Un artículo de Emilio Negro González,
Director de Enfermería del Centro Sociosanitario Hermanas Hospitalarias Palencia
Según diferentes estudios más de tres millones de hogares en España están formados por personas mayores de 65 años y en ellos más de dos millones viven solas, estos datos en sí mismos no son un problema si estas personas se sintieran felices o satisfechas con el estilo de vida elegido, la situación de hace más compleja al observar en algunos estudios que cerca de 1 millón de estas personas son dependientes o dicen sentirse solas.
El aislamiento y los cambios en los modelos de relaciones interpersonales y de comunicación que han aparecido a raíz de la declaración de pandemia en marzo de 2020, no han ayudado a mejorar estas cifras. La necesidad de permanencia obligada en los hogares, que hemos conocido como confinamiento, ha traído consecuencias desastrosas para la calidad de vida percibida de las personas mayores tanto en el entorno urbano como rural, aunque probablemente en las grandes ciudades y municipios medianos superiores a los 20.000 habitantes es donde más se acentúa este problema debido a la concentración de población.
Con la aparición de los primeros casos de coronavirus y la declaración de Pandemia por parte dela OMS el 11 de marzo de 2020 todas estas personas mayores, independientemente del lugar dónde viven han estado y siguen sometidos a una carga emocional de consecuencias incalculables en su salud mental debido al sentimiento de aislamiento y soledad.
Estos sentimientos negativos se han incrementado en las residencias donde se ha unido todo a la prohibición de visitas y salidas que en algunos casos ya estaban reducidas por diferentes factores personales y sociales. En el entorno residencial viven actualmente más de 300.000 personas mayores muchas de ellas mayores de 80 años y con la sensación de ocupar una plaza como último recurso ante la pérdida de autonomía personal.
Pero, ¿qué cambios han experimentado realmente los mayores en su salud mental?
La vulnerabilidad de las personas mayores en los aspectos físicos no debe ser la única referencia en la atención integral que promueven las organizaciones sanitarias y las sociedades científicas. Hay muchos cambios en los patrones habituales de las relaciones familiares, la interacción social y las actividades de ocio y tiempo libre que resultaban positivas en los ámbitos y convivencia y han incrementado de forma clara el sentimiento de soledad y abandono.
Una gran parte de los mayores, independientemente del lugar donde vivan, indican que ha empeorado su estado de ánimo, se han sentido más solos, más tristes y tienen dificultades para conciliar el sueño y establecer un descanso reparador. Se ha observado mayor deterioro cognitivo en algunas personas, síntomas hipocondriacos y miedo a morir… En definitiva, agravada por la incertidumbre del momento y la generación de emociones y pensamientos negativos ha aparecido cierta sintomatología depresiva.
La sensación de rechazo y desprecio como percepción también ha sido evidenciada en algunas encuestas y lo han objetivados en la priorización de recursos hospitalarios en otros grupos e población esto ha supuesto cambios de humor y alteraciones conductuales.
Y puesto que todo está relacionado, aquello que nos ocurre a nivel de salud mental, emocional y participación social influye en la salud física, si esta salud física es negativa, disminuyen las ganas de vivir, se deteriora la calidad que damos a los años e incluso disminuye el tiempo que vivimos.
Debemos reflexionar sobre cómo afrontar el futuro de las personas mayores, que cambios sociales, residenciales y asistenciales se necesitarán establecer para poder alejar a los mayores de ese sentimiento de aislamiento y soledad en el que les hemos incrustado.
Proponemos alternativas prácticas y concretas en diferentes ámbitos que introduzcan esos cambios y se puedan desarrollar a partir de modelos de gestión administrativos y políticos.
A nivel asistencial es necesario organizar contactos sistematizados desde los centros de salud a los domicilios de las personas mayores, facilitar un teléfono de asistencia social y sanitaria que ayude a manejar temas básicos como medicación, protección, citas con especialidades, activar las vacunaciones a las personas mayores y sus cuidadores del entorno familiar, para evitar el aislamiento por temor a contagios.
Mejorar el acceso al mundo digital mediante herramientas fáciles y modelos de formación accesibles con entrenamientos en técnicas de control emocional. Los mayores tienen una tremenda capacidad adaptativa y sorprende la facilidad de aprendizaje en situaciones de estabilización cognitiva. Estos medios digitales tienen que favorecer y ayudar a recuperar las relaciones sociales deterioradas. También es necesario potenciar un voluntariado social que facilite los contactos interpersonales.
Facilitar modelos innovadores de teleasistencia que combinen la asistencia de profesionales con el cuidador familiar o el grupo de iguales y faciliten la posibilidad de establecer relaciones sociales, servicio de escucha y acompañamiento emocional.
Además, hay que abordar las causas estructurales que han hecho que las personas de edad se queden atrás y sean más vulnerables en esta crisis trabajando activamente porque en el desarrollo de normativas y de leyes y decretos que afecten a sus vidas se sientan incluidos y representados.
En el entorno residencial hay que mejorar la seguridad y los espacios para que las personas mayores no se sientan solos y puedan recibir y establecer relaciones interpersonales seguras.
Como conclusión, ante los cambios emocionales y principalmente ante el sentimiento de soledad y abandono que sienten las personas mayores, debemos hacer todo lo posible para preservar sus derechos, a la salud principalmente, y su dignidad en todo momento, creando sistemas de control y seguimiento que despierten las alarmas ante los primeros síntomas en cada persona y se establezcan las medidas sociales, asistenciales y comunitaritas que eviten consecuencias irreparables en un grupo de población tan vulnerable.