Las residencias de personas mayores del grupo sociosanitario vasco IMQ Igurco han puesto en marcha un nuevo protocolo de detección, evaluación e intervención de personas mayores con secuelas tras superar la Covid-19, que está disponible tanto para los usuarios de las residencias como para pacientes particulares.
El nuevo protocolo de las residencias de IMQ Igurco identifica a las personas usuarias que hayan sido diagnosticadas de infección por el SARS-CoV-2, realiza una valoración funcional completa para evaluar la situación funcional y las posibles consecuencias asociadas a la enfermedad y, por último, establece las medidas terapéuticas para la intervención con el objetivo de mejorar parámetros funcionales y la calidad de vida.
Y es que, tal y como explica la Dra. Naiara Fernández, médica especialista en Geriatría y directora Asistencial de esta entidad, «nos estamos encontrando en muchos casos con personas que han disminuido de manera relevante su capacidad funcional a causa de la enfermedad. En una inmensa mayoría de las ocasiones, esta pérdida de capacidad funcional, que afecta a la posibilidad de hacer las actividades diarias de la persona mayor y reduce significativamente su calidad de vida, es potencialmente recuperable».
Para lograrlo, en este protocolo participan de manera integrada los profesionales de medicina, fisioterapia, terapia ocupacional, enfermería y auxiliares, además de los miembros del área psicosocial. Según detalla Ismene Arrinda, fisioterapeuta de la residencia sociosanitaria vizcaína IMQ Igurco Orue, «después de la identificación de las personas mayores que han pasado la enfermedad, es necesario valorar su capacidad funcional actual, que se ha visto afectada tanto por el periodo de aislamiento para la prevención del contagio, como por el propio efecto de la enfermedad en el organismo».
Para esta valoración funcional, los profesionales de fisioterapia de las residencias del grupo sociosanitario evalúan diversos parámetros. «En primer lugar, determinamos la capacidad de marcha o deambulación de la persona mayor. A continuación, su riesgo de caída, valorando por separado las capacidades de equilibrio y marcha. En tercer lugar, estudiamos la capacidad física funcional, en la que incluimos diversos test y ejercicios, como la capacidad para levantarse de una silla sin ayuda de los miembros superiores. También medimos la fuerza de prensión de las manos, que es un parámetro estándar en estas evaluaciones. Y, por último, analizamos la capacidad cardiovascular y la sensación de dificultad respiratoria para determinar la tolerancia al ejercicio de la persona mayor», apunta la fisioterapeuta.
Además de los aspectos físicos, los responsables del área psicosocial de las residencias efectúan una evaluación de la percepción de la calidad de vida de la persona mayor, abordando aspectos como la función física, el rol físico, el dolor corporal, la salud en general, la vitalidad, la función social, el rol emocional, la salud mental y la percepción de la salud general con respecto al año anterior.
Una vez que se determina el estado funcional de la persona mayor, se establece el tratamiento a seguir con el objetivo de mejorar su condición física. «El tratamiento lo enfocamos a mejorar la capacidad cardiovascular, incrementar su fuerza muscular mediante un trabajo de potenciación, aumentar su capacidad respiratoria y disminuir su sensación de fatiga a la hora de hacer ejercicio y, por último, reeducar la marcha, el equilibrio así como restablecer la capacidad previa para realizar las actividades de la vida diaria», señala la Dra. Naiara Fernández.
El proceso cuenta con una «actualización continua de las pautas de tratamiento a seguir. Además, se valora mensualmente el estado funcional y se informa puntualmente a las familias sobre el progreso de la intervención, así como en el caso de que hubiese cualquier cambio significativo», concluye la médica especialista en Geriatría y directora Asistencial de IMQ Igurco.