Un artículo de Laura Cantero Poncio, Jefa de Servicio de Clece Vitam
Muchas son las técnicas que se aplican a las personas residentes en los centros de mayores para reducir su consumo de fármacos. También al resto de personas mayores que acuden a instituciones como estancias diurnas, o a los que siguen en sus domicilios con servicios privados, públicos o vinculados a prestaciones económicas. Igualmente, en aquellos que cuentan con el apoyo de un cuidador informal que les ayude a seguir desempeñando una vida digna y plena.
Podríamos tratar, aquí, de estimulación sensorial, de animales preparados para la terapia asistida, de los beneficios de las convivencias intergeneracionales, de la risoterapia o de los talleres de relajación. Podríamos encauzar este artículo fundamentando dichas intervenciones en base a los beneficios que provocan en las personas mayores que participan en cada uno de los programas y proyectos. Y sin embargo, vamos a centrarnos en lo realmente importante: en cada una de las personas con las que trabajamos y a las que atendemos.
Es de suponer que, si queremos realizar una terapia no farmacológica, es porque buscamos el beneficio de nuestro cliente. Y que el objetivo último es conseguir la mejora de cada individuo reduciendo fármacos, si es posible, o, al menos, no aumentándolos. Y ahí está la clave: cada individuo. A quien debemos conocer hasta el extremo, saber cuáles son sus necesidades y, por supuesto, cuáles, sus capacidades.
Hasta hace no mucho tiempo, hemos aplicado un cuidado paternalista y asistencialista a las personas mayores, con la buena intención de ser los mejores profesionales, esos que son capaces de cubrir todas sus necesidades. Pero eso ha cambiado: ahora debemos tratar de colocar a la persona mayor en el centro de la intervención.
La persona residente es capaz, tiene objetivos en la vida, así que nuestra función no es otra que apoyarla en sus proyectos. Uno de ellos, en la mayoría de los casos, es reducir la polifarmacia, pero solo podremos conseguirlo si nuestro mayor se siente bien en todos los aspectos de su vida: física, biológica y socialmente.
Una persona feliz tiene menos riesgo de enfermar. Una persona con proyectos, tiene ilusión y ganas de seguir adelante. Una persona con relaciones sociales alimenta su autonomía. Conseguir que siga siendo una persona de pleno derecho, autónoma, libre y con capacidad para decidir. Eso es lo que deseamos.
Sí, olvidamos eso de asistirles, ser paternales y cubrir sus necesidades. Porque, ahora, les damos opciones para que sean libres. No hay mayor felicidad que ser autónomo. Apoyamos su capacidad e intentamos cumplir sus deseos. ¿Y cómo se puede conseguir todo esto? Conociendo. Sabiendo. Escuchando. Investigando. Cada persona es única. Cada vivencia es esencial. Cada historia de vida nos da una pista y una solución.
Cada individuo es importante en sí mismo. Por su historia, por lo vivido. por sus relaciones sociales y por su biografía. Esa es nuestra primera labor. Escucharles, que no oírles. Debemos conocer sus gustos y preferencias, y el porqué de los mismos. Y a partir de ese momento, establecer los programas, los proyectos, las actividades que más le beneficien.
Para Manuel y Rosa, un perro no es una mascota
Imaginemos que tenemos la posibilidad de desarrollar un programa de terapia asistida con animales, y queremos que nuestros residentes se beneficien. Si no hubiésemos investigado, si no les hubiésemos conocido, podríamos caer en el error de “obligar” a participar en la actividad a Manuel, que siempre consideró a los animales como herramientas de trabajo; o a Rosa, que de pequeña fue mordida por un perro y, desde entonces, le infunden pavor.
Para Manuel, el perro es el que lleva a las ovejas por el campo, el que las encarrila y se enfrenta a los lobos. En la vida ha visto un animal dentro de casa, mucho menos que se suba una mesa y que las personas residentes deban que masajearle o cepillarle. Para Manuel, un perro es solo un animal. Por eso, si conocemos a Manuel sabemos que no va a aceptar esa actividad. No le encontrará ningún sentido terapéutico. Es más, no le hará ninguna gracia, siquiera verlo.
Y para Rosa, es algo tan esencial, que sus cuidadores informales nos lo han contado. Si ese acontecimiento le provoca ansiedad, no hay ningún objetivo que le suponga un beneficio al participar en esa actividad. Además, lo único importante es que le hemos preguntado a Rosa, y ella no ha querido participar. Es lo que debe primar. Su decisión de realizar la actividad o no. Respetarla es nuestra obligación.
Si María baila el tango, no sentirá dolor
Imaginemos, ahora, que estamos en un taller de danzaterapia y sabemos que para María, hija de inmigrantes argentinos, el tango es fundamental. El beneficio será mayor y posiblemente le estemos ayudando a cumplir un proyecto de vida: volver a bailar. ¿Cómo se sentirá María? Recordará aquellos años en los que el baile le hacía reír, porque lo asociará con sus compañeros, quizá con una pareja, seguro que con su vida. María realizará un ejercicio físico completo y, posiblemente, no sentirá dolor. Ella comunicará a los demás cómo se siente, quizá se emocione. Estoy segura de que sonreirá. Y si lo desea, programará en su agenda la próxima sesión de danzaterapia y se lo contará a los demás, a sus familiares, a sus amistades. María sabe que volverá a bailar.
Hemos sido capaces de escuchar, hemos sido capaces de comunicarlo, hemos sido capaces de hacer feliz a María. Y hemos conseguido que hoy, mañana y la semana que viene no necesite tomar medicación ya que estará feliz por haber vuelto a bailar al compás de su tango querido. Porque la única terapia posible comienza por conocer a las personas.