Un artículo de Diego Espina,
Supervisor de Enfermería de la residencia IMQ Igurco Zorrozgoiti
y Eva Lozano Gómez,
Enfermera del Grupo de Intervención Rápida de la Diputación Foral de Bizkaia
Las personas mayores institucionalizadas, con una alta comorbilidad, son consideradas población de alto riesgo en una mayor situación de vulnerabilidad frente a la infección por COVID-19, siendo en España el 86% de los fallecidos personas de más de 70 años y llegando al 95% aquellos que tenían otra patología asociada.
En el contexto de pandemia actual e impacto de la crisis del COVID-19 sobre nuestros mayores, las residencias y centros sociosanitarios están siendo los más afectados con un alto índice de contagios. Con el fin de impedir y/o frenar la propagación del virus, se han establecido planes de intervención específicos en cada centro, donde quedan reflejadas las medidas de prevención y vigilancia, zonas de aislamiento, equipos de protección individual, formación de profesionales, equipo de seguimiento, plan de desarrollo de actividades, nuevos protocolos de visitas y salidas, distanciamiento social y confinamiento preventivo, entre otros aspectos.
La adopción de este tipo de medidas de restricción de la movilidad incide directamente en la salud de nuestros mayores, así como en su estado de ánimo. La soledad y el aislamiento juegan un papel importante en la respuesta frente a la enfermedad. Las medidas preventivas no están exentas de efectos secundarios, algo ya destacado por la OMS que insiste en la necesidad de garantizar que las medidas de protección hacia las personas mayores frente a la COVID-19 no aumenten su situación de vulnerabilidad y fragilidad.
Las personas vulnerables, y con mayor incidencia sobre todo aquellas institucionalizadas, han tenido que convivir con este aislamiento, llegando a ver limitadas las relaciones interpersonales (viendo restringidas las visitas tanto de familiares como de amistades) renunciando a sus rutinas y actividades diarias. Además, han vivido una situación de incertidumbre y estigmatización en la que han visto cómo debido a su elevada edad se limitaban los recursos sanitarios como las hospitalizaciones y/o determinadas técnicas médicas y, todo ello, con el miedo a la enfermedad e infección del propio virus.
Todo lo anterior ha favorecido la aparición de síntomas de deterioro cognitivo en los mayores que no los habían manifestado previamente y el aumento de síntomas depresivos como la ansiedad y angustia, asociados al temor a la enfermedad y al estado de salud de sus propios familiares al haber perdido también el apoyo emocional que recibían directamente de ellos a través del contacto físico, visitas y salidas del centro. También se ha favorecido la aparición de síntomas en el ámbito funcional por la limitación de espacio, reducción de las actividades, etcétera.
Esta situación se ha visto agravada en aquellos casos de infección por COVID-19. Los casos asintomáticos han sido trasladados a sectores de sus propios centros habilitados para evitar la transmisión del virus. En el caso de no poder ser aislados en sus centros o precisar una atención sanitaria más especializada, han sido trasladados a hospitales o unidades especializadas. En estos casos, las personas mayores han tenido que adaptarse a nuevos medios, saliendo de sus entornos seguros como son su habitación, su planta y sus compañeros.
Al sentimiento de aislamiento, la ansiedad y angustia que ocasiona la salida de su entorno habitual, más si cabe, en aquellos casos que debido al deterioro cognitivo o déficit sensitivo se dificulta la comunicación y compresión de la situación, se ha añadido el hecho que los mayores han sido y son atendidos por unos profesionales con limitaciones de contacto y comunicación debido al uso de equipos de protección individual. Esta circunstancia dificulta la comprensión y genera cierto desasosiego en las personas mayores por no reconocer a los sanitarios. Las miradas, contacto físico y un buen lenguaje no verbal se han convertido en buen aliado en la comunicación.
Es en esta situación, el profesional de enfermería geriátrica ha enseñado a los residentes a convivir con la pandemia, acompañándoles en su adaptación a la nueva realidad y explicándoles todas aquellas dudas generadas así como apoyándoles en sus miedos e incertidumbres.
También es fundamental el papel de los profesionales de atención directa (técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería en su mayoría), dando una atención individualizada y especializada, que no solo va orientada a los cuidados sintomatológicos de la COVID-19, sino un apoyo emocional y de afecto, dando una cuidada atención que favorece una buena recuperación, así como una mejor calidad asistencial.
Estos cuidados no sólo atienden sus necesidades clínicas, sino que también se concretan en las acciones orientadas hacia una escucha activa, a tranquilizarles e intentar que entiendan la situación. Un simple gesto de cariño (siempre tras un EPI), una caricia, un abrazo, una conversación, son siempre de ayuda para que ninguna persona se sienta aislada y, así, mitigar el sentimiento de angustia y tristeza de la soledad.
Enfermeras y auxiliares, profesionales clave en la atención en centros residenciales y unidades especializadas
A lo largo de la Historia, la profesión de Enfermería ha tenido un papel muy importante en tiempos de crisis, brindando atención, cuidados e innovación que han salvado vidas y paliado el sufrimiento. La implicación de las 316.000 enfermeras y enfermeros que están colegiados en España (según datos recogidos por los Colegios de Enfermería de España en mayo de 2020) durante la pandemia de COVID-19, lo ha demostrado una vez más.
En muchas ocasiones, incluso bajo una presión social y laboral desmesurada, han hecho prueba de superación personal y profesional al enfrentarse a una situación completamente desconocida, demostrando así una gran resiliencia y capacidad de adaptación a la situación que todo esto ha generado.
Durante esta pandemia, los profesionales de Enfermería y los técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería con su gran labor y profesionalidad, muchas veces desconocida, han demostrado, al igual que todos los días del año, su saber-hacer y un gran despliegue de medios personales y aptitudes aprendidas a marchas forzadas, para brindar los mejores cuidados, considerados necesarios, en cada momento a las personas más vulnerables de esta pandemia.
Los profesionales han padecido un desgaste físico, psicológico y emocional provocado por un estrés constante dentro y fuera de los recintos de trabajo, anteponiendo la atención directa con las personas más vulnerables a sus propios miedos, inseguridades y frustraciones.
La demanda de competencias de los profesionales de Enfermería se ha visto ampliamente incrementada al deber adoptar nuevos roles para cubrir las necesidades de las personas mayores institucionalizadas, ya que han sido el nexo de unión con el exterior durante su aislamiento, supliendo el rol de apoyo moral y conexión social entre los residentes y con sus respectivas familias.
Al finalizar la jornada, hay que observar y tener en cuenta cuántas acciones holísticas se han llevado a cabo, y la importancia de la intención de atender a cada paciente como un todo y estar presente para ese paciente mientras se pueda.
El papel de los técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería ha sido una vez más, fundamental para llevar a cabo los cuidados de nuestros mayores. Ellas y ellos son las personas que, junto a los profesionales de Enfermería, más tiempo pasan con los residentes.
Siendo los técnicos el segundo colectivo más amplio en sanidad, han demostrado una vez más, que además de la importancia de la higiene, alimentación y ayuda en todas las actividades de la vida diaria, demuestran en su profesionalidad un valor añadido, que es la parte de apoyo emocional, creando vínculos de confianza entre ambos que repercuten en el bienestar de los residentes y en la mejora en la salud de las personas vulnerables
En definitiva, el engranaje formado por los técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería y los profesionales de Enfermería ha sido la clave en la estrategia de cuidados y la pieza fundamental del sistema sociosanitario.