Un artículo de Joaquín Baleztena,
Coordinador médico de la residencia Amavir Argaray de Pamplona
Debido a los cambios propios del envejecimiento es normal que se produzcan algunas alteraciones como fallos de memoria, dificultad para encontrar la palabra que se quiere decir o complicaciones para recordar un nombre. Es difícil determinar el límite entre este envejecimiento normal y el comienzo de un deterioro cognitivo leve. Pueden servir como señales de sospecha los olvidos cada vez más frecuentes de datos o citas importantes, un incremento en la dificultad de comprensión de instrucciones o conversaciones sencillas que antes se entendían normalmente, o en el seguimiento de la trama de un libro, acontecimiento o película.
Además de a la memoria, el Deterioro Cognitivo Leve puede afectar a la orientación y causar dificultad para encontrar una dirección o moverse por sitios conocidos. A veces, aumenta la complicación a la hora de tomar decisiones o planificar y organizar tareas que previamente se realizaban con facilidad. También hay que sospechar si aparecen cambios de conducta como una mayor impulsividad o irritabilidad. Frecuentemente, será la propia persona la que se dé cuenta o, en otras ocasiones, sus familiares.
Una de los principales indicadores de que el deterioro cognitivo avanza a demencia es cuando afecta de manera importante a la realización de las actividades instrumentales de la vida diaria, que son aquellas necesarias para valerse por sí mismo cotidianamente: realizar la compra, cocinar, manejar dinero y otras similares.
En el caso de empezar a observar algunos de los indicios anteriores, lo más indicado es acudir al Médico de Familia. En Atención Primaria se pueden descartar causas, distintas de la demencia, que pueden justificar los mismos síntomas: síndrome depresivo, ansiedad, alteraciones tiroideas, déficit de vitamina B o Folatos, etc.
Si se sospecha, finalmente, de un posible deterioro cognitivo leve, hay que tener en cuenta que no siempre implica el posterior desarrollo hacia una demencia, ya que a veces puede mejorar o mantenerse. Entonces, es el momento de acudir al neurólogo, al geriatra o al psiquiatra con acceso a exploraciones hospitalarias para que se realice un estudio completo.
Hay que tener en cuenta que las enfermedades neurodegenerativas corresponden a un amplio abanico de patologías entre las que se encuentran las demencias, y que dentro de estas no todas son iguales, por lo que es necesario un diagnóstico adecuado mediante la entrevista médica, la exploración física, analítica completa, estudios neuropsicológicos con distintas baterías o test y pruebas de neuroimagen como resonancia magnética o escáner, entre otras. Aunque la más frecuente es la Enfermedad de Alzheimer, no es la única y cada una tiene sus particularidades.
Algunas de ellas afectan más a la conducta o el lenguaje como la demencia frontotemporal; otras, como la demencia por cuerpos de Lewy, afectan al movimiento, la marcha y alteraciones del pensamiento (delirios) o percepción (alucinaciones). Para afinar más el diagnóstico o estudiar la probabilidad de sufrir una demencia se ha avanzado en detectar biomarcadores de distinto tipo.
En España, el Sistema de Salud está muy bien preparado para realizar diagnósticos adecuados. Pese a todo, en ocasiones, se tarda demasiado en detectarlo, posiblemente, por falta de concienciación, por el tipo de organización o por no aprovechar todos los recursos mediante una buena coordinación entre los servicios de iniciativa gubernamental y de iniciativa privada.
En cuanto al tratamiento, por desgracia todavía no existen terapias curativas, pero hay fármacos que ralentizan la progresión de la Enfermedad de Alzheimer y otros que sirven para el tratamiento de algunos síntomas. Además, se ha observado una relación estrecha entre los factores de riesgo cardiovascular y las demencias, por lo que el control de la hipertensión arterial, el colesterol, la diabetes mellitus y otros, tienen especial importancia (sobre todo de manera preventiva y en las primeras fases de la enfermedad). En cualquier caso, lo fundamental es un buen abordaje conductual basado en el manejo del paciente geriátrico con demencia y, para esto, hacen falta más profesionales especializados en ello y recursos asistenciales adecuados en todos los niveles.
Uno de los motivos más frecuentes de ingreso en una residencia es precisamente la demencia. En las residencias preparadas para atender a estas personas, deben existir espacios acondicionados y adaptados a sus necesidades y profesionales especialmente formados para abordar el manejo de sus problemas, que muchas veces es complejo.
En estos centros se trabaja mediante el modelo de Atención Centrado en la Persona (ACP), valorando todas las necesidades del residente. El tratamiento del deterioro cognitivo se basa en el trabajo transdisciplinar. De este modo, profesionales de distintas áreas actúan sobre el paciente con el objetivo común de intentar recuperar, si es posible, las capacidades perdidas o, al menos, frenar su avance. Aquí convergen la medicina, la terapia ocupacional, la fisioterapia, la enfermería, el trabajo social y la psicología, entre otras disciplinas. También existen medidas generales muy importantes como promover la vida activa y llevar una dieta equilibrada.
Mediante reuniones del equipo transdisciplinar, se realiza una valoración geriátrica integral y en base a los problemas detectados, tanto de salud como en todas las esferas de su vida, se diseña un Plan de Atención Individualizado (PAI) para cada residente. En este se establecen unos objetivos integrados para procurar el mayor bienestar en todos los aspectos: médico, psicológico, social, de relación, funcional, espiritual, de prevención de dependencia o abordaje de la misma, etc, procurando que mantengan la mayor autonomía posible, fijándose no solo en los déficits, sino también en las fortalezas que tiene la persona con demencia para poder vivir mejor. A partir de este proceso, cada trabajador realiza su función en compenetración con el resto del equipo.
En resumen, las piedras angulares del manejo en las residencias deben incluir unos profesionales especializados y bien formados, la valoración geriátrica integral con el Plan de Atención Individualizado y el trabajo en equipo transdisciplinar, siguiendo el modelo de Atención Centrada en la Persona.
Lo más importante del abordaje de los pacientes con esta enfermedad es no verlos como simples cerebros malfuncionantes que hay que arreglar, como mecanismos estropeados, o como vegetales en sus fases más avanzadas, sino descubrir a la persona que está detrás de todo ello y que necesita especialmente que se le respete su dignidad. Pese que se trata de enfermedades incurables, no existe la frase “no hay nada que hacer”, porque no hay pacientes “incuidables”: hay que cuidarlos con humanidad, prevenir complicaciones y procurarles el mayor bienestar posible en todas las áreas.
Apoyo al cuidador
Otro aspecto a tener en cuenta en estas enfermedades es el fundamental papel de la familia. En la mayoría de los casos, los familiares son los cuidadores principales de los enfermos con demencia, por lo que precisan de apoyo y ayuda. En las primeras fases de la enfermedad, los pacientes lo pasan peor al ser conscientes de lo que les está pasando. Sin embargo, según avanza la patología y cambia esa capacidad de percibir el propio sufrimiento, son las familias las que se angustian al ver el declinar de su ser querido, y al comprobar que cada vez tienen mayor dificultad para manejarlo.
Es primordial detectar la sobrecarga del cuidador principal, ya que puede afectar seriamente a la salud del mismo, del propio anciano e incluso llegar a ser origen de malos tratos al sentirse sobrepasados. Las familias necesitan ayuda, recursos y formación. Es recomendable que participen en las distintas asociaciones existentes en las que se apoyan unos a otros al vivir situaciones similares.
Una preocupación constante del cuidador es la desconfianza en que otras personas no van a cuidar al familiar tan bien como él y, por ello, no se deja ayudar. Ocasionalmente, esto puede desencadenar en un mecanismo psicológico inconsciente que genera una idea de culpabilidad que se suele descargar contra las personas que precisamente están más cerca, aquellos que les pueden apoyar o los profesionales que tratan a su familiar.
Por último, es importante destacar que, en una sociedad que envejece y en la que las enfermedades crónicas son cada vez más prevalentes y causa de sufrimiento y dependencia, la atención a estas personas tiene que ser una labor fundamental de toda la sociedad.
La inversión en investigación para encontrar la curación de estas personas enfermas debería ser proporcional a su alta prevalencia, que va en aumento, y a sus graves consecuencias, convirtiéndose incluso, desde el punto de vista meramente económico en una inversión más que en un gasto. Y mientras tanto, si se quiere hacer que vivan lo mejor posible durante la última etapa de su vida, es prioritario que la formación en el manejo geriátrico, técnico y humano de estas personas llegue a todas las familias y a los profesionales que les atienden.
Sobre el autor
Joaquín Baleztena es doctor en Medicina y licenciado en Psicología. Además, es especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y Experto Universitario en Gerontología Clínica y Social. Baleztena también es profesor responsable de la asignatura de Geriatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra y miembro de la Sociedad Española de Médicos de Residencias.