Un artículo de Verónica Ruiz Martín, presidenta del Colegio de Podólogos de Canarias
“Una caída es un incidente que hace que una persona se precipite inadvertidamente contra el suelo u otro nivel inferior”. Esta es la definición oficial de la Organización Mundial de la Salud del aspecto que vamos a tratar en este artículo.
Las caídas en la población mayor suponen uno de los principales síndromes geriátricos y un importante problema de salud. A su vez, los problemas en los pies son una de las causas más habituales de las caídas en los ancianos.
La tasa de fallecimiento por caídas se incrementa con la edad y supera en España el 13,5% de los fallecimientos: es la principal causa de mortalidad accidental en mayores de 65 años y la quinta causa de muerte en mayores, según el estudio El pie geriátrico y su relación con las caídas, de Esmeralda Carrillo Prieto y Sara Gómez Suárez. Su objetivo era determinar el riesgo de caídas en mayores con patologías podológicas y se realizó durante un año en residencias de ancianos de Toledo.
Existen varios factores que incrementan la mortalidad debida a la caída, como la pluripatología, la polimedicación, el deterioro cognitivo, el sexo femenino y la edad muy avanzada.
El envejecimiento genera cambios en las diferentes estructuras del complejo pie-tobillo y modifica la marcha de la persona anciana. Se producen cambios biomecánicos, dérmicos y vasculares. Entre las medidas para la prevención de las caídas, “debería incluirse la valoración del estado del pie del anciano y su tratamiento podológico”, destacan estas dos enfermeras en su artículo científico.
Según los factores de riesgo individuales, los profesionales de la podología tienen un papel importante en la reducción del riesgo de caídas, mediante el cuidado de la salud del pie, la rehabilitación y la educación sobre movilidad y promoción de la salud. Un podólogo puede realizar evaluaciones podológicas rutinarias, educar a pacientes, asesorarles sobre el calzado y realizar plantillas a medida (órtesis) para mejorar el equilibrio.
Las caídas suponen uno de los problemas geriátricos más importantes, ya que ponen en riesgo su salud y provocan lesiones, incapacidad o, incluso, peores consecuencias.
La razón de las caídas depende de varios factores que, sumados incrementan el riesgo, como la polimedicación, ciertas patologías, la disminución de la función física a estar afectado su sistema musculo-esquelético, factores ambientales y otros síndromes geriátricos.
Las patologías más frecuentes en la tercera edad son los juanetes, los dedos en garra y el aplanamiento del pie. Por ello, es esencial acudir a un profesional de la podología para que diagnostique anomalías y deformidades en el pie que pueden dificultar la deambulación y provocar caídas.
La mayoría de caídas no tienen consecuencias o son leves, pero también pueden tener consecuencias importantes como las fracturas. Se calcula que cerca de un 5% de las caídas causan lesiones graves, cuyas consecuencias son la discapacidad temporal o permