Un artículo del Dr. Borja Corcóstegui,
presidente del Clinical leaders Forum de Miranza y director médico de IMO
El riesgo de desarrollar enfermedades oculares importantes que pueden derivar en pérdida visión aumenta a medida que se envejece. De hecho, diferentes estudios indican que los mayores de 60 años son el grupo de población que más enfermedades oculares padecen, algunas de los cuales pueden conducir a la ceguera si no se diagnostican y tratan de forma adecuada y precoz.
La pérdida de visión en edades avanzadas es especialmente limitante, ya que existe menor capacidad de adaptación que en edades más tempranas y el problema visual se suma a otros condicionantes físicos y psíquicos, causando caídas, miedo a salir a la calle, dificultades en la conducción etc. De igual manera, está limitación puede afectar a la capacidad de relacionarse con el entorno y participar en diversas actividades sociales, produciendo un sentimiento de aislamiento o cuadros depresivos.
Entre las principales enfermedades oculares relacionadas con la edad, destacan la catarata, el glaucoma, la degeneración macular asociada a la edad (DMAE) y la retinopatía diabética. A estas patologías se suman otros problemas visuales ligados al envejecimiento progresivo de las estructuras oculares, como la presbicia o “vista cansada”, que puede aparecer a partir de los 40 años –, las moscas volantes (puntos negros que se mueven en el campo visual), el ojo seco o las opacidades corneales.
Catarata, la cirugía ocular más común
La catarata es la primera causa de ceguera en países en desarrollo y la patología ocular con mayor número de operaciones en los países desarrollados. Se produce por la pérdida de transparencia del cristalino (la lente natural del ojo) y, dado que el envejecimiento es uno de sus principales causantes, el paulatino aumento de la esperanza de vida ha provocado una mayor prevalencia de esta enfermedad, que afecta a más de la mitad de los mayores de 65 años.
El desarrollo de la catarata también pueden verse propiciado por condicionantes genéticos, traumatismos, enfermedades oculares o del organismo (como la diabetes) o consumo de ciertos fármacos. En algunos casos, no obstante, la catarata es congénita y se presenta desde el nacimiento.
Se estima que 20 millones de personas están ciegas en el mundo por esta afección, que es reversible con cirugía. La intervención quirúrgica es una opción a tener en cuenta si la catarata dificulta la autonomía del paciente y el desarrollo de sus actividades cotidianas, así como si hay riesgo de complicaciones oculares asociadas.
El procedimiento quirúrgico más habitual es la facoemulsificación, que consiste en deshacer la catarata y “aspirarla”, con el uso de tecnologías de gran precisión como el láser de femtosegundo. Posteriormente, se reemplaza el cristalino por una lente intraocular que realizará su función de enfoque y cuya elección dependerá de las necesidades visuales de cada paciente.
Aunque la catarata no se puede prevenir, es posible detectarla a tiempo mediante revisiones oculares. Por ello, resulta aconsejable visitar anualmente al oftalmólogo, sobre todo si se tiene algún factor especial de riesgo o si se han alcanzado los 60 años de edad, para detectar la posible existencia de una catarata y determinar su tipología, tamaño y localización, así como para valorar el momento más adecuado para intervenirla.
Glaucoma: la ceguera silenciosa
La segunda causa de ceguera en el mundo es el glaucoma, que provoca un daño progresivo en el nervio óptico y, como consecuencia, va reduciendo el campo visual del paciente. Esta enfermedad, que afecta a más de 60 millones de personas en el mundo, es considerada la responsable de cerca del 20% de los casos de pérdida de visión y, a diferencia de la catarata, es irreversible.
A partir de los 40 años y, sobre todo, los 60, aumenta la incidencia del glaucoma, ya que la edad es uno de sus condicionantes. Asimismo, el principal factor de riesgo modificable y que se puede controlar mediante tratamiento es la hipertensión ocular. Otros aspectos que también pueden influir en la aparición del glaucoma son los antecedentes familiares, el hecho de tener el ángulo del ojo estrecho, miopía alta u otras enfermedades oculares, o bien haber sufrido traumatismos.
