Las personas de edad avanzada han sufrido deterioro en las capacidades funcionales de las personas mayores por la pandemia, tal y como ha advertido Naiara Fernández, médica especialista en Geriatría y directora Asistencial de IMQ Igurco, durante su intervención en la 48ª Semana de Humanidades de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao (ACMB).
Tal y como afirma esta especialista, “durante los duros meses vividos en 2020, acechados por una pandemia y obligados a aumentar la distancia física entre nosotros, ha quedado manifiesta la fragilidad de las personas mayores para ver satisfechas sus necesidades”, señalando que “han sufrido situaciones de riesgo clínico y social atribuible a la sobrecarga de los servicios sanitarios y sociales. También se ha constatado un deterioro de sus capacidades funcionales (marcha, caídas en domicilio, etcétera) y un peligroso aumento de la percepción de soledad, que debe activar en los profesionales que nos dedicamos a atender a las personas mayores un cambio en el modelo de atención”.
Con respecto a este necesario cambio en el modelo de atención, la geriatra de IMQ Igurco aboga por “promover la participación de la persona mayor en su proceso de atención para evitar el abandono de la satisfacción de las necesidades que considera básicas, y que van a ser diferentes según la priorización de cada una de las personas que conforman el heterogéneo grupo de personas mayores. Deberemos trabajar por darle a cada uno lo que necesite para envejecer de forma satisfactoria, y con la mejor calidad de vida percibida a lo largo de los años”.
La directora asistencial de IMQ Igurco recalca también que “hablar de humanizar la atención a la personas mayores implica satisfacer sus necesidades de forma global. Son -y somos- más que una suma de sistemas fisiológicos; somos personas con emociones y sentimientos, personas que vivimos en un entorno concreto, formando parte de una unidad convivencial: familiar, de allegados, de vecinos, etcétera”.
Las mujeres, en primer plano de la pandemia
En el marco de la 48ª Semana de Humanidades de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao también ha intervenido Margarita Sáenz, psiquiatra del Hospital Universitario Cruces y profesora asociada de la UPV/EHU, quien destacó que “durante la primera ola de la pandemia, lo que se ha evidenciado es que las que hemos estado en primer plano hemos sido las mujeres; el 70% de las sanitarias somos mujeres; las limpiadoras de los hospitales, son las mujeres; las cuidadoras, son las mujeres; las cajeras de los supermercados, son las mujeres; y esto ha puesto de relieve cómo los cuidados han de estar en el centro de la atención sanitaria”.
Y es que, tal y como revela un estudio realizado en el Hospital Universitario Cruces a profesionales sanitarios, “quedó patente que ser mujer suponía un riesgo en sí, añadido a trabajar, por ejemplo, en la UCI o en reanimación. No se ha tenido en cuenta la doble o triple jornada de las mujeres. Las mujeres nos hacemos cargo de las criaturas, nos hacemos cargo de nuestros mayores, etcétera, y toda esa sobrecarga y ese estrés crónico, con el miedo a infectar a nuestros familiares cuando salíamos de trabajar, ha hecho que en los estudios recientes que hay sobre los efectos en la salud mental de las y los profesionales sanitarios, los resultados sean más relevantes en el caso de las mujeres: hay más ansiedad, depresión, insomnio y trastorno por estrés postraumático”.
Por su parte, el jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Basurto, Joseba Ibarmia, advirtió, en relación a las olas epidémicas, que “podemos afirmar que estamos en el inicio de una cuarta. En realidad es la misma, la primera, que a cada relajo en las medidas de prevención a nivel comunitario se recrudece de forma absolutamente predecible”. Y hasta que no haya una sustancial parte de la población vacunada a nivel mundial, “no habremos ganado la batalla a este virus y correremos el riesgo de que en su adaptación para sobrevivir genere cepas que puedan causar nuevas olas de enfermedad y mortandad”.
Para el jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Basurto, “hemos de acostumbrarnos a vivir con el virus, a respetar su nicho ecológico consiguiendo mantener el nuestro, como ocurre con la gripe. No veo un escenario en el que se puedan cerrar los sistemas de detección, las consultas de primaria o las camas hospitalarias Covid-19, ni las convencionales ni las de intensivos”.
El experto puso de manifiesto que “la fatiga hace mella tras un año de darlo todo. La fatiga como profesionales y la fatiga como ciudadanos. Se nota en todos los compañeros y compañeras una sensibilidad a flor de piel respecto a actuaciones que nos parecen incalificables, como las de los botellones y las fiestas, como las de los jueces epidemiólogos, como las de algunos medios de comunicación”. En este sentido recalcó, “es preciso decirlo alto y claro: nuestro personal sanitario y no sanitario, trabajadores sociales, conductores, celadores, técnicos de rayos X, auxiliares de clínica, enfermeros, médicos, etcétera, son héroes. Merecían los aplausos de cada tarde y merecen el mejor trato y el mejor futuro posibles”.
Joseba Ibarmia concluyó su intervención manifestando que “resolver las deficiencias, las vergüenzas, que la pandemia ha evidenciado de los sectores sanitario y sociosanitario debe ser una prioridad. Invertir y gastar en epidemiología, en atención primaria, en sistemas de control en las residencias, en sistemas de atención a los más débiles de nuestra sociedad”.
Ainara Arana, enfermera supervisora de la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital Universitario Galdakao-Usansolo, destacó que “lo que saco en positivo de lo que es esta desgracia de la pandemia en los últimos doce meses es el sentimiento de unidad existente entre todos los profesionales y las ganas y la motivación que hemos conseguido generar a pesar de la incertidumbre, el miedo y la angustia que hemos vivido, especialmente en la primera ola epidémica. Lo mejor de todo en los primeros momentos fue el comportamiento y la actitud que tuvo todo el mundo; tanto los que tuvieron que dar soporte a las que no sabían trabajar en una unidad de críticos, como la gente que salió de sus unidades para trabajar con nosotros”.
“Hemos vivido, sobre todo en el inicio de la pandemia, un miedo y una soledad abrumantes, por la soledad en la que ingresaban los pacientes y el cierre de los hospitales. En un primer momento, lo más duro fue cuando falleció el primer paciente, en ausencia de su familia. Este hecho, sirvió para modificar los protocolos establecidos inicialmente, abriéndolos a excepciones en los momentos de final de vida, aportando a los familiares todo lo necesario para poder acompañar con seguridad”, señalo Ainara Arana.