Cada vez son más las parejas sentimentales que dan el paso y deciden irse a vivir juntos a una residencia. En este sentido, la idea de liberarse de las preocupaciones para aprovechar al máximo el tiempo con la otra persona es un concepto que gana fuerza entre los matrimonios mayores.
Buena muestra de ello es el testimonio de tres matrimonios residentes en distintos centros gestionados por Clece, La Solana (La Baña, León), La Estrella (Logroño) y CleceVitam El Parque (Soria), que aportan a continuación su propia experiencia, al igual que las tres directoras de los centros.
Carmen (83) y Florentino (77) –residentes de CleceVitam El Parque– entraron en la residencia por necesidad. “No nos quedó más remedio. Carmen llevaba dos meses operada de la cadera cuando yo me caí y me dañé una vértebra”, cuenta Florentino. En principio, iba a ser una solución temporal de dos meses, pero ya han cumplido medio año; el día a día les fue gustando y, tras 42 años casados, tomaron la decisión de continuar su vida en el centro. “Yo estoy muy contenta, nos atienden muy bien y las chicas son muy majas con nosotros”, comenta Carmen.
¿Su día a día? Muy atareado, según Florentino. Entre la fisioterapia y demás actividades, por la mañana solo le queda una hora de “recreo”, al igual que Carmen, que pasa las mañanas en clases de gimnasia y talleres de costura. Por las tardes, pasean por el parque de La Dehesa, próximo a la residencia, o por el jardín que hay dentro del complejo, sin duda, la actividad favorita de Florentino. “En el paseo de hoy he cogido nueces en los nogales que tenemos en el jardín”, cuenta.
La historia de Catalina (89) y José (89), en cambio, comenzó por iniciativa propia. Esta pareja llevaba varios meses en lista de espera para entrar en la residencia de La Solana, en La Baña (León). “En cuanto hubo plaza para los dos, vinimos y nos quedamos”, relata José.
Ellos han vivido en el pueblo toda la vida y tuvieron que irse hace unos años. Ahora han regresado a su localidad natal. “Desde hacía ya un tiempo la salud empezó a fallar en algunos aspectos y no queríamos que nuestros hijos dejaran sus vidas por nosotros. Además, como nos hemos criado en La Baña, la residencia es el mejor sitio donde podríamos estar”, cuenta José.
Ya llevan siete meses y, según cuentan, el día transcurre en la residencia entre paseos, charlas y recados en el pueblo. Tras 62 años casados, lo que más valoran de su nueva experiencia es, sin duda, la tranquilidad y la dedicación del personal. “Es justo lo que ahora mismo necesitamos”, concluye José.
Por su parte, lo que más destacan Mercedes (91) y Agapito (83) es la atención durante las 24 horas del día y el poder despreocuparse de las tareas domésticas. “Al final aquí tenemos todo a mano y estoy más tranquila sin tener que hacerme cargo de las labores de la casa”, confiesa Mercedes. Ellos todavía siguen descubriendo el día a día de la residencia; llegaron el 2 de septiembre y aún no han tenido tiempo de participar en gran parte de los talleres disponibles en el centro La Estrella pero, aunque dicen no separarse el uno del otro en todo el día, han ampliado ya su círculo con sus compañeros del comedor. En el caso de Agapito, apasionado de la lectura, ya ha encontrado “varios espacios dispuestos para la lectura en la residencia” en los que poder disfrutar de sus libros.
Llegar juntos, garantía de una mejor adaptación
La pandemia ha actuado como catalizador en este cambio de tendencia, ya que ha acentuado la soledad de muchos mayores en sus casas, incluso de los que viven en pareja, haciendo que se replanteen el estilo de vida que quieren llevar.
María Pol, directora de CleceVitam El Parque, donde ahora mismo hay 14 matrimonios viviendo, señala que “hay un claro cambio en la perspectiva. Ahora, la decisión de irse a vivir a una residencia es cada vez más premeditada y deseada por los propios mayores”. Pero hasta hace poco, la entrada en una residencia solía estar marcada por una situación de necesidad donde lo más común era separarse; entraba el cónyuge que necesitaba mayor atención, mientras que su pareja se quedaba en casa.
A pesar de esto, el periodo de separación no duraba mucho y el cónyuge que se había quedado en su domicilio acababa en la residencia con su marido o mujer. “Separarse después de llevar toda la vida juntos no es una opción. Al final, donde va uno va otro, así ha sido toda la vida y así seguirá siendo”, afirma María.
En este sentido, embarcarse en esta nueva etapa en pareja tiene múltiples beneficios. El principal, una mayor facilidad a la hora de adaptarse a su nuevo entorno, algo en lo que coinciden las directoras de las tres residencias entrevistadas. En esta línea, Sandra Menéndez, directora de la residencia La Estrella gestionada por Clece, asegura que “las personas que vienen juntas se integran mejor y es, sin duda, gracias al apoyo mutuo”, algo que Julieta González, directora de la residencia La Solana, reitera. “Simplemente el hecho de estar en la misma habitación influye; para ellos es como un hotel, tienen independencia para dar sus paseos, tienen la comida servida, la cama hecha, etc. El grado de aceptación es del 100%, se quedan porque quieren y porque están contentos”, relata.
Las facilidades a la hora de adaptarse, la atención médica y la prevención del deterioro, tanto físico como cognitivo, son factores determinantes a tener en cuenta según María Pol, que también resalta los beneficios económicos, destacando que “además de tener los gastos cubiertos, suele haber precios especiales para los matrimonios”.
En esta línea, hay varios alicientes, pero, para la directora de la residencia de CleceVitam, hay uno que es determinante y es el de poder tomar la decisión antes de que otros lo hagan por ellos. “Los mayores deberían poder decidir dónde quieren ir y cómo quieren pasar la vejez antes de que lo hagan otros. Hay que verlo como una nueva etapa de nuestra vida, que es lo que es, un nuevo ciclo para el que nadie nos prepara realmente, cuando en realidad deberíamos tenerlo todo pensado. Lo cierto es que no tendrías que preocuparte de nada más que de mantener tu estado físico y mental el mayor tiempo posible”, señala.
Dejar sus casas suele ser una de las principales reticencias que los matrimonios suelen tener a la hora de embarcarse en esta nueva fase, según comenta Julieta González. “Lo que más miedo les da es dejar su hogar atrás cuando realmente no es necesario. En este sentido, lo viven como un abandono cuando en realidad pueden mantener las dos opciones y simplemente probar”, algo que siempre sale bien, según ella, debido a que “al estar acompañados casi no existe ese periodo de adaptación; lo afrontan de forma conjunta”. Esta es una manera de continuar con su proyecto de vida pero, tal y como Sandra Menéndez lo plantea, “con todas las facilidades y sin preocupaciones”, y así poder disfrutarlo juntos.