Un artículo de Belén Marrón,
Partner en Athenea Healthcare Group
consultora especializada en el sector Salud
Nuestro sistema de salud pública actual tiene más de 70 años y nació para dar soluciones a una población marcada por continuos conflictos, una gran carestía de medios y recursos, y fuertes desigualdades sociales y económicas. Pero las razones que promovieron la creación de un modelo referente para el estado de bienestar y que significó un punto de inflexión en la generación de crecimiento, desarrollo y calidad de vida de los ciudadanos, ahora han dejado de serlo y el modelo ha quedado obsoleto.
Los manuales y protocolos elaborados por la Sanidad y las autoridades encargadas de la supervisión socio-sanitaria se fundamentan sobre esas mismas bases por lo que han sido y son incapaces de responder a esta era de la incertidumbre. Por ello, es necesario y urgente su revisión para mantener la sostenibilidad del sistema y avanzar hacia un Estado que responda a la realidad y a las nuevas demandas de nuestra sociedad.
Por otra parte, hemos visto como, tras los sucesivos Estados de Alarma y con las múltiples medidas preventivas que van implantándose, las ciudades siguen aplicando parámetros urbanísticos de unos modelos e ideales que ya deberían abandonarse por estar caducos. Conceptos creados en un mundo cuyos avances tecnológicos más destacados eran el teléfono, la radio y la televisión y, más adelante, con la irrupción del nuevo dueño del espacio urbano: el automóvil. Esta evolución dio paso al cambio de las primeras concepciones urbanas, que se planteaban como oposición al mundo rural, para centrar el modelo en el dominio absoluto del espacio por el coche.
La última gran revolución urbanística se planteó para devolver la ciudad a sus habitantes, que es la que sigue vigente. Pero esta revolución solo se centra en el factor contaminación por combustibles fósiles: ampliar zonas peatonales, cerrar espacios físicos al tránsito, implantar carriles-bici o ensanchar aceres, sin fijarse en las necesidades de las personas y, más importante, de las personas del futuro.
Además, están las tradiciones arquitectónicas y de diseños de espacios en nuestras viviendas y edificios en los que se alojan los centros sanitarios y socio-sanitarios. Durante el confinamiento, los ciudadanos hemos asistido a una explosión del uso de la tecnología para cubrir necesidades de educación, trabajo, actividad física, abastecimiento, ocio, relaciones sociales e interacción entre el espacio físico de nuestras viviendas, espacios habitacionales y de uso público en centros residenciales y las herramientas digitales.
Ha sido una convivencia difícil y solo soportable por la falsa creencia que había un fin cerca y volveríamos al modo de vida anterior. Ahora somos conscientes de la necesidad de adaptar nuestras viviendas o espacios residenciales para que la convivencia entre el espacio físico y el digital sea integradora y sostenible más que causa de ansiedad.
Bajo las condiciones creadas por el sistema de salud, el entorno urbano y el diseño arquitectónico habitacional, nuestros mayores, las personas que ahora deberían disfrutar de un merecido descanso y de las mayores facilidades, han sufrido un anquilosamiento físico irreversible, un deterioro emocional y psicológico gravísimo y la pérdida de confianza en nosotros, la sociedad que tenía la misión de cuidarles y protegerles. Esta vez sí, han envejecido.
El modelo socio-sanitario se ha basado en varias ideas-realidad, de una manera simplista: las personas mayores pasean por la calle o el parque como ejercicio, hay un cuarto (en la casa o centro residencial) donde se pasa el rato viendo la televisión, jugando a las cartas, leyendo el periódico (que han comprado en su paseo) o jugando a la lotería; si tienen algún problema pueden acercarse, o les llevan, al centro clínico más cercano y, como rutina establecida, ven a sus hijos, nietos y familiares con regularidad, algunos más que otros. El dormitorio es para dormir por las noches y, por lo tanto, un espacio de dimensiones y posibilidades reducidas.
Estos meses nos han demostrado cómo estas ideas tan básicas y graníticas son, además de erróneas, causantes del impacto tan negativo en nuestros padres y abuelos y deben ser cuanto antes revisadas y modificadas.
El sistema de salud debe realizar una transformación absoluta de la atención y protocolos socio-sanitarios pero sin caer en la trampa de hacerlo sin consultar al resto de profesiones necesarias para un diseño holístico de una solución 360º, entre los que deben encontrarse, en todo caso: arquitectos, urbanistas, expertos en gamificación, ingenieros tecnológicos, médicos y sanitarios, especialistas en logística y distribución, economistas, fisioterapeutas, psicólogos, pensadores que nos aporten la visión del futuro y, aunque sea lógico, no nos olvidemos de los gestores y operadores socio-sanitarios que, además de aportarnos la realidad de lo que ha pasado, nos darán muchas de las soluciones que otros deberán desarrollar.
Debemos replantear dónde debemos situar los centros residenciales para dotarles de espacios físicos abiertos o accesos a espacios públicos que puedan, llegado el caso, ser independientes; plantear soluciones habitacionales adecuadas para vivir en aislamiento con dotaciones tecnológicas adecuadas; espacios gamificados tanto internos como externos para facilitar el ejercicio diario ante cualquier circunstancia; habilitar áreas clínicas equipadas para recibir adecuadamente y con garantías y con accesos inmediatos y cercanos; flexibilizar las estructuras e infraestructuras para adaptarse a los cambios de forma rápida y eficaz; introducir herramientas tecnológicas fáciles y baratas para la atención social, humana, médica y asistencial.
Todo ello recordando que en la nueva era de la incertidumbre las crisis también pueden ser energéticas. Los que conocen la crisis del petróleo de principios de los años 70, bien porque la vivieron o porque han tenido el interés en estudiarla, podrán enseñarnos mucho sobre las consecuencias de la carestía del medio energético que mueve un país. Esta era es digital y tecnológica y será necesario prever un abastecimiento adecuado o cualquier solución será inútil si nos quedamos sin electricidad.
Hoy, y es dramático, hemos fallado a nuestros mayores, a nuestra sociedad. Debemos actuar ya, sin demora, y trabajar por un legado digno para las próximas generaciones entre las que nos encontramos muchos de nosotros y, luego, nuestros hijos y nietos. Es la mejor forma de fomentar la justicia social y el reconocimiento a toda una vida.