Un artículo de Olga Cures Rivas,
Fisioterapeuta y Tesorera del Ilustre Colegio de Fisioterapeutas de Madrid
Un año después seguimos rodeados por el coronavirus. Afortunadamente, las diversas vacunas han llegado para quedarse. Gracias a ellas, la enfermedad ha reducido su presencia en centros residenciales (primer lugar donde hemos podido observar sus efectos), a un número casi testimonial. Dato que nos da mucho optimismo para el gran colectivo de personas mayores que no viven en centros residenciales, los que viven en sus casas. Tengamos en cuenta, que más del 19% de la población española -según el Instituto Nacional de Estadística- es mayor de sesenta y cinco años. Lo que da una idea de la importancia de una buena labor con este grupo de usuarios.
Esta pandemia ha hecho que los fisioterapeutas replanteen su trabajo y lo adapten. Un esfuerzo que ha supuesto un gran trabajo, una reevaluación de lo que pueden aportar. Pero también ha hecho que los vean como una parte primordial del equipo multidisciplinar, de todos los equipos multiprofesionales que trabajan en todo el hospital.
En las residencias ha sucedido algo parecido. Aunque ya estaban integrados en los equipos multiprofesionales, han debido adaptar su trabajo, su forma de colaborar, asumiendo nuevas funciones, viendo cómo las diversas unidades gerenciales consideraban su trabajo como peligroso y suspenderlo de manera radical. Sin dar opción a explicar la nueva dimensión de su trabajo durante la pandemia.
Todo ello, superando como profesionales y personas nuestras propias secuelas físicas, mentales y emocionales. Puesto que esos más de veintinueve mil fallecimientos en centros asistenciales, tienen para nosotros nombre y apellidos. Son contactos, son parte de cada fisioterapeuta. Y reevaluarles verificar esas grandes pérdidas, también son un duro golpe para el fisioterapeuta de referencia con la responsabilidad de buscar el camino adecuado para apoyar la recuperación.
Primero dieron un doble paso. Uno hacia atrás, para dejar su lugar base. Y un paso hacia delante, entrando en las unidades de primera línea, para aportar todo aquello que sabemos que deberíamos hacer desde hace mucho tiempo: integrarnos en el resto de equipos hospitalarios. Empezando por las UCIs. Los fisioterapeutas son profesionales sanitarios.
El Covid-19 también ha puesto en dificultades el trabajo de estos profesionales sanitarios con el resto de sus pacientes. Usuarios que han visto desaparecer los departamentos de fisioterapia –por la necesidad de espacios para enfermos de Covid– que ha llevado a que ahora, no sólo deben recuperar a pacientes con secuelas, sino que también suman todos los tratamientos que se vieron reducidos o directamente eliminados. La presión sobre la fisioterapia –con un mismo capital de profesionales– se ha elevado a niveles nunca vistos.
Desde hace unos meses, los fisioterapeutas –como el resto de profesionales– de estos centros, van reorientando su actividad. De la situación cuasi hospitalaria y de urgencias, hacia un retorno a su tarea primigenia, que es la de los cuidados habituales. Todo esto ha dado lugar a la reevaluación de la situación funcional de los mayores, tanto si lo han padecido como si han sido afectados únicamente por las medidas tomadas para prevenir el contagio. Porque unos han sido afectados por las dos, y otros por la última, pero todos han sufrido las consecuencias directas o indirectas del Covid-19.
Extrapolando esto, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que ha sucedido algo similar fuera del ámbito institucional. Mayores en sus domicilios confinados, limitados, contagiados, afectados de una manera u otra, pero con un problema añadido, un acceso más difícil a los fisioterapeutas de su centro de atención primaria, que pueden ayudarles a salir de ello. Aunque estos departamentos se han adaptado y han multiplicado sus seguimientos vía telefónica e incluso por videoconferencia. Pero con grandes dificultades para la evaluación de la nueva situación y el establecimiento de un nuevo programa individualizado de trabajo.
