Un artículo de Carina Cinalli Ramírez,
Psicóloga Vocal Asociación Española Psicogerontología (AEPG)
Miembro grupo de trabajo Promoción del buen trato a las personas mayores del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid COP
“Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una cosa: la libertar de elegir cómo responder a esas circunstancias”
Viktor Frankl
Todas las personas tenemos esquemas mentales básicos que nos permiten habitar un mundo más o menos seguro y confortable. Estos patrones de pensamiento organizados se van formando a lo largo de la vida en base a las experiencias y los aprendizajes; y se refieren a uno mismo, a los demás y al mundo en general. Funcionan como mapas para orientarnos y dotar a nuestra vida de coherencia y continuidad, a pesar de los cambios y desafíos que debamos enfrentar.
Con la irrupción de la pandemia se produjo un quiebre en estas asunciones básicas de seguridad y confianza y la ruptura afectó a la matriz sobre la que se teje el equilibrio emocional y el propósito vital. De repente lo extraño, impredecible y amenazante se instaló dentro de lo familiar: el hogar, el trabajo, los grupos de amigos, las rutinas. La realidad se volvió frágil, insegura, precaria, no deseada, temida, y allí tuvimos que responder con inmediatez y con los recursos disponibles. Por esto, afrontar esta realidad tuvo y tiene en muchos casos características de trauma, de destrucción, de perdidas, y la sensación de vacío inundó la existencia.
“¡Qué injusta es la vida, no sé cómo voy a poder seguir, ¿por qué me tuvo que pasar a mí?”, dice María, de 70 años, que perdió a su marido en los primeros meses de la pandemia.
“No concibo la vida sin poder abrazar a mis hijos y a mis nietos. Ellos me sostienen desde que hace tiempo me quedé sola y no soporto esta distancia”, comenta Rosa con enfado.
“Tenía planes para organizar mi vida después de la jubilación, pero no me dio tiempo a empezar, y ahora estoy sin poder hacer nada con mi tiempo, los días pasan y estoy perdido”, dice Julio, que se jubiló un mes antes del inicio de la pandemia.
Estos relatos escuchamos en consulta quienes acompañamos a personas mayores a reconstruir el equilibrio y el bienestar emocional a pesar de la adversidad.
Según Erikson, en la vejez como etapa del desarrollo humano, las personas deben hacer frente a un conflicto situado ente dos polos: integridad y desesperación. La superación positiva de este antagonismo será un factor protector para hacer frente a las adversidades. Es importante señalar que en el contexto actual se superponen los cambios vitales normativos del envejecimiento (jubilación, viudedad, etc.) con eventos no normativos relacionados con la historia como es la pandemia del COVID-19. Esta coexistencia exige un gran esfuerzo en el despliegue de estrategias de autorregulación y adaptación, que en muchos casos sitúa a los mayores más cerca del polo de la desesperación.
Diferentes escuelas psicológicas plantean la importancia de incluir el sentido en la intervención psicoterapéutica. La Logoterapia, diseñada por Viktor Frankl, propone un modelo de intervención centrado en el sentido. Esta psicoterapia, aplicada en población mayor favorece el logro de la integridad y protege contra la desesperación.
Una de las características de este enfoque existencial radica en plantear la existencia humana en términos de respuesta que el hombre debe dar a las preguntas que formula la vida. Parte de la idea de que la vida tiene sentido en todas las circunstancias y que el hombre es libre para consumar el sentido de su existencia.
El sentido, como primera fuerza motivante del hombre, no es una formulación abstracta, sino que se concreta en la vida cotidiana a través de tres clases de valores: de creación (las diferentes actividades que una persona realiza en su día a día, lo que deja de si en el mundo), de experiencia (el amor en las relaciones interpersonales), y de actitud (posición que se asume ante el sufrimiento inevitable). La voluntad de sentido lleva a la persona a comprometerse con descubrir ese sentido que está en el mundo. Cuando esta voluntad no se satisface, ocurre una frustración existencial que lleva a la sensación de vacío, es decir a la pérdida del sentimiento de que la vida es significativa.
Para este enfoque, el hombre es un ser biológico, psicosocial y espiritual. Ésta última es considerada la dimensión propiamente humana, aquella que se expresa en los recursos noéticos: autodistanciamiento (salir de uno mismo para observarse de manera objetiva más allá del padecimiento y tomar actitudes afectivas equilibradas frente a situaciones trágicas) y autotrascendencia (ampliar las fronteras personales y abrirse al mundo).
Estos recursos están al servicio de la integridad como tarea propia del envejecimiento y permiten encontrar un sentido renovado a pesar de las situaciones trágicas que condicionan, pero no determinan.
La intervención logoterapéutica ayuda a que pacientes como María, Rosa o Julio puedan descubrir el sentido aún en la adversidad, y responder a las preguntas que les formula la vida desarrollando los valores de creación, experiencia y actitud.
A partir de diferentes técnicas (derreflexión, diálogo socrático, modulación de actitudes, metáforas, etc.) es posible activar la voluntad de sentido como elemento integrador de la persona y por lo tanto como un factor clave en el bienestar en la vejez. Asumir la responsabilidad existencial y hacer uso de la libertad de elegir la actitud permitió a María pasar de preguntar “¿Por qué me tuvo que pasar a mí”, a responder: “Creo que estoy siendo un ejemplo para cuando mis hijos y nietos tengan que afrontar un desafío”?
Bibliografía:
Frankl, V.E. (1994). Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia. Barcelona: Editorial Hérder.
Frankl, V.E. (1998). La voluntad de sentido. Barcelona: Hérder.
García Pintos, C (1993). El Círculo de la Vejez. Buenos Aires: Almagesto