Un artículo de Eulàlia Cucurella; Gerontóloga, Trabajadora Social, Antropóloga y Maestría en calidad asistencial
La esperanza de vida en nuestra sociedad aumenta año tras año. Y si nada cambia, se prevé que, en 2052, el 37% de nuestra población sea mayor de 64 años y más de 6,2 millones de personas tengan más de 80 años. Una cifra que se triplica si la comparamos a la actual. La demencia se ha convertido en uno de los principales problemas de salud pública en los países desarrollados. La enfermedad de Alzheimer, ya conocida como la epidemia del siglo XXI, representa entre el 60% y el 70% del total de estas demencias. Las estadísticas reflejadas en el último Informe Mundial del Alzheimer (2015) cifraban que las previsiones de personas con demencia en todo el mundo aumentarán hasta los 131.500.000 casos diagnosticados en el horizonte de 2050.
Ante esta perspectiva, es muy importante un envejecimiento activo gracias a factores como una buena alimentación y la práctica del ejercicio físico, entre otros. De hecho, muchos de los cambios vinculados al envejecimiento, están más asociados al estilo de vida que sigue la persona que a la edad. Podemos encontrar personas de edad muy avanzada que tienen una buena elasticidad, un buen mantenimiento de la masa muscular o capacidad de esfuerzo.
El ejercicio o cualquier actividad física ayuda a mejorar la autoestima, la seguridad en uno mismo y al mismo tiempo también aporta bienestar psicológico. Diferentes estudios han demostrado que su práctica mejora la sinapsis entre neuronas, el aprendizaje, la memoria, así como estados depresivos y de ansiedad. Además, si este ejercicio es regular nos ayuda a mantener capacidades cognitivas como la orientación, la memoria, la atención … Pero también favorece la socialización que es muy importante a la hora de afrontar un envejecimiento saludable y con más autonomía funcional. Y, en el caso de las personas que inician un deterioro cognitivo les ayuda a mantener sus capacidades durante más tiempo.
El ejercicio físico y la demencia
La Facultad de Psicología y Ciencias del ejercicio, de la Murdoch University de Australia, evaluó la relación entre los niveles de ejercicio y la carga de amiloide cerebral en portadores de mutaciones genéticas que causan la enfermedad de Alzheimer de inicio precoz. Los investigadores encontraron que el grupo que realizaba ejercicio físico moderado, el amiloide se acumulaba a un ritmo más lento. Por tanto, demostraron que la actividad física produce mejoras en nuestro cerebro.
A la hora de elaborar recomendaciones en la actividad física habrá que tener en cuenta las especificidades individuales como: el nivel de deterioro cognitivo y sus condiciones físicas, así como la «trayectoria» del ejercicio físico o el sedentarismo en su historia de vida, son aspectos que no podremos olvidar.
¿Actividad y ejercicio físico es lo mismo?
La actividad física es un término que engloba además todas las prácticas vinculadas al movimiento, mientras que el ejercicio físico se centra en la actividad física organizada y con fines concretos como el mantenimiento o mejorar nuestra salud.
Así, cuando hablamos de actividad física podemos establecer unas pautas generales que son aplicables a la mayoría de las personas mayores. De hecho, todas estas actividades se pueden ir graduando de forma progresiva según los hábitos de vida de la persona y su evolución.
La práctica del ejercicio en las personas con Alzheimer
Siempre hay algún tipo de actividad que se adapta a la trayectoria de vida y el nivel de salud de cada persona. Y todas deberán tener en cuenta el nivel de la persona desde la inactividad a una condición física óptima y saludable, la edad, las condiciones físicas y las mentales.
Hemos de tener en cuenta que un porcentaje elevado de las personas diagnosticadas con demencia viven en residencias, centros gerontológicos o realizan estancias en centros sociosanitarios. Unos espacios en los que la actividad física programada para cada persona está incluida en el programa de atención que se ha diseñado para el usuario.
De hecho, si comparamos las personas que viven en casa con las que asisten a un centro de día o viven en una residencia, el segundo grupo tiene programadas diferentes actividades de ejercicio físico como de mantenimiento de las AVD (Actividades de la vida Diaria) por profesionales especializados, en su programa de atención. En casa es más difícil ya que el familiar no es un profesional y al mismo tiempo la persona no quiere hacerle caso cuando éste le programa actividades.