Los fisioterapeutas que trabajan a nivel privado han multiplicado sus vías de acceso, para facilitar el trabajo y el seguimiento de sus usuarios confinados, para evitar o paliar las consecuencias que ya se preveían desde el principio, pero que desconocíamos que fuera a durar tanto. Se han visto obligados a reinventarse para facilitar su trabajo, cosa que no ha sido nada fácil, teniendo en cuenta que tenemos un trabajo de intervención muy estrecha con pacientes de características muy variables.
Desde la fisioterapia se ha observado una clara afectación de la capacidad física, del equilibrio, con una desadaptación a los esfuerzos habituales, un aumento del riesgo de caídas, un aumento del inmovilismo y de sus graves consecuencias tanto físicas como cognitivas. Los mayores, debido al confinamiento, presentan una disminución de la capacidad física a todos los niveles, y sumado al aislamiento en sus habitaciones, conlleva una pérdida de estímulos ambientales y físicos que afecta a su actividad cognitiva. Se han observado problemas osteomusculares, cardiocirculatorios, respiratorios, e incluso digestivos. El hecho de no realizar una actividad diaria ha favorecido la obesidad, los edemas distales, aumento de la fatiga, desarrollo de patologías cognitivas, etc.
Todo esto conlleva una nueva situación. El fisioterapeuta no puede tomar el trabajo en el punto que lo dejó, sino retrotraerse en la escala varios pasos, como si se tratara de usuarios distintos. De alguna manera lo son, puesto que como profesionales tampoco ellos somos los mismos. No obstante, el trabajo en los departamentos e in situ en las plantas, tiene un amplio margen de posibilidades de recuperación.
Los grandes objetivos generales van enfocados a recuperar al máximo la independencia de todos los usuarios, a mejorar su resistencia a la fatiga, disminuir el riesgo de caídas y sus secuelas (como el síndrome postcaida). Lo que implica un abordaje múltiple y a varios niveles. Trabajos activos que buscan la intervención a distintos niveles funcionales. No puede centrarse en una actividad respiratoria, disnea, fatiga, etc. sin coordinar el trabajo de prevención de caídas y el secundario aumento de la dependencia de los usuarios con respecto a todos los profesionales.
Así mismo, el aumento de la medicación, repercute en la sintomatología y se debe trabajar estrechamente con el equipo médico para intentar disminuir esa polifarmacia. Igualmente, el trabajo fisioterápico debe coordinarse con la actividad de enfermería y sus planes de cuidados. Integrando todas las mejorías, en la participación activa del usuario en sus propios cuidados diarios. Disminuyendo en lo posible la carga asistencial que recae sobre el personal auxiliar de planta.
El trabajo en las residencias conlleva también una adaptación de los espacios. Lo que ha puesto de manifiesto que, en muchos casos, los departamentos no están bien dimensionados. Espacios demasiado reducidos, ubicados en zonas mal comunicadas con el resto de la residencia, con aparataje escaso y antiguo. En muchos casos, los nuevos requerimientos de distanciamiento social y desinfección entre usuarios, dificulta el acceso a un mayor número de usuarios, lo que repercute en la evolución del tratamiento.
Hay que replantearse el acceso a una fisioterapia que ha demostrado estar a la altura, cuyos profesionales han puesto de manifiesto que tienen mucho que aportar. No sólo a nivel de UCI. La fisioterapia acorta la estancia en estas unidades, pero también acorta los plazos de recuperación, a todos los niveles. Fácilmente extrapolable a todas aquellas asistencias fisioterápicas tanto hospitalarias, como en atención primaria, centros residenciales, centros de día y centros privados.
Todo esto necesita que, como personas, los fisioterapeutas también cierren heridas, curen física, mental y emocionalmente. Puesto que, como tantos profesionales, sin enfermar, el Covid si ha pasado por ellos.