Un artículo de Atenzia
En el año 2050, 1 de cada 4 personas en Europa será mayor de 65 años. El dato, recogido en el informe Perspectivas de la población mundial 2019, pone de manifiesto los efectos producidos por un constante envejecimiento de la población y un aumento de la esperanza de vida que, además, sitúa a nuestro país entre uno de los más longevos del mundo.
Un cambio de paradigma que ya a día de hoy supone una auténtica revolución demográfica que afecta a todos los niveles. Ante nosotros se abre así un nuevo escenario en el que se plantean grandes retos, que pueden convertirse en importantes limitaciones si no reaccionamos a tiempo.
En este sentido, uno de los principales desafíos que debemos resolver es lograr que la longevidad se produzca dentro de unos parámetros de salud aceptables. Por eso, más que de esperanza de vida, debemos de hablar de esperanza de vida saludable. Y para ello, debemos de poner el foco en las enfermedades no transmisibles.
Enfermedades crónicas: prevalencia y mortalidad
La Organización Mundial de la Salud define como enfermedades no transmisibles aquellas que son de larga duración, pero de progresión lenta, diferenciando en cuatros grandes bloques las principales patologías asociadas como pueden ser las cardiovasculares, las respiratorias, el cáncer o la diabetes.
La influencia de este tipo de enfermedades en la calidad de vida del paciente es clave y es que, según se recoge en la Encuesta Nacional de Salud realizada por el Ministerio de Sanidad, las enfermedades crónicas afectan al 73% de las personas mayores de 65 años de España y son además la principal causa de mortalidad en el mundo.
Los datos, que ponen de manifiesto la prevalencia de este tipo de afecciones en la sociedad española, deben suponer además una señal de alerta para la población, los organismos sanitarios y todos los actores que en ellos participan.
Y es que este alto porcentaje de incidencia se traduce en una importante pérdida de la calidad de vida de los pacientes: más medicación, más patologías, más dependencia. Pero, ¿cuál es la gran esperanza en todo esto? Una vez más, la prevención.
Hábitos saludables como fórmula no tan secreta
Porque sí, las enfermedades no transmisibles tienen un innegable componente genético que nos puede hacer tener mayor predisposición a sufrir una u otra patología, pero de nuevo los hábitos de vida que llevemos van a jugar un papel fundamental.
Tanto es así que la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología asegura que 1 de cada 3 cánceres y el 80% de diabetes, infartos cerebrales y patologías cardiovasculares podrían haberse evitado. La fórmula ya nos resulta familiar: evitar el alcohol y el tabaco, optar por una dieta sana y equilibrada y alejarnos del sedentarismo, llevando una vida más activa y, en definitiva, más sana.
Las cuatro claves que se repiten como una especie de mantra una y otra vez pero que adquieren nuevas dimensiones a medida que van probando su eficacia.
Sin embargo, el valor de la prevención, aunque incuestionable, no puede ser nuestra única apuesta. Anticiparnos y llevar un estilo de vida saludable nos permitirá reducir la prevalencia de este tipo de patologías, pero en la actualidad su incidencia sigue siendo muy alta y, aunque consigamos minimizar las cifras, las enfermedades no transmisibles seguirán desarrollándose.
Coordinación, compromiso y seguimiento
En este sentido desde Atenzia llevamos años trabajando en iniciativas orientadas a enfermos crónicos que, además de sentar la base para favorecer un envejecimiento saludable, permiten realizar un correcto acompañamiento al paciente.
Para ello debemos adquirir un compromiso como sociedad con programas específicos dirigidos a fomentar hábitos saludables, pero también otros que ayuden a resolver las dos grandes asignaturas pendientes: alto gasto sanitario y polimedicación.
Así, el perfil del paciente crónico en España es complejo, ya que por norma general sufren más de una patología y, por ende, están polimedicados. Esto dificulta todavía más lograr la adherencia al tratamiento, con los costes y riesgos que paralelamente se originan de esta situación.
Las tecnologías, una vez más, han puesto a nuestra disposición toda una serie de herramientas y recursos para lograr una correcta adherencia a la medicación y un seguimiento efectivo, pero, como siempre, aprovechar estas oportunidades, depende de nosotros.
Las grandes posibilidades que estas ofrecen las llevamos apreciando, y poniendo en práctica, años. Desde Atenzia la atención en remoto ha ido evolucionando a medida que lo hacían las necesidades de las personas usuarias, pero también de sus familiares y, en general, del entramado sanitario.
Así, y con la aceleración provocada por la pandemia de la Covid-19, la asistencia telemática, la telesalud, se ha convertido en nuestro día a día y hemos observado su capacidad para ofrecer soluciones. Sin ir más lejos, la eficacia que resulta de valorar una emergencia y poner en marcha solo los recursos necesarios, establecer los recordatorios pertinentes para la toma de medicamentos o la intervención en caso de descompensación gracias a un correcto seguimiento a través de la telemonitorización de las constantes, son solo algunos ejemplos de su potencial.
Nuevos productos, nuevos servicios y nuevas formas de lograr una correcta coordinación sociosanitaria que mejore la atención al paciente y al mismo tiempo reduzcan los costes en el sistema.
Porque la atención de las enfermedades crónicas requiere de un enfoque multidimensional y multidisciplinar y, por lo tanto, precisa también rediseñar el modelo de atención sanitaria para ofrecer soluciones más ágiles, menos costosas y más adaptadas a una realidad en la que el prefijo tele-, ha adquirido todo el protagonismo.
En definitiva, debemos prevenir apostando por unos buenos hábitos y un estilo de vida activo, pero también debemos de instaurar nuevas políticas que potencien la investigación e innovación y que impulsen iniciativas que nos permitan acompañar y atender a aquellas personas que padecen alguna enfermedad crónica. Para que lo realmente importante, el factor humano diferencial, sea la calidad con la que vivimos y no la longevidad que marcan las métricas de un país.