Un artículo de Juan Carlos Mejía,
Content Manager en Matia Fundazioa
En estos días, Carlos San Juan, un médico jubilado de 78 años se ha erigido como portavoz mediático de buena parte de la población, y en especial de las personas mayores con poco o nulo recorrido en el uso de las nuevas tecnologías. En una campaña bautizada popularmente como #SoyViejoNoIdiota denuncia la falta de sensibilidad de las entidades financieras con sus clientes de edades más avanzadas.
Personas que nacieron en ese ya distante mundo sin pantallas, sin móviles, sin ordenadores, sin internet… Se ven obligadas a lidiar con unas herramientas y un entorno ajeno a su habitual estilo de vida, y en la mayoría de ocasiones, con escaso acompañamiento por parte de quienes las hacen pasar por el aro. Ese habitual, “señora, ya se lo he explicado. Si no sabe, pregúntele a sus nietos”. Oiga, igual no tengo nietos, ni hijos… Igual soy una persona mayor que vive sola y totalmente autónoma hasta ahora, que me encuentro que para disponer de mi dinero tengo que tirar de un familiar o de un amigo.
Acierta la periodista Marta del Amo al señalar en una columna publicada recientemente como la digitalización del sector bancario se ha convertido en una forma de maltrato hacia las personas mayores. Este tema no es nuevo, viene ya larvándose desde hace unos años. Si sale ahora a la palestra es por el grado de implantación y suplantación de lo presencial que ha adquirido en esta época pandémica.
El hartazgo y la sensación de indefensión es total. Y aviso a navegantes, esta exclusión social no incumbe únicamente a la población de mayor edad. Pese a su mayor cercanía al uso de la tecnología, generaciones más jóvenes nos vemos en ocasiones perdidas en esta loca espiral en la que solo se valora lo virtual .
Cabe señalar, para no caer en determinados estereotipos, la gran diversidad de aproximaciones a las tecnologías por parte de la población mayor. Tantas como personas, y es que ser mayor no significa tener menos destrezas tecnológicas. Es más, la tendencia que se aprecia en los estudios que van apareciendo sobre este tema, muestra cómo ese segmento de población se va incorporando paulatinamente a dicho ámbito, y si bien aún es raro encontrarnos con youtubers, gamers o influencers de edades avanzadas, en usos más comunes de las nuevas tecnologías (mensajería instantánea, acceso a internet,…) su presencia está cada día más cercana a la media.
No se trata de demonizar las tecnologías. No tendría sentido. Su introducción y universalización han mejorado claramente muchas facetas de nuestras vidas, y sin duda, han contribuido a que vivamos más años. La paradoja es que al mismo tiempo se aprecian como una barrera para una parte de esa nueva longevidad, de esas generaciones.
Al abordar este asunto me vienen a la cabeza dos palabras: respeto y adaptación. En relación a la primera, algo fundamental, no todas las personas quieren transitar al ámbito digital. También se deben respetar las capacidades de cada persona. A veces no es una cuestión de falta de interés, a veces es sencillamente que no pueden por la falta de accesibilidad y usabilidad de la propia tecnología.
Quizás ha llegado el momento de que entidades financieras y organizaciones públicas y privadas que gestionan servicios de todo tipo, asuman que muchos de sus usuarios desean, precisan y tienen derecho a continuar siendo atendidos como toda la vida, en persona, por personas.
Y en relación a la adaptación, se nos presenta el reto de desarrollar acciones adecuadas que faciliten el aprendizaje de la ciudadanía en la adquisición de destrezas en el uso de herramientas digitales. No se trata de enseñar lo básico. Encender el ordenador, crear una cuenta de correo, leer la prensa…
Hablamos de gestionar nuestras finanzas, casi siempre a través de Apps, poder coger una cita previa o realizar trámites con la administración, lo que muchas veces supone disponer de certificado electrónico (me entran sudores fríos al recordar lo que implica instalar correctamente el certificado y luego que no de problemas la firma digital…). Y me pregunto, ¿qué conocimientos deberíamos tener para manejarnos con la banca digital atendiendo a las crecientes amenazas de phising y estafas online? ¿qué herramientas tenemos?
Y no puedo dejar de pensar en el medio rural. ¿Cuántas personas mayores que viven en pueblos no tienen ordenador en sus casas? ¿Cuántas no tienen internet?. Ni qué decir de cómo afecta el cierre de sucursales en la vida de los pueblos… No solo a efectos de la economía local. ¿Para cuántas personas ese ratito con la cajera era una oportunidad única de relacionarse, de compartir, de salir de casa?
La digitalización sigue su propio ritmo, y no espera a nadie
Como parte de una sociedad longeva, no deberíamos dar por buena la exclusión social de todas estas personas. ¿Cómo actuar? Facilitando la generación de entornos y servicios amigables. O lo que es lo mismo, innovando no “para ellas” sino “con ellas”, ampliando servicios no eliminándolos, añadiendo oportunidades – en especial de comunicación-, no restando autonomía y opciones de participación.
Por eso, la propuesta de Carlos, apoyada por cientos de miles de personas, debería ser atendida. No sólo es necesaria y responde a los derechos y necesidades de miles personas, sino sobre todo porque construye lugares mejores para una buena vida.
No olvidemos: Digitales o no, continuamos siendo personas.