Un artículo de Susana Valladolid,
Gerente en la Asociación de Empresas de Servicios para la Dependencia (AESTE)
La OMS define el envejecimiento activo como el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen.
Tener un envejecimiento activo y saludable significa participar en la sociedad de acuerdo con unas necesidades, deseos y capacidades, significa aprovechar al máximo las oportunidades de tener buena salud física, y sentirse bien emocionalmente, con independencia de la edad en la que nos encontremos.
Nuestro cuerpo y nuestra mente son órganos que deben ser ejercitados diariamente. La palabra envejecimiento no es algo que debamos mirar de lejos y con recelo, se trata de una etapa de la vida que comienza pasados los 50, y a la que debemos llegar manteniendo unos hábitos y costumbres saludables, que contribuyan a retrasar el deterioro al que, por ley de vida, llegaremos todos.
Está en nuestras manos, y en la de los profesionales que nos cuidan (médicos, enfermeros, gerontólogos, fisioterapeutas, etc.) ejercitar tanto nuestro cuerpo como nuestra mente. Solo este ejercicio y la dinámica de una vida activa nos permitirá llegar a vivir el envejecimiento al que todos nos enfrentaremos, como una etapa más de la vida, en la que, sin duda, todo se vive de una manera más plena y con mayor libertad.
Íntimamente relacionado con el ejercicio, se encuentran la alimentación y las relaciones sociales. Seguir una dieta sana y equilibrada, mantener activas nuestras sociales y familiares, junto con el desarrollar ocupaciones que potencien la actividad mental y cognitiva, son condiciones básicas para para retrasar el envejecimiento y que éste tenga lugar de una manera más paulatina y agradable.
Además de estos hábitos de vida, existen muchos factores que potencian el envejecimiento activo y la sociedad juega un papel básico en ellos. En este caso, desde AESTE, estamos convencidos de que tanto las instituciones como los distintos gobiernos deben trabajar para prolongar la autonomía, el bienestar y la salud de nuestros mayores. La manera de envejecer es, sin duda, una decisión personal, pero la sociedad tiene mucho que hacer y que aportar en esta cuestión: deben ponerse medios que faciliten esta posibilidad.
Llegados a este punto, es básico tener en cuenta que la edad de 50 o 60 años puede parecer joven en países más desarrollados, donde ya se han producido importantes progresos en la esperanza de vida, pero no así en países con otras características. De ahí que los medios de los que dispone la población para cuidarse estén íntimamente relacionados con los medios que cada contexto político social pueda poner a disposición de sus habitantes.
Mantener una actitud optimista, activa y saludable es clave para envejecer de manera óptima y llegar a una etapa en la que mirar para atrás y ver que la vida continua con otras necesidades, pero también con otras ventajas. En todos los países, las medidas para ayudar a que las “personas ancianas” sigan sanas y activas deberían ser vistas, más que como un lujo, como una auténtica necesidad. Si se quiere hacer del envejecimiento una experiencia positiva, una vida más larga debe ir acompañada de oportunidades continuas de salud, participación y seguridad.
El envejecimiento activo trata de ampliar la esperanza de vida saludable y la calidad de vida para todas las personas a medida que envejecen, incluyendo a aquellas personas frágiles, discapacitadas o que necesitan asistencia. Es por ello por lo que las políticas y los programas del envejecimiento activo deberían reconocer la necesidad de fomentar y equilibrar la responsabilidad personal (el cuidado de la propia salud), los entornos adecuados para las personas de edad y la solidaridad intergeneracional.
Es necesario apoyar iniciativas que potencien el envejecimiento activo desde áreas tan diversas, como Sanidad, Educación, Vivienda, Justicia… y que se fundamenten en medidas como la atención sanitaria adecuada, las ayudas sociales, el derecho a una vivienda digna, la atención a las discapacidades y dependencia, la lucha contra la soledad, el desarrollo de actividades especialmente diseñadas para nuestros mayores, etc.; constituyendo el objetivo de cualquier sociedad desarrollada, que la tercera edad continúe siendo protagonista de la sociedad y se le reconozca el papel que debe ocupar en ella.
Es hora de avanzar y seguir construyendo un camino en el que se deseche cualquier apreciación negativa en lo que al envejecimiento se refiere. Es hora de que la sociedad, en su globalidad, aprecie todo lo que el envejecimiento aporta y se proporcione acceso y facilidades a las personas mayores para mantenerse activas y plenas, aportando toda la experiencia de la que gozan. Esta labor, debe empezar incluso por la educación de lo más jóvenes, en los que la vejez se perciba como lo que realmente significa: una etapa más de la vida con diferentes necesidades, pero también riquezas.
Las personas adultas mayores necesitan gozar de independencia, autorrealización, participación, dignidad y cuidados. Es importante pensar que todas las personas envejecemos y con el envejecimiento individual cambian las necesidades. La realidad es que no solo envejecen los individuos, sino que las sociedades también envejecen a medida en que cambia su composición por edades y con este envejecimiento colectivo se modifican, por tanto, los perfiles de las demandas sociales.
Actualmente somos conscientes de que la pirámide demográfica ha sufrido un gran cambio y que cada vez somos una población más envejecida en la que la proporción de personas que tienen 60 años, y más, está creciendo con más rapidez que ningún otro grupo de edad. Se prevé que, en 2025, habrá un total de cerca de 1.000 millones de personas con más de 60 años que seguirá aumentando para los próximos años y con el 80 por ciento de ellas viviendo en los países en vías de desarrollo, por lo que las políticas de envejecimiento activo y el cuidado de los mayores debe ser una prioridad urgente en la política de cualquier país.
Desde AESTE, somos firmes defensores de que el envejecimiento activo se considere una forma de vida en sí mismo, y somos conscientes que es la única manera de llegar a una edad avanzada paliando posibles deterioros cognitivos y físicos. Lo vemos en nuestros centros: se trata de algo determinante en nuestro día a día, puesto que cuanto más activa se mantiene una persona, más se contrarresta el inexorable pase del tiempo. Precisamente en residencias, el envejecimiento activo cobra una especial relevancia: éste centra buena parte de nuestros programas y actividades ya que debe ser ejercitado en todo momento.
Nosotros apostamos, sin duda, por la denominada promoción de la autonomía personal, fomentada para retrasar, precisamente, el abandono del hogar de los mayores, siendo este el lugar en el que todos querríamos estar durante el máximo tiempo posible.
La ley de la Dependencia de 2006, ya hablaba del término “promoción de la autonomía personal”, concepto que a nuestro juicio, guarda una íntima relación con el envejecimiento activo. Sin embargo, no se ha hecho uso de este concepto en el grado que debería. Esta Ley debería adaptarse a una nueva realidad en la que la promoción la autonomía constituyera un pilar básico.
Lejos quedan aquellas imágenes en las que los mayores se representaban como personas cansadas y débiles, en las que la vejez se presentaba como la peor de las desgracias que podía afligir a un ser humano. Actualmente, las personas mayores son felices, activas, viajan, tienen inquietudes y disfrutan de una etapa de la vida en la que se sienten más libres, y en la que tienen más tiempo para disfrutar. Es una obligación de esta sociedad contribuir a que esta imagen sea la única visible, porque envejecer no significa desaparecer, sino más bien, todo lo contrario.