Psicogerontóloga y neuropsicóloga
Presidenta de la Asociación Española de Psicogerontología
Durante el envejecimiento como parte natural del proceso mismo, las personas experimentan cambios en todas sus esferas. Aunque estos cambios pueden efectivamente manifestarse como declive de algunas capacidades (también por supuesto como ganancias) éstas generalmente no llevan consigo una alteración de funcionalidad en el desempeño de las actividades de su vida diaria.
Así, centrándonos en lo que concierne a la esfera psicológica, es común que las personas a partir de una determinada edad manifiesten notar una mayor presencia de los coloquialmente llamados “despistes”, una menor capacidad para aprender cosas nuevas (por ejemplo, aprender a utilizar las nuevas tecnologías), una dedicación de tiempo mayor para realizar tareas habituales, sentimientos de ansiedad y/o depresión, entre otras.
Generalmente estas manifestaciones se deben al proceso normal de envejecer y no suponen la aparición de ninguna afectación cerebral (por predisposición genética o sobrevenida) y/o trastorno emocional. Estas personas únicamente deberán seguir haciendo el esfuerzo de observarse y conocerse a sí mismos en este nuevo periodo vital e ir adaptándose a estos cambios con las estrategias y recursos que se encuentren a su disposición.
Pero en este punto debo hacer un inciso para resaltar que en ocasiones determinadas conductas en personas a partir de una determinada edad pueden ser consideradas como propias del proceso de envejecer, y por tanto, normales, tanto por parte del entorno no sanitario como incluso a veces por el sanitario. Esto se debe en gran medida a que aún hoy en día tenemos asociada la imagen del envejecimiento a pérdidas, tristeza, dependencia, etc. El hecho de asumir esta imagen estereotipada y negativa del proceso de envejecer, implica indudablemente el retraso del diagnóstico certero y de recibir el tratamiento adecuado.
Y es que en ocasiones lamentablemente manifestaciones como perder objetos, olvidar citas, verbalizaciones de sentimientos de inutilidad, por ejemplo, son efectivamente la revelación de una afectación cerebral (que en un número creciente de casos se deben a enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer pero también a enfermedades cerebrovasculares) y/o la revelación de un trastorno emocional (depresión, ansiedad, etc.).
En un momento concreto, las manifestaciones interfieren de una forma significativa en el desempeño de la persona en las actividades de su vida diaria y son reflejo de alteraciones de sus capacidades neurocognitivas. La persona mayor que padece una afectación cerebral y/o trastorno emocional se enfrenta entonces a un proceso denominado envejecimiento patológico que en última instancia podrá implicar una mayor dependencia.
Con respeto a este punto, considero necesario realizar otro inciso. Tal y como apuntan las investigaciones, la reserva cognitiva puede proporcionar a la persona una mejor tolerancia a los cambios producidos por una afectación cerebral por lo que podría actuar como factor de protección. Así, una persona acostumbrada a dirigir una empresa multinacional y por tanto, a mantener un alto nivel de actividad intelectual presumiblemente podría beneficiarse de su reserva cognitiva y retrasar el deterioro de sus capacidades neurocognitivas.
No obstante, en la otra cara de la moneda, sus recursos intelectuales podrían permitirle enmascarar el deterioro cognitivo y que su patología pase desapercibida por su entorno y sus profesionales sanitarios de referencia, al menos inicialmente. Así, a la hora de evaluar la posible presencia de alteraciones neurocognitivas en cuanto a su funcionamiento en las actividades de la vida diaria, el psicogerontólogo deberá esforzarse por determinar cuál era el funcionamiento previo de esa persona y a qué nivel interfieren los cambios en la calidad de vida de la persona teniendo siempre como referencia las actividades que realizaba anteriormente.
De esta forma, una de las cuestiones iniciales más relevantes será determinar si la persona mayor manifiesta cambios propios de un envejecimiento normal, sin que sea necesario intervenir, o si por el contrario, constituyen un envejecimiento patológico. Y por lo comentado anteriormente, responder a esa cuestión no es siempre tarea sencilla ni está exenta de complicaciones. En el caso de que el psicogerontólogo tenga la sospecha de que la persona mayor pueda estar manifestando una patología neurológica y/o emocional, deberá derivarle al profesional competente en ese área para un estudio exhaustivo.
Una vez respondida la cuestión inicial, el psicogerontólogo podrá recomendar a la persona que experimenta un envejecimiento normal pautas psicológicas individualizadas para que las incorpore a su rutina diaria con el fin de mantener y compensar el declive normal de las capacidades, dirigidas a mantener su nivel de funcionamiento actual e incluso el objetivo puede ser mejorarlo con estrategias específicas. Algunas de las pautas pueden ser usar agendas de papel u electrónicas para recordar citas, programar alarmas sonoras en el móvil, entrenamiento en técnicas de relajación, entrenamiento en autoinstrucciones para mantener la atención en la tarea en curso, etc.
Además, el psicogerontólogo podrá recomendarle su inclusión en programas de psicoestimulación y/o psicoeducativos, entre otros, dirigidos a lograr los mismos objetivos pero abordados de una forma más amplia y bajo la supervisión profesional constante.
En caso contrario, cuando desafortunadamente se concluye que la persona está experimentando un envejecimiento patológico, al margen de los tratamientos farmacológicos que pueden frenar y/o resolver la patología, en la actualidad disponemos de diversos tratamientos no farmacológicos basados en la evidencia. No obstante, con frecuencia surgen nuevas propuestas terapéuticas no farmacológicas con resultados prometedores que pueden hacerse un hueco interesante, por ejemplo la aplicación de las nuevas tecnologías en personas con demencia.
Tras la evaluación psicológica pertinente, el psicogerontólogo deberá establecer para cada caso unos objetivos específicos y diseñar un plan de atención psicológico individualizado que guie el conjunto de intervenciones psicológicas que se llevarán a cabo a corto y largo plazo. Para establecer el plan deberá tener en cuenta su personalidad premórbida (expresada cuando sea posible por la persona misma o a través del entorno) y centrarse en mantener, compensar y/o rehabilitar, dependiendo de las posibilidades que plantee cada caso, aquellas actividades que conformaban su vida diaria y que son significativas específicamente para esa persona.
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A la atención de la autora Ana Maria Gonzalez y de todo el equipo de Geriatricarea,
Estoy firmemente de acuerdo con los Tratamientos no farmacológicos basados en la evidencia y con informar y trabajar horizontalmente con los profesionales sociosanitarios que ejercen como cuidadores formales en Home Care – Servicio de Atención a Domicilio; considero que una de las soluciones es dar instrucciones a los profesionales y facilitar un soporte continuado basado en la siguiente metodología dinámica y continuada:
– Aproximación en Buenas Prácticas focalizadas en la Persona (Historia de Vida/Novela de Vida) y en la Enfermedad y/o Enfermedades que padece: conociendo la etiología de las enfermedades y facilitando este conocimiento al profesional.
– Plan de Trabajo: focalizado en las habilidades relativamente preservadas de la persona con tal de trabajar sobre ellas evitando la focalización en las deficiencias; construyendo tareas delimitadas y en sujetas a cambios según la evolución de la persona y los recursos del profesional.
– Seguimiento: semanal, quinzenal o mensual del Plan de Trabajo, de la persona y del profesional que ejerce como cuidador formal en el domicilio.
Gracias por vuestro contenido.
Saludos.
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