Aumento de la presión arterial, riesgo de sufrir un ictus, síntomas depresivos, peor rendimiento cognitivo, e incluso un aumento de la mortalidad multifactorial, son algunos de los efectos de la soledad en personas mayores provocada por la necesidad de distanciamientos social impuestas para evitar los contagios de Covid-19, tal y como señalan los especialistas de IMQ Igurco.
Este 2020 siempre será recordado como el año en el que la humanidad aprendió que un virus podía cambiar los hábitos y costumbres sociales; el año en que se interiorizó el uso de la mascarilla como “nueva normalidad” y, lamentablemente, el año en el que el distanciamiento de otras personas y la limitación de las relaciones sociales se convirtieron en herramientas para frenar la trasmisión de la infección por coronavirus.
Sin embargo, “esta distancia social obligada para frenar la curva de contagios ha supuesto un aumento de la percepción de soledad en las personas mayores, viéndose privados del contacto con sus familiares y su red social de apoyo”, destaca la Dra. Naiara Fernández, médico geriatra de IMQ Igurco.
Las personas mayores de 85 años que viven en soledad es un grupo etario está considerado de alto riesgo de mortalidad en caso de infección por el SARS-CoV-2, por lo que se vio severamente afectado por las restricciones de la movilidad establecidas en los meses de marzo, abril y mayo, “hecho que ha condicionado un impacto negativo en la salud física y emocional de los mayores con más edad, habiendo puesto en riesgo la cobertura de sus necesidades fisiológicas (acceso a alimentos y su preparación), clínicas (acceso a valoraciones médicas presenciales), funcionales (dificultad para actividad física en el propio domicilio con pérdida funcional secundaria) y psicosociales (afectividad, reconocimiento y autorrealización)”, destaca la experta.
Según indica la médica de IMQ Igurco, “han sido muchas las personas mayores que han fallecido a consecuencia de la Covid-19, pérdidas sufridas también por su entorno más cercano, condicionando un aumento de la percepción de soledad de aquellos que han visto cómo su red familiar o de apoyo social, se veía diezmada”. Además, “este hecho, unido al miedo por el propio contagio, ha evidenciado la aparición de trastornos por ansiedad y depresión, así como un probable deterioro de las capacidades cognitivas, máxime cuando ya existe un diagnóstico de enfermedad neurodegenerativa (demencia)”, advierte la Dra. Naiara Fernández.
Efectos de la percepción de soledad en las personas mayores
La médica geriatra de IMQ Igurco advierte de que la percepción de soledad en las personas mayores puede provocar “un aumento de la posibilidad de sufrir accidentes vasculares; aumento de la presión arterial; aumento del estrés y la inflamación, con efectos negativos en la función inmunitaria; un peor estado nutricional (desnutrición y obesidad); una reducción de la actividad física y la capacidad funcional; aparición de insomnio de conciliación y sueño fragmentado; síntomas depresivos; peor rendimiento cognitivo y riesgo de desarrollo de la enfermedad de Alzheimer; aumento del riesgo de institucionalización; aumento de la mortalidad multifactorial; peor calidad de vida; y, en definitiva, sufrimiento”.
Para mitigar el aislamiento y minimizar sus efectos negativos, la Dra. Naiara Fernández propone algunos consejos. Así, sugiere “preguntar a la persona mayor que vive sola sobre sus necesidades y posibilitar la cobertura de todas ellas (acceso a alimentos, fármacos, asistencia en actividades de la vida diaria…), así como compartir emociones y preocupaciones sobre la situación actual para minimizar el miedo y la ansiedad por la sobreinformación recibida a través de los medios de comunicación”.
La experta también aboga por “establecer métodos alternativos de comunicación con familiares y amigos, preferiblemente a través de videollamadas siempre que la persona presente capacidad para el manejo de tecnologías, así como adherirse a programas de voluntariado que buscan mitigar el efecto de la soledad percibida, fomentar la realización de actividad física e, incluso, considerar la adopción de una mascota (si existe capacidad económica, cognitiva y funcional para su cuidado)”, concluye.
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