Un artículo del Dr. Rogelio López Cuevas,
Neurólogo de Ace Alzheimer Center Barcelona
Durante mucho tiempo se consideró al sueño como un estado pasivo de nuestro cuerpo. Hoy sabemos que, mientras dormimos, ocurren una serie de procesos biológicos tales como la regeneración de los tejidos, la restauración de procesos metabólicos y la síntesis de ciertas hormonas y proteínas.
A nivel cerebral, se producen procesos implicados en el aprendizaje (consolidación de la información nueva) y también se intensifican las funciones de eliminación de sustancias perjudiciales para nuestro cerebro, que si se acumularan lo suficiente podrían favorecer el desarrollo de procesos como el Alzheimer.
Cerca de un tercio de nuestras vidas lo pasamos durmiendo, pero no es un tiempo malgastado; representa una inversión que contribuye a que podamos disfrutar de los otros dos tercios con buena salud física y mental y a que podamos prevenir la aparición o agravamiento de ciertas enfermedades. Necesitamos dormir no solo para sobrevivir, sino para vivir bien.
Los trastornos del sueño se dan en todas las edades, aunque son especialmente frecuentes en la tercera edad, etapa de la vida donde también es habitual una condición llamada demencia. Este término describe aquellos estados en los que la persona ha sufrido una pérdida de funciones cognitivas (razonamiento, memoria, lenguaje, etc) lo suficientemente grave como para interferir con las actividades de la vida cotidiana tales como hacer gestiones, conducir, manejar dinero, cuidar de sí mismo, etc.
La enfermedad de Alzheimer es el tipo más frecuente de demencia, pero no es la única causa. Existen más, como la demencia de origen vascular, la demencia por cuerpos de Lewy, la demencia en pacientes con enfermedad de Parkinson y la demencia frontotemporal. Hablamos de demencia mixta cuando coexisten dos o más causas.
El sueño puede afectarse de diversas maneras, con repercusiones en nuestra salud a corto y largo plazo. Por ejemplo, las personas que tienen apneas del sueño (pausas transitorias de la respiración mientras dormimos) al día siguiente pueden experimentar somnolencia excesiva, cansancio, boca seca, dolor de cabeza o problemas de concentración.
A largo plazo, esta condición aumenta el riesgo de padecer eventos vasculares cerebrales (ictus) o cardiacos (infarto de miocardio). En pacientes con demencia, las apneas del sueño pueden agravar el estado mental, despertar al paciente durante la noche y hacer que al día siguiente esté cansado y con cambios de humor. Un tratamiento adecuado puede ayudar a disminuir los impactos negativos de esta condición en pacientes con y sin demencia.
Las alteraciones del ritmo de sueño-vigilia (por ejemplo, dormir mucho durante el día y poco durante la noche), el insomnio y los despertares nocturnos con agitación son alteraciones frecuentes en la evolución de las demencias y pueden llegar a ser disruptivas para pacientes y cuidadores.
Estos trastornos además de perjudicar el descanso nocturno pueden agravar los síntomas cognitivos (falta de concentración, desorientación, etc), anímicos (nerviosísimo, ánimo bajo) y conductuales (falta de iniciativa, irritabilidad, agresividad, etc).
En algunos casos, el empeoramiento de la conducta precipitado por una mala calidad de sueño puede ser tan grave que llegue a requerir uso de fármacos específicos, hospitalización o ingreso en una residencia. Por todo ello, una identificación precoz del trastorno del sueño y una adecuada intervención pueden ayudar a detener esta escalada de eventos que se asemeja al de una bola de nieve.
Si notamos que una persona con demencia comienza a desarrollar alteraciones del sueño, es importante que observemos, analicemos y nos esforcemos por identificar y corregir posibles factores responsables de desencadenar o empeorar el problema. En muchos casos este factor existe, pero puede ser difícil de identificar. Son ejemplos de desencadenantes el exceso de frío o calor, dolor mal controlado, cambios de entorno (por ejemplo, pasar de un domicilio a otro), horarios irregulares, enfermedades intercurrentes que estén pasando desapercibidas (por ejemplo, una infección de orina) o efectos secundarios de medicamentos, entre otros.
Es recomendable promover hábitos que ayuden a prevenir o corregir algunos trastornos del sueño, como:
- Establecer un horario regular para irse a dormir y despertarse,
- Realizar actividad física adaptada a las capacidades de la persona, idealmente al aire libre y por las mañanas, puesto que la exposición a la luz natural durante el día ayuda a que nuestro reloj biológico (una región de cerebro llamada núcleo supraquiasmático) se sincronice con la hora del día, favoreciendo así el descanso nocturno.
- Evitar pasar tiempo en cama fuera de las horas de sueño, puesto que nuestro cerebro deja de asociar la cama con el acto de dormir.
Es importante evitar el uso de fármacos para favorecer el sueño sin antes buscar consejo médico. Aquellos medicamentos que son útiles para personas sin demencia podrían ser perjudiciales para quienes sí la padecen. No significa que no se puedan utilizar, sino que debemos evaluar el riesgo beneficio con nuestro profesional de salud de referencia.
Las demencias representan un problema de salud pública de máxima prioridad. Existe un interés global y creciente por comprender mejor los mecanismos implicados en la aparición y progresión de las demencias, lo que está permitiendo el desarrollo de tratamientos que pretenden detener su avance.
Hoy en día todavía no tenemos la capacidad de curar estas enfermedades, pero sí la de aliviar y mejorar la calidad de vida de las personas que las padecen. Sin duda, una manera de hacerlo es favoreciendo una adecuada calidad del sueño.
Sobre el autor
El Dr. Rogelio López Cuevas es Médico especialista en neurología en Ace Alzheimer Center Barcelona y Neurociencias Clínica Corachán. Profesor senior en Grupo CTO y profesor asociado en la Universitat Internacional de Catalunya. Áreas de interés: enfermedad de Alzheimer, deterioro cognitivo, trastornos del sueño en enfermedades neurodegenerativas.