Un artículo de Oriol Escabrós Andreu
Técnico Supervisor de Cataluña de la Fundación Siel Bleu
Lic. en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y Master en Actividad Física y Salud
En los últimos años, las sujeciones han sido un tema de discusión entre los expertos en geriatría sobre los daños que estas pueden ocasionar en las personas mayores. Aunque en algunos países ya existen leyes para eliminarlas, el uso de ellas parece persistir, sobre todo entre personas con demencia y las que se encuentran en riesgo de sufrir caídas.
En el pasado, las sujeciones se utilizaban en los asilos y residencias porque se tenía la mentalidad de que si las personas mayores se movían, podían sufrir algún daño. En la actualidad se ha comprobado todo lo contrario. El cuerpo necesita del movimiento y de la actividad física para mantenerse, y algunos estudios sugieren que las contenciones físicas pueden llegar a ser métodos menos efectivos que seguros para reducir las caídas o algunos otros accidentes.
Las sujeciones físicas se usan regularmente en los momentos en que los profesionales sanitarios tienen una mayor carga trabajo, y los residentes no pueden estar bajo una vigilancia constante. Así, las restricciones físicas evitan que se produzcan caídas entre las personas que están sujetas por un deterioro físico.
Las contenciones no solo afectan al paciente de manera física, sino también en el aspecto psicosocial, y esta carga también afecta de manera psicológica a los familiares.
Según un artículo publicado por la NCBI, las personas mayores informan sentimientos encontrados sobre su experiencia con las restricciones físicas.
Para algunos estos métodos tienen un significado positivo, pueden brindar una sensación de seguridad y estabilidad. Sin embargo en general, la restricción física no se experimenta como algo positivo.
Para muchas personas mayores, el uso de estos métodos tiene un carácter más traumático que terapéutico. Esto va acompañado de sentimientos de vergüenza, pérdida de dignidad y autoestima, pérdida de identidad, ansiedad y agresión, aislamiento social y desilusión. En el caso de los familiares la contención mecánica se asocia principalmente con la idea de fatalidad, un sentimiento del comienzo del fin de la vida.
La actividad física en el entorno residencial se ha convertido, sin lugar a duda, en una de las principales herramientas para combatir los problemas de sedentarismo y aislamiento. Con la edad se produce una progresiva pérdida de las capacidades físicas. La actividad física en los pacientes residenciales ayuda a ralentizar e incluso frenar el proceso degenerativo propio de la edad.
Las personas mayores, debido a la disminución de sus capacidades funcionales, se vuelven más dependientes. El músculo, por ejemplo, con la edad, pierde fuerza de forma progresiva, en un proceso denominado sarcopenia. La pérdida progresiva de fuerza impide a las personas mayores poder realizar las actividades de la vida cotidiana (sin fuerza es imposible levantarse de una silla, caminar, o inclusive sostenerse por sí mismo). Es por esto que, un trabajo específico de fuerza en las personas mayores resulta ventajoso, ya que ayuda a combatir la sarcopenia potenciando así su autonomía e independencia.
El ejercicio físico dentro del entorno residencial, es un factor determinante para la prevención de caídas. El ejercicio físico adaptado para personas mayores ayuda a reducir la fragilidad, limitando el uso de contenciones mecánicas y, en consecuencia, reduciendo de manera considerable el número de úlceras por presión.
Los beneficios de la práctica de actividad física en pacientes dentro del entorno residencial no se limitan al aspecto físico o cognitivo. En ocasiones, el residente se encuentra muy solo o incluso puede llegar a pensar que los suyos lo han “abandonado”. Realizar éste tipo de actividades en grupo fomenta la socialización; involucrarlos en actividades grupales que fomenten la cooperación y la participación les ayuda a combatir estos malos pensamientos.
Es así como podemos concluir que la actividad física en los pacientes en residencias es una herramienta de probada eficacia que ayuda a detener la progresiva pérdida de capacidad funcional, ayudando a ganar fuerza y previniendo las sujeciones por deterioro físico. La actividad física así mismo, ayuda a mejorar también las capacidades cognitivas y tiene un impacto directo en el aspecto social y emocional en el residente.