Estos colectivos deben hacer especial hincapié en la prevención y acudir a revisiones con el oftalmólogo mínimo una vez al año. En caso de no que no existan factores de riesgo, se recomienda un control cada 2 años a toda la población entre los 40 y los 60, ya que, de lo contrario, el glaucoma muchas veces pasa desapercibido. De hecho, la mitad de los pacientes afectos desconocen que lo padecen, ya que inicialmente no produce síntomas evidentes y la pérdida de visión (de la periferia hacia el centro) no se nota hasta que ya está muy avanzada. Los golpes, tropiezos y caídas frecuentes -cuyo riesgo se multiplica hasta por 4- pueden servir para levantar sospechas de la reducción del campo visual.
Una vez diagnosticado el glaucoma, existen distintos tratamientos cuyo objetivo es estabilizar la presión intraocular para frenar la progresión del glaucoma, ya sea con colirios (gotas), láser o cirugía. En cuanto a las técnicas quirúrgicas, cada vez hay opciones menos invasivas que se pueden aplicar en fases más tempranas de la enfermedad, teniendo en cuenta que se puede lograr detener su avance con eficacia pero no devolver la visión perdida.
Enfermedades de la retina: DMAE y retinopatía diabética
Por su parte, la DMAE es una enfermedad degenerativa que afecta al centro de la retina, la mácula, responsable de la visión central y de detalle. Su deterioro progresivo está muy ligado al envejecimiento, siendo la edad el principal factor de riesgo, aunque existen otros desencadenantes ambientales (como el tabaco, la hipercolesterolemia, la hipertensión o la exposición solar, entre otros) y también influye la predisposición genética.
Se estima que la DMAE es la primera causa de ceguera en personas mayores en países desarrollados. Un 80% de los pacientes sufren la forma seca, que evoluciona de forma lenta y progresiva, mientras que la forma húmeda – caracterizada por el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos muy frágiles que acaban filtrando fluidos y sangre a la mácula-, provoca una pérdida más rápida y agresiva de visión.
La DMAE húmeda se intenta controlar con inyecciones intraoculares de fármacos, que frenan el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos y han revolucionado el tratamiento de la enfermedad, permitiendo mantener y recuperar visión a muchos pacientes. Para la DMAE seca, no existe aún un tratamiento eficaz, aunque hay estudios clínicos en marcha para ello.
Por último, la retinopatía diabética es una patología frecuente que desarrollan las personas con diabetes, siendo los principales factores de riesgo el tiempo de evolución de la diabetes y el mal control metabólico. Se estima que más de la mitad de los pacientes diabéticos desde hace 15 o más años presentan algún grado de alteración vascular de la retina y casi todos los que llevan más de 30 años, muestran signos de retinopatía diabética.
Esta es la enfermedad vascular más frecuente de la retina y se produce cuando, debido a los altos niveles de glucemia, las paredes de los vasos retinianos se alteran y se vuelven más permeables, dejando escapar fluido. En los casos más avanzados, se produce además una proliferación de vasos sanguíneos anómalos que originan hemorragias. La presencia de sangre en el vítreo (gel que rellena la cavidad ocular) hace que este se vuelva opaco, provocando una disminución de la visión que, en general, se produce de forma brusca.
Rol activo del paciente en su bienestar ocular
A modo de prevención, la población diabética debe realizar un control estricto de su glucemia, de la presión arterial y de los lípidos plasmáticos, además de evitar la obesidad, el tabaquismo o el sedentarismo, que influyen negativamente en la enfermedad. También es fundamental que los pacientes con diabetes, que ascienden a más de 400 millones en todo el mundo, se realicen revisiones periódicas del fondo del ojo ya que la retinopatía diabética no suele provocar síntomas hasta que las lesiones son severas. Tratadas a tiempo sus complicaciones, generalmente con fármacos de inyección intraocular, se evitan muchos casos que hace años desembocaban irremediablemente en ceguera.
Por tanto, si bien es cierto que la edad supone un riesgo en el desarrollo de estas enfermedades oculares, no es el único, ya que se trata de patologías multifactoriales. La clave está en detectarlas precozmente y prevenirlas minimizando sus factores evitables con la adopción de hábitos saludables que beneficien el bienestar ocular y general del organismo.
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