Un artículo de Marc Trepat Carbonell,
arquitecto y Socio director de B\TA Artistic, Technical & Social Architecture
Tenemos por delante dos retos globales: la lucha contra el cambio climático y el envejecimiento de la población. El primero de estos dos retos obliga a los arquitectos a diseñar edificios más sostenibles, respetuosos con el medio ambiente y con un consumo energético próximo a cero, y el segundo, a promover soluciones que permitan a las personas mayores vivir cómodamente. Se trata de una cuestión fundamental si tenemos en cuenta que el 19% de los ciudadanos españoles tienen más de 65 años y que en 30 años puede doblarse el número de los que lleguen a 80 y multiplicarse por 10 diez el de los que alcancen o superen los 100.
Para proponer soluciones arquitectónicas al segundo de los retos, lo primero que hay que hacer es conocer las necesidades de las personas mayores. Todos queremos vivir en nuestra casa hasta el final y esto no es fácil, tanto por el tipo y las condiciones de las viviendas en las que residimos como porque precisamos ayuda para las actividades diarias. Pero el reto consiste precisamente en hacerlo posible, sean cuales sean las dificultades. Y de ahí la importancia de conocer qué necesitan las personas mayores para diseñar los espacios en los que vivir y hacerlo de la forma más adecuada.
De las residencias asistidas a modelos centrados en las personas
Hasta ahora, en España, hemos diseñado residencias como si se tratara de edificios híbridos entre hoteles y hospitales, espacios terriblemente institucionales y muy alejados de lo que todos entendemos como un hogar. Las residencias que se construyen son en la práctica totalmente asistidas, entre otras razones porque el parque de plazas residenciales está por debajo del 5% de la población mayor de 65 años, el porcentaje que la OMS considera necesario. Un modelo arquitectónico muy alejado en su concepción de otros países, especialmente los del norte y el centro de Europa en los que desde hace tiempo se aplica, con distintas características, el de atención centrada en la persona (ACP).
En síntesis, los modelos nórdicos tienen espacios comunes mucho más pequeños y habitaciones individuales mucho mayores, distribuidos en unidades de convivencia muy pequeñas, de entre 8 y 20 personas como máximo. Los modelos de Alemania y Holanda se parecen mucho a los nórdicos, con unidades de 15 a 20 personas, desarrolladas con diferentes unidades por planta y algunas habitaciones dobles. Los anglosajones son distintos, pero también tienen interés porque parten de unas comunidades autónomas y cuentan con unidades asistidas más reducidas.
Es asimismo valioso, en este sentido, el modelo norteamericano basado en edificios de apartamentos para personas sin dependencias (independent living) en los que la existencia de muchos espacios compartidos genera una vida en comunidad muy eficaz. En cada uno de estos edificios también hay unidades pequeñas para personas asistidas (assisting living) e incluso unidades para personas con demencias (memory care). Otro modelo ventajoso es el conocido como cohousing, nacido en Dinamarca y exportado con éxito a los países anglosajones y recientemente también a países mediterráneos, cuya base es la autopromoción y autogestión del conjunto desde el primer minuto, pero que tiene el inconveniente de que no se adapta a la totalidad de las personas.
Para quienes tienen un cierto grado de dependencia, conseguir espacios que limiten los estímulos negativos es muy importante. Es la manera de evitar el estrés, la angustia y la depresión, sobre todo cuando se sufre algún tipo de demencia. Está demostrado que los espacios que favorecen los estímulos positivos mejoran el estado de ánimo de las personas y reducen de forma significativa el uso de los fármacos.
En consecuencia, el reto inmediato es conseguir residencias distribuidas en unidades de convivencia más pequeñas y organizar los edificios para que los equipos de atención puedan atender a cada unidad sin incrementar el personal ni los costes de forma excesiva. Para ello es necesario crear varias unidades por planta que permitan distribuir a los residentes según sus necesidades, pero que generen espacios más pequeños y flexibles que faciliten en la medida de lo posible la intimidad de las personas.
Hemos empezado a hacerlo. Pero la pregunta es si serán así las residencias para las futuras generaciones de personas mayores. Y la respuesta es que no, o no totalmente. En el núcleo familiar de mis padres convivían bajo un mismo techo tres generaciones. La generación de quien esto escribe ya no ha convivido con sus padres, aunque sí se ha encargado de ellos, bien multiplicando horarios, bien buscando personas de compañía. Cuando nosotros seamos mayores, no sabemos dónde vivirán nuestros hijos, si es que los tenemos, y probablemente seremos nosotros los que decidamos que no queremos que nos cuiden.
Mayores social y mentalmente activos
Las necesidades de las personas mayores no se acaban con la puesta en marcha de residencias asistidas. También hay que pensar en entornos adecuados cuando gozan de una salud razonable y no necesitan una residencia asistida. La jubilación no debe suponer el aislamiento de los mayores. Al contrario, hay que conseguir que vivan en entornos más estimulantes y que sean social y mentalmente activos. Y esto exige, a menudo, volver a reunir a gente de diferentes generaciones, aunque no necesariamente bajo el mismo techo, como hacían nuestros padres y abuelos, pero sí en entornos que permitan la necesaria relación intergeneracional.
Tienen que ser edificios de viviendas globales, dentro de la sociedad y no aisladas, en régimen de alquiler a precios asequibles y que permitan la convivencia en un marco de comunidad. Y además, con los servicios adecuados en función de las necesidades y unidades asistidas más pequeñas y próximas que permitan la atención a las personas con mayores dependencias. Ya hay bastantes experimentos en marcha. Uno de ellos es una residencia para mayores en Holanda, donde los estudiantes viven gratuitamente a cambio de pasar un tiempo con los residentes. Para muchos de ellos, algunos nonagenarios, lo mejor del lugar donde viven es, según dicen, la presencia de los estudiantes, un hecho que los estimula y los ayuda a mantenerse jóvenes.
A mi juicio, este es el camino: comprender las necesidades de las personas mayores, adaptarse a ellas y promover soluciones arquitectónicas que les permitan vivir en condiciones de felicidad hasta el final.
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