Un artículo de Beatriz Solas Gómez,
Coordinadora del grupo de enfermería de la SEGG
Enfermera especialista en enfermería geriátrica
Supervisora Unidad de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos
y Alba Mª García Cuesta,
Secretaria del grupo de enfermería de la SEGG
Enfermera especialista en enfermería geriátrica
Enfermera en la consulta de enfermería geriátrica del Hospital Clínico San Carlos
Tutora EIR
El pasado mes de marzo comenzó una de las peores pesadillas con las que se ha encontrado la población en general y los profesionales sanitarios en particular. Una pesadilla que, por desgracia, aún no ha terminado. Ha quedado patente la necesidad de reforzar nuestro sistema sanitario, pero en especial, que es preciso replantearnos la forma de cuidar a nuestros mayores, grupo de población que ha sido más castigado durante la pandemia provocada por el coronavirus.
Se estima que han fallecido más de 19.000 ancianos en residencias por coronavirus durante la pandemia hasta este momento. La situación de las residencias durante toda la pandemia ha sido muy criticada en todos los medios de comunicación y la situación en las mismas ha parecido caótica, ya que los mensajes trasladados desde dichos medios han estado más centrados en las noticias más sensacionalistas que en las necesidades reales de los residentes que ocupan dichos centros.
En los hospitales la situación vivida no ha sido mucho mejor, el colapso sanitario que sufrimos ha hecho que las necesidades de los enfermos crónicos, a los que pertenecen un gran número de personas ancianas, hayan quedado relegadas a un segundo plano por la urgencia vital de los pacientes de Covid que requerían la asistencia sanitaria en esos momentos.
La situación que hemos vivido desde el fin del confinamiento no ha sido mucho mejor. En residencias nos hemos encontrado con ancianos deprimidos tras el aislamiento en sus habitaciones, que presentan deterioro funcional, lo que en muchos de los casos les ha llevado a desarrollar sarcopenia, con deterioro mental asociado al temor de encontrarse solos sin poder tener visitas de su familia, viendo en la televisión nada más que noticias alarmistas que la gran mayoría no llega a entender y además por la modificación durante un tiempo prolongado de su rutina habitual. Junto a todo esto, la gran mayoría presentan alteración de sus patologías de base por lo que su actividad y su autonomía también se han visto mermadas.
En el hospital, a nivel de hospitalización, nos hemos encontrado con los problemas similares a los anteriormente mencionados en las residencias, sobre todo en lo referente al empeoramiento de patologías de base. En la unidad de consultas de nuestro hospital, donde contamos con una consulta específica de enfermería geriátrica, han sido valorados de nuevo y se ha observado: pérdida de fuerza muscular, de funcionalidad, tanto en actividades básicas como en instrumentales y no digamos ya en las avanzadas; tienen miedo a salir a la calle, no han vuelto a realizar actividades con sus amigos o “a echar una partida”.
Los ancianos con deterioro cognitivo que han dejado de hacer terapia en los centros de día, o han estado más aislados en sus domicilios por el confinamiento, se encuentran más desorientados, incluso con cambios en ciclo vigilia-sueño y en ocasiones presentan agresividad. En la valoración afectiva se observa que muchos han disminuido sus ganas de vivir. Tras entrevistar a sus familias, que son sus cuidadores principales, en la mayoría de las ocasiones, se evidencia la creación de una especie de «bunquer» en torno a ellos, con el fin de protegerles, pero que conlleva a que el anciano presente una mayor dependencia.
Toda esta problemática nos lleva a fomentar la figura de la especialista en enfermería geriátrica, profesional sanitario poco conocido pero muy necesario. La base de la enfermería es el cuidado, si al conjunto de conocimientos del arte de cuidar le añadimos el estudio específico de la persona mayor, de sus necesidades físicas, cognitivas y emocionales junto con una vocación por atender y ayudar al anciano a tener una calidad de vida lo más óptima posible, fomentando la autonomía y favoreciendo durante el mayor tiempo posible el autocuidado y la innegable capacidad para ayudar a morir con humanidad y dignidad cuando el momento lo requiere, ahí tenemos a la especialista en Enfermería Geriátrica.
Hay estudios que evidencian que cuando una enfermera se encarga de gestionar los cuidados de salud de la población, la calidad de vida de los pacientes mejora mucho y su salud se mantiene en mejor estado durante un tiempo más prolongado (como ejemplo cito: Effectiveness of Nursing Process Use in Primary CarPerez Rivas FJ, Martin-Iglesias S, Pacheco del Cerro JL,Minguet Arenas C, García Lopez M, et all. Effectiveness of standardized Nursing Care Plans in health outcomes in patients with type 2 Diabetes Mellitus: a two-year prospective follow-up study. Cardenas ValladolidJ, Salinero-Fort MA, Gomez-Campelo P, de Burgos-Lunar C, Abanades-Herranz JC, Arnal-Selfa AL). Si esto es verdad, ¿por qué no utilizar la figura de la enfermería especialista en geriatría como gestora de la salud de nuestros mayores?
En el cuidado de la persona anciana deberíamos tener como foco principal a la misma, es decir, realizar una atención centrada en la persona. Para ello se deben conocer las necesidades de cada uno de los ancianos y adaptar nuestros cuidados a ellos, ya sea en una residencia, que al fin y al cabo tiene que convertirse en su hogar, o en el propio domicilio de esa persona. Para conocer esas necesidades, no se nos ocurre una figura mejor que la de la enfermera especialista en Geriatría, quien de forma continua y regular en el tiempo se encargaría de hacer valoraciones geriátricas integrales de forma personalizada, creando un plan de cuidados integral para cada anciano, garantizando así la cobertura adecuada de todas sus necesidades, no solo las derivadas de su estado de salud, también todas aquellas que los completan como personas, (psicológicas, espirituales, emocionales, sociales).
Además, la enfermera especialista en geriatría debería ser figura referente de gestión de recursos tanto a nivel residencial como domiciliaria. A nivel residencial, al conocer las necesidades individuales de todos los residentes, como gestora sería capaz de dotar recursos tanto personales como de servicios, para así, garantizar todos los cuidados necesarios con la mayor calidad y eficacia posible. Y a nivel domiciliario gestionaría los recursos y apoyos de atención domiciliaria existentes para garantizar la atención adecuada de cada persona.
La realidad con las que nos encontramos en nuestro día a día las enfermeras en las unidades de geriatría es que la pandemia no solo ha sido una gran catástrofe por el número de personas fallecidas, sino que la población anciana superviviente está, en muchas ocasiones, afectada en diferentes ámbitos que perjudican la realización de las actividades de su vida diaria de forma normal y segura. Se deben tomar medidas para frenar el avance del deterioro que ha producido y continúa produciendo esta pandemia.
Deberíamos trabajar intensamente en la “nueva normalidad” que surgirá posteriormente, de manera que la actuación no debería estar solo enfocada en el cuidado, sino también en la prevención. Realizando valoraciones integrales a nuestros mayores de forma regular en el tiempo, tendremos una herramienta esencial para conocer sus necesidades, su fragilidad y también sus fortalezas, y así poder cubrir todos los problemas detectados, prevenir sus posibles complicaciones y realizar educación sanitaria para mantener su salud lo más óptima durante el mayor tiempo posible.