La grave situación sanitaria y social generada por la pandemia de COVID-19 afecta más que nunca no solo a su salud sino también al trato de millones de personas mayores. La Confederación Estatal de Mayores Activos (CONFEMAC) quiere difundir las distintas maneras de afrontar ese trato, desde lo negativo para erradicarlo, hasta lo positivo, para tomar ejemplo de las iniciativas valiosas.
Tal y como nos detallan desde esta entidad, al teléfono gratuito contra el abuso y maltrato a las personas mayores de CONFEMAC (900 65 65 66) ha llamado recientemente una mujer de 70 años para relatar entre sollozos y angustia su experiencia y la de otras muchas personas. Ella dio su consentimiento y pidió encarecidamente que estas palabras se difundieran en los medios para atajar lo que ella llamó “historia de un secuestro”. La CONFEMAC quiere hacer público este testimonio en primera persona ante su desesperación, que se convierte en portavoz de tantas miles de personas mayores en su situación, y ante su grito desesperado: “¡Ayudadnos por favor!”.
Gloria –nombre ficticio– llegó hace cinco años a un edificio de apartamentos para personas mayores no dependientes de una empresa que también cuenta con una residencia. Viuda y sin hijos pensó que era la mejor medida para tener calidad de vida en su ancianidad: estar atendida, tener amigos, pasear, ir de compras, ocio… y sobre todo, no estar sola. Poco a poco fue superando la muerte de su marido, y logró volver a “ponerse los tacones y vivir la alegría de la vida”. Y llegó la pandemia.
“Hemos estado cuatro meses encerrados en los apartamentos sin poder salir ni siquiera al comedor. Hemos superado la etapa de marzo a junio –aunque con ataques de ansiedad– y cuando el estado de alarma terminó, la dirección de la empresa nos prohibió salir al exterior”.
“Una amiga y yo nos lanzamos a la calle porque todos los españoles podían salir ya y por tanto nosotras, pero nos lo prohibieron. El 18 de agosto nos encierran en los apartamentos, la residencia está en otro edificio diferente, con personal distinto y nos sabemos qué pasa en él. Aquí, en nuestros apartamentos no podemos salir, nos han cerrado los servicios de rehabilitación, el gimnasio, el comedor, no podemos ir a la farmacia, estamos todos en una situación psicológica lamentable y hay compañeros que no han salido desde marzo de sus apartamentos… ni siquiera a una compañera le dejan ir a su propia casa”.
“Yo les he dicho a la dirección que quiero mi libertad, que soy una persona libre, que estoy aquí por viudedad y por nada más, y estoy llorando todo el día porque necesito ver a mi familia (hermana y sobrinos), comprar un camisón y unas zapatillas, ir a la peluquería o tomar un helado en el parque. Se han adueñado de nuestra vida y nuestra libertad, y no ponen medidas de seguridad para que vengan a visitarnos a nuestros propios apartamentos”.
“En mayo tuve mi primer ataque de pánico, y he vuelto de nuevo al hoyo. Mi doctora me ha mandado al Psiquiatra; pero ¿Qué necesidad tengo yo de un tratamiento psiquiátrico cuando es aquí donde me han creado la ansiedad, la tristeza, el malhumor y la angustia? Me estoy deteriorando por momentos, no puedo más. Ni siquiera ponen la antena de televisión que hace falta para ver los canales que desde 2016 se estropearon”.
“Me he metido en Internet para pedir auxilio y me encontré con este teléfono. Hoy ustedes son mi ángel de la guarda, pero ¿y mañana? ¡Ayudadnos por favor!”
Las visitas, un derecho básico y fundamental de las personas mayores
Tras el relato desgarrador de Gloria, CONFEMAC también ha conocido una experiencia que llena de esperanzas la lucha hacia el buen trato a las personas mayores. En una residencia de la provincia de Almería, su psicóloga nos cuenta con énfasis que las visitas forman parte de los derechos más básicos y fundamentales de las personas mayores residentes, y ayudan a su salud, por lo que, “hemos determinado medidas de prevención y control para que se pueda garantizar el seguir llevándolas a cabo, pero de la forma más segura, tanto para la persona residente y su familia, como para el resto de las personas que constituyen nuestro centro”.
“Estamos convencidos que determinar el cierre absoluto del centro, prohibiendo tanto las salidas como las visitas -como si de un bunker se tratara- atenta contra dicho derecho y afecta de forma intensa al bienestar. Para ello hemos establecido una agenda de visitas de media hora, con intervalos de 10 minutos para la desinfección, de lunes a domingo en horario amplio de mañana y tarde. Asignamos dos personas para atender a las visitas, contactar con familiares, vigilar por la seguridad y ayudar a que exista una comunicación fluida entre residentes y familiares”.
“Las visitas se programan tanto en el interior como en el exterior de la residencia, según la cantidad de personas que vengan, porque las familias también tienen derecho a venir con varios miembros, y ha resultado que son las visitas más seguras y más satisfactorias, porque el residente está en la entrada de la residencia y los familiares al aire libre, sin peligro de contagios”.
“Prohibir las visitas me parece una crueldad imperdonable, tanto física como psíquica, porque les quitan el sentido de pertenencia y lo pierden todo. Si no hay familiares, estamos en una comunidad y nosotros podemos dar un paseo con ellos en un entorno seguro. Ojalá que a nuestra iniciativa se unan otras que ayuden a tratar como nos gustaría ser tratados”.