Un artículo de Mónica Donio Bellegarde-Nunes,
Doctora en Psicogerontología y docente en el Máster Oficial Online en Gerontología y Atención Centrada en la Persona de la Universidad Internacional de Valencia.

El aumento de la longevidad es uno de los temas de debate más recurrentes en Gerontología en la actualidad y tiene un impacto importante en la calidad de vida de las personas mayores (y de la sociedad en general).

Al vivir más años, estamos más predispuestos a pasar los últimos años de nuestras vidas en una situación de dependencia, sea como consecuencia de un deterioro funcional o de un deterioro cognitivo, como son las demencias. Pero ojo, que esto no quiere decir que llegados a la etapa de la vejez todas las personas tendremos alguna discapacidad o demencia (estos mitos y estereotipos sobre las personas mayores, lo único que hacen es dañar la imagen de la vejez y crear una gran barrera intergeneracional).

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Para promover la calidad de vida en las personas mayores es necesario un modelo de cuidados respetuoso, que se adapte a las necesidades y demandas de cada individuo

Como psicogerontóloga, me pregunto si estamos preparados para atender a las demandas de las nuevas generaciones de personas mayores, que son cada vez un grupo más amplio y diversificado, personas únicas y con historias de vida singulares. ¿Cómo podemos contribuir para que esas personas que envejecen tengan una buena calidad de vida?

En primer lugar, hay que decir que la calidad de vida es un concepto multidimensional, que abarca tanto aspectos individuales como del entorno en el que vive la persona. Por ello, si queremos garantizar que las personas mayores tengan una buena calidad de vida, tenemos que atender a sus diferentes necesidades fundamentales, que van desde su estado de salud física y mental (el bienestar físico y emocional), las condiciones económicas y de su vivienda (el bienestar material), hasta el grado de satisfacción con su red de apoyo social (la calidad de las relaciones interpersonales).

Además, no podemos olvidarnos de fomentar su autonomía e independencia para realizar las actividades de la vida diaria. Es crucial también defender los derechos de las personas mayores y promover su autodeterminación para que puedan seguir desarrollando su propio proyecto de vida.

En esta dirección, uno de los abordajes de cuidados que afortunadamente viene ganando más y más terreno en el ámbito de los servicios gerontológicos es el modelo de Atención Centrada en la Persona (ACP). Inspirada en la Psicología Humanista de Carl Rogers, la ACP tiene como principales objetivos posibilitar que las personas atendidas:

  1. minimicen su situación de fragilidad, discapacidad y dependencia
  2. desarrollen su autonomía personal al máximo para seguir gestionando sus propias vidas.

Diferente de lo que sucede en los modelos tradicionales de atención, que se centran en las debilidades y en la enfermedad de las personas atendidas (muchas veces etiquetándolas), la ACP pone su foco de actuación en las capacidades y habilidades que las personas poseen.

Así que los profesionales formados en ACP no prescriben un tratamiento a “la paciente con Alzheimer de la planta 2” porque son ellos los que saben qué es mejor para ella. Tampoco le imponen un calendario de actividades prefijadas elaborado por ellos mismos y que son ofrecidas a todos los residentes del centro sin distinción.

Desde el modelo ACP, los profesionales buscan conocer la historia de vida, los gustos y las preferencias de cada persona, las consideran como personas únicas y valiosas, dignas de respeto. Además, las decisiones sobre los cuidados y la vida cotidiana de cada persona son consensuadas con ella y con sus familiares. Se escuchan y respetan las opiniones de la persona y se buscan soluciones para que ella pueda seguir siendo la protagonista de su vida.

En definitiva, para promover la calidad de vida en la vejez es necesario un modelo de cuidados respetuoso, que se adapte a las necesidades y demandas de cada individuo. Para ello, hay que dedicar tiempo y atención a la persona que tenemos delante, para entenderla sin juzgarla, para apoyarla sin decirle qué tiene que hacer y cómo lo tiene que hacer. ¿Cuánto camino nos queda aún por recorrer?