Un artículo del Colexio de Podólogos de Galicia (COPOGA)
Las enfermedades del pie aparecen con frecuencia entre la población de mayor edad, un hecho que se ha analizado en diferentes estudios, en los que se confirma el aumento de este tipo de patologías asociadas al pie geriátrico en personas mayores de 64 años y, especialmente, en las mujeres de este colectivo.
Una de las dolencias que más afecta a los adultos mayores son las caídas, que suponen para ellos un importante problema de salud, pues pueden traer asociadas diversas complicaciones, como alguna incapacidad, o incluso el fallecimiento de quien las sufre. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2016, uno de cada tres ancianos padece, al menos, una caída al año, convirtiéndose así en uno de los principales trastornos de este grupo social, y en la segunda causa mundial de muerte accidental o no intencional. En España, cerca de un 16,5% de la población anciana tiene alguna caída (Gama, Conesa & Ferreira; 2008).
Estas caídas son más habituales entre la población femenina, aunque el balance tiende a igualarse según se llega a edades más avanzadas. Unido a esto, las caídas son, en sí mismas, un factor de riesgo para padecer nuevas pérdidas de equilibrio, debido a sus efectos asociados.
Por otro lado, la evolución hacia la edad anciana provoca diferentes cambios en las estructuras que forman las áreas del pie y el tobillo, un proceso que, probablemente, modifica la forma de caminar de las personas mayores. Como consecuencia de lo anterior, la estructura y la función normal de los pies se alteran. Estas transformaciones afectan a la persona desde una perspectiva biomecánica, y podrían favorecer la aparición de dolencias podológicas, una patología que ya sufren entre el 71% y el 90,7% de las personas ancianas.
De igual modo, el envejecimiento también afecta a la piel de los pies. Entre otras alteraciones, la dermis pierde grosor en la zona de las almohadillas, así como flexibilidad en el conjunto del área plantar. Como resultado de todo ello, la piel se hace más frágil, pierde eficacia como barrera de protección para ciertas molestias, y se modifica la regulación de la temperatura.
Además, crece la predisposición a la aparición de fisuras e infecciones, así como al aumento del umbral del dolor, y se reduce la resistencia a traumatismos pequeños, lo que provocaría un posible proceso de cicatrización más lento e irregular. En cuanto a la zona ungueal, a la que pertenecen las uñas de los pies, éstas pueden endurecerse, resecarse y ser más endebles.
Todos estos elementos favorecen la tendencia a las caídas entre la población mayor, la predisposición al dolor crónico de huesos y articulaciones, y la funcionalidad del cuerpo se ve reducida. Además, estas alteraciones en el pie geriátrico suponen una pérdida de la calidad de vida de las personas y, ligado a ello, crece el nivel de dependencia de estos adultos mayores.
Teniendo en cuenta lo anterior, y sabiendo que los pies necesitan un cuidado específico, se recomienda a los ancianos una completa valoración podológica y, en caso de ser necesario, un tratamiento especializado y de calidad. No obstante, además de la revisión a cargo de un profesional de la podología, es necesario establecer una rutina de cuidados e higiene para proteger la piel de los pies y prevenir la aparición de, por ejemplo, úlceras por presión.
También es aconsejable elaborar un plan de ejercicios físicos, con el objetivo de fortalecer los músculos implicados en la acción de caminar, enriqueciéndola o evitando alteraciones en ella, y para mejorar el equilibrio y la postura corporal, previniendo así las caídas.
Bibliografía
Carrillo, E., y Gómez, S. (2016). El pie geriátrico y su relación con las caídas. NURE Investigación: Revista Científica de Enfermería, 14 (86).