Un artículo de David Estallo, Fisioterapeuta de la residencia IMQ Igurco Bilbozar
Son sabidos los múltiples beneficios que aporta al ser humano la práctica de ejercicio físico, independientemente de la edad, género o condición física previa. Reducción de los síntomas de depresión y ansiedad, analgesia, liberación de dopamina, serotonina y noradrenalina, menor degeneración neuronal, mejora de la función cognitiva y sensorial del cerebro, son algunos de estos efectos positivos del ejercicio.
En el adulto mayor esto no es diferente, y si está institucionalizado aún podría tener más beneficios. El ejercicio físico para este perfil de personas supone, además de lo anteriormente nombrado, un fortalecimiento del aparato musculoesquelético, una mejora de la movilidad y circulación linfática, una mejora del equilibrio y una mayor socialización. Todo ello, además, teniendo en cuenta que, al realizar la actividad en el medio acuático, supone una disminución de la dificultad a la hora de realizar la actividad (no hay gravedad y el impacto en las articulaciones es mínimo, la flotación favorece el movimiento, etc.).
Desde el Centro Gerontológico IMQ Igurco Bilbozar, hasta la crisis sanitaria provocada por la Covid-19, acudían a la piscina una vez a la semana. En total participaban aproximadamente doce residentes y usuarios del centro de día, divididos en dos grupos. La sesión tenía aproximadamente una hora de duración. Durante este tiempo, la actividad se dividía en varias fases.
La primera, calentamiento. Realizaban un movimiento global y controlado de las articulaciones más importantes del cuerpo, seguido de una activación muscular suave, encaminada a preparar la musculatura para las siguientes fases.
La segunda, equilibrio y reeducación de la marcha. En función de las necesidades de cada participante del grupo realizábamos una serie de ejercicios dirigidos a su máximo beneficio. Apoyos monopodales, modificación del paso para mejorar la calidad de este una vez el residente estuviera fuera del medio acuático, desequilibrios, etc.
La tercera, fuerza. Ejercicios de las extremidades superiores e inferiores encaminadas a mejorar la fuerza muscular. Con ayuda de los “churros” de piscina (flotadores cilíndricos), y la resistencia que genera el agua al realizar el movimiento contra ella (cuanta más velocidad del movimiento, más resistencia ofrece el fluido) realizaban ejercicios sencillos pero concretos para los principales grupos musculares que trabajan durante el día a día.
La cuarta, “juego”. Como en toda actividad, además de suponer un esfuerzo, también tiene que haber una parte de diversión. Esta fase de la sesión era la más variable. En función del día y del perfil del participante se hacían unos ejercicios u otros. “Juegos” tan sencillos como salpicarse unos a otros, realizar pequeñas apneas bajo el agua o lanzar los “churros” o alguna pelota suponía una diversión para ellos. Además, de forma secundaria se trabajaban otras cualidades como el equilibrio, coordinación, trabajo del sistema respiratorio y cardiaco, etc.
Y, por último, relajación y estiramientos. Para acabar, durante 5 o 10 minutos hacían una serie de estiramientos globales encaminados a la relajación muscular, bajada del ritmo cardiaco y finalizar la actividad.
Tras casi un año de actividad, en cuanto a objetivos se ha observado un mantenimiento de la capacidad funcional, valorado a través de las escalas de Tinetti, Short Physical Performance Battery (SPPB), FAC y fuerza de prensión manual. Desde el punto de vista subjetivo, se observó una buena adhesión a la actividad y una mejora en su estado de ánimo, teniendo en cuenta que los participantes partían de un estado de ánimo no patológico.