Laura Cantero Poncio, jefe de Servicio de CleceVitam
Llegó el 14 de marzo de 2020 y se paró el mundo —quizá en residencias una semana antes— cuando, de reojo, mirábamos y no queríamos ver lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo; y que, con pavor, esperábamos que nos sucediera. Y sucedió. Una pandemia mundial llegó a nuestras vidas y lo cambió todo por completo.
Centros residenciales donde la atención social era primordial, en cuestión de días, horas e incluso minutos, se convirtieron en espacios sanitarios. Todos nos convertimos en sanitarios. Todos nos pusimos el uniforme, siendo nuestro único objetivo salvar vidas. El único anhelo era dejar de contar el número de contagiados, para empezar a enumerar a las personas mayores salvadas.
Y esa, esa fue la pena y el mayor cambio que, de repente y sin quererlo, nuestras personas mayores se convirtieron en números que repasábamos una y otra vez a lo largo del día; muchas veces sin sentido, como si en algún momento, por arte de magia, fuera a cambiar, consiguiendo sólo confirmar que esta pandemia mundial nos ha convertido en números. Números de fallecidos, números de contagios, números de derivaciones, números de índice de positividad, números de trabajadores de baja que, haciendo un trabajo excepcional, también caían. Esos días en los que eso de ser positivo era lo peor que te podía pasar.
Hoy, vacunados, fuertes —no sé si mejores personas, pero sí más preparadas—, queremos dejar de ser números. Tenemos que dejar de ser números. Hoy vamos a ser positivos de verdad porque hay que sobreponerse; hay que seguir luchando, hay que poder contarlo. Hoy vamos a empezar a trabajar de otra manera. Hoy, a todas esas personas que tuvieron que pasar gran parte del tiempo en sus habitaciones, muchas de las cuales se vieron afectadas por un sentimiento de soledad —y que se iniciaron en las nuevas tecnologías para ver a sus familiares—; hay que llamarlas por sus nombres y apellidos y empezar a trabajar con ellas olvidando el pijama sanitario, el fonendo y la bata. Volviendo a trabajar con ellas como lo que son: personas.
Por ello, tras casi un largo año en el que no existía nada más que la Covid-19, hoy empezamos a detectar la necesidad convivir, de querer, de vivir en sociedad, de curar las penas que deja la soledad no elegida. Es por este motivo que en los centros residenciales tenemos que empezar a trabajar como si la pandemia mundial nunca hubiese llegado a nosotros. Como si no hubiera existido. Bien sabios son nuestros residentes que, una y otra vez, se consideran supervivientes e, intentando convencerse de forma recurrente, nos dicen a nosotros, trabajadores que hemos sufrido con ellos: “Que nos quiten lo bailao”.
Por todo ese peso que perdieron las personas mayores; porque no se come con las mismas ganas solo en la habitación que manteniendo relaciones sociales sentados a la mesa en el comedor. O por todo ese peso que se ganó en la soledad de la habitación, donde la ansiedad se paliaba con la comida acompañada de poco movimiento. Y los profesionales de los centros, que corrían de un lado a otro de la instalación con semblante serio hoy, seguros de sí mismos, sonríen cuando se cruzan contigo, cuando se cruzan con todas y cada una de nuestras personas mayores.
Esas enfermedades, crónicas o incluso anecdóticas que de repente desaparecieron, hoy empiezan a resurgir tímidamente: “¡Hombre..! No todo va a ser el virus éste chino”, le dicen a la doctora cuando van a verla, porque de todos es sabido que la mayoría de los males se curan en la puerta del despacho de los doctores; sin que les atiendan, solo hablando con el de al lado.
Hoy vuelve a haber salas de espera, con espacio para la esperanza. Hoy, aunque no estamos todos, no estamos solos y eso es lo que de verdad importa. Ahora es el momento de actuar, de tratar a las personas residentes desde la perspectiva física, biológica y social.
Hoy nos damos cuenta de las consecuencias reales de la Covid-19, de las urgencias no atendidas en los hospitales por el miedo de acudir a ellos, de la restricción de la libertad de elección, de movimiento e incluso de ocio. De lo solos que nos hemos sentido aun teniendo a los compañeros en la habitación de al lado. De lo prioritario que era lo sanitario, con el único objetivo de salvar vidas, y lo poco prioritario que era lo social. ¿Hay vida que merezca la pena vivir si no tenemos un bienestar bio-psico-social?
Hemos detectado un daño cerebral adquirido en algunas personas mayores, con unas consecuencias serias a nivel cognitivo, sensorial y físico, cuyo principal efecto secundario es la hemiparesia. Es llamativa la cantidad de casos que se han presentado en algunos centros, y nosotros que, más que nunca estamos adaptados a los cambios, tenemos que empezar a tratar.
Estos casos no solo son derivados de la infección de Covid-19, sino que muchos de ellos llegan a nosotros por una falta de estimulación, movilización y tratamiento preventivo, además de lo mencionado anteriormente, el miedo a acudir a los centros hospitalarios. Por ello, en los centros residenciales de Clece, hemos empezado a trabajar con el programa CleceVitamRehab, un proyecto de intervención dirigido a nuestras personas residentes.
Este programa consta de dos fases de trabajo donde conseguimos alcanzar los objetivos propuestos por el equipo interdisciplinar que lo compone: médico, enfermero, fisioterapeuta, trabajador social y terapeuta ocupacional; además de la propia persona mayor que quiera volver a tener la vida que perdió tras el daño cerebral.
La primera fase, la de la intervención inmediata, se desarrolla durante los 45 primeros días después del accidente, trabajando los diferentes profesionales 5 sesiones semanales. Tiene un carácter rehabilitador, lo que es de especial importancia, ya que los objetivos se alcanzan con mayor rapidez. Son sesiones individuales en espacios preparados para crear un ambiente especial y único, con tareas específicas para cada residente afectado.
La segunda fase, una vez pasados los 45 primeros días, tiene un componente conservador aunque, bien es cierto, que en el 70% de los casos sigue existiendo una mejora menos rápida y palpable que en la fase anterior, pero que proporciona una mejora anímica y una sensación de bienestar beneficiosa para las personas residentes.
Esta fase, en principio, tiene una duración estimada de 6 meses, sin embargo, habitar en un centro residencial de forma permanente con todos los profesionales a disposición de la persona usuaria, hace que alarguemos en el tiempo la intervención, y realicemos el servicio durante toda la estancia. Digamos, por lo tanto, que el servicio mínimo para que se pueda palpar esa mejoría es de 7 meses y medio.
Ambas fases y el tiempo que se siga permaneciendo en los centros, hacen que las personas mayores vuelvan a desempeñar las tareas y las actividades que venían realizando y, de este modo, volvemos a conseguir ese bienestar biológico, psicológico y social que la pandemia nos arrebató.
No podemos olvidar que este proyecto está fundamentado en la atención integral centrada en la persona, donde cada individuo es único, donde debemos implementar actividades significativas, donde realizar lo cotidiano sin ayuda es volver a ser libre. Esa libertad que la pandemia nos robó. Y, volveremos a contar, pero no serán solo números. Serán personas que pueden volver a vivir con normalidad. Entonces, habremos vuelto a ganar.