuro debido a la alta concentración de la misma.
Otros síntomas más inespecíficos que observamos en la exploración son: sensación de fatiga y cansancio generalizado llegando a incrementar la somnolencia o la sensación de letargia, irritabilidad, cefaleas… generando un deterioro cognitivo y déficit motor.
Expertos en nutrición clínica han concluido que las personas mayores no consumen cantidades adecuadas y suficientes de líquidos que les permitiría mantener una adecuada hidratación.
Entonces, ¿qué podemos hacer contra la deshidratación de la persona mayor?
En primer lugar tenemos que estar atentos a las personas que denominaremos de riesgo:
- Pérdida de apetito
- Deterioro cognitivo
- Alto nivel de dependencia
- Problemas de deglución o disfagia.
A partir de esa valoración, hay que establecer sistemas de vigilancia que garanticen un seguimiento en su hidratación. A su vez los cuidadores, bien sea en el entorno familiar o residencial, deben ser formados para conocer y favorecer la ingesta de líquidos según las necesidades de cada persona y en función de su balance hídrico.
El conocimiento de los gustos y preferencias de la persona nos ayudará a aportar aquellos líquidos que tolere mejor o sean más de su agrado. Se les puede ofrecer con más frecuencia y variedad y, teniendo en cuenta las diferentes horas y momentos del día aportaremos sopas, caldos, leche, zumos, agua, líquidos saborizados o con textura modificada; las frutas y verduras también aportan alto contenido en agua y pueden ser enteras y crudas (ensaladas, gazpachos) o cocinadas (cremas, cocidas…).
Debemos conocer que algunos líquidos tienen efecto diurético por lo que aumentará el riesgo de deshidratación. A estas sustancias se las denomina xantinas y están presentes en el café, té, chocolate, bebidas de cola… evitaremos su consumo en exceso, también debemos evitar el consumo de bebidas alcohólicas.
Cuando el clima mejora y se acerca el verano debemos contrarrestar las pérdidas por sudor y por la respiración. Buscar espacios frescos con ambientes ventilados y facilitar el uso de ropa ligera y que no produzca sensación de calor.
Si logramos aportar entre 2 y 2,5 litros de líquidos repartidos a lo largo del día a personas sanas, antes de que aparezca la sensación de sed, garantizaremos una función cognitiva más aceptable y mejoraremos el estado de ánimo y, en definitiva, una mejor calidad de vida.