Las personas con Alzheimer ingresadas en centros tienen pocas posibilidades de movilidad y cuando la tienen se concentra en las actividades dirigidas. En cambio, la persona que vive en su domicilio puede mantener durante más tiempo actividades que le permitan moverse. Por ejemplo, haciéndose la cama u otras tareas del hogar, caminar, subir y bajar escaleras o aceras cuando sale a pasear o de compras. Si debido a su afectación ya no puede hacer todas estas actividades, podremos acompañarlo y así conseguiremos el objetivo de que haga actividad física, aunque sea por mimetismo.
Es indudable que la funcionalidad personal es una característica absolutamente vinculada con el envejecimiento saludable. Esto reafirma la necesidad de intervenir y potenciar actitudes y estrategias que permitan, en la edad avanzada, mantener la autonomía. En las personas que padecen Alzheimer, se trata de conseguir, no sólo un buen estado biológico, sino también ejercitar la mente y conseguir unos objetivos cognitivos como: esquema corporal, ritmo, lateralidad, atención, comunicación verbal y no verbal, concentración, orientación temporal y memoria. Bailar, por ejemplo, puede ser una buena actividad: movemos piernas y cuerpo favoreciendo la circulación. Haciendo ejercicios de cardio, reforzamos musculatura, activamos la bipedestación frente el sedentarismo, ritmo, memoria, concentración, orientación, recuerdos / reminiscencia, contacto físico… Y sólo con una pieza de música.
En algunos casos, en casa, por la costumbre del sedentarismo o por miedo a caídas, no se trabaja la bipedestación generando un efecto contrario. También por una tendencia protectora y muchas veces paternalista, anulamos la persona privándola de toda posible actividad, favoreciendo así la pérdida de movilidad y de capacidad funcional para las AVD.
Recomendaciones para la ejecución de la actividad física
Las personas con algún tipo de deterioro cognitivo se pueden beneficiar de la práctica de alguna actividad física y deportiva. Sin embargo, hay que tener en cuenta la realidad y las características de cada individuo como:
- La capacidad de comprensión de la persona.
- Superar la dificultad que pueda tener la persona para aprender a hacer nuevas actividades. Se pueden enfatizar ejercicios estructurados que sean familiares para la persona o patrones pasados de ejercicio.
- Hacer entender los beneficios de la actividad física para la salud. No obstante, habrá que saber si existe la presencia de factores de riesgo cardiovascular.
- La actividad física debería incluir una combinación de ejercicio aeróbico, de fuerza, de equilibrio y de flexibilidad con una frecuencia de 2-3 sesiones semanales y de una hora.
Si la práctica de actividad se hace en un centro residencial es necesario que la persona que lidere la actividad sea un profesional formado y preparado para trabajar con personas afectadas de demencia, que sepa respetar las posibilidades de la persona y su capacidad de fatiga, dolor…
En cambio, si la práctica se realiza en casa, podemos integrar los ejercicios en la vida cotidiana. Así, damos por sentado aquella actividad que tal vez la persona se negaría a hacer normalmente. Podemos encontrar diferentes actividades del hogar que conllevan un desgaste energético y que no las consideramos como ejercicio físico. Sin embargo, las podríamos utilizar para motivar a las personas que padecen Alzheimer, o cualquier tipo de demencia, con tendencia al sedentarismo, debido a su deterioro cognitivo, o animarlos a practicarlas porque en algunos casos eran su día a día. Por ejemplo, encontramos todas las actividades del hogar como: los movimientos que se hacen limpiando un cristal o un espejo; barrer o fregar el suelo o limpiar los platos. También podemos hacer ejercicios de psicomotricidad en la cocina pelando patatas o eligiendo verduras. Incluso, si tenemos plantas o un jardín también son actividades que pueden ser muy beneficiosas.
De hecho, en los meses de confinamiento por la pandemia, las personas han adaptado su práctica deportiva a los elementos que tenían a mano: subir y bajar escaleras, hacer un recorrido por casa o, incluso con bastones de marcha nórdica, paseaban por las terrazas y balcones…
Pensar en hacer ejercicio no significa sólo ir a un gimnasio, correr maratones o deportes que pueden no corresponderse para nuestra condición física o cognitiva. Es necesario, en el caso de las personas que padecen Alzheimer, imaginación y adaptar todas las AVD a practicar cualquier tipo de ejercicio físico que implicará a la vez: estiramientos, activación circulatoria y de respiración por el movimiento, concentración, memoria, orientación temporal-espacial, psicomotricidad… favoreciendo los aspectos cognitivos y retardando, si es posible, las pérdidas en la funcionalidad ocasionados por la enfermedad.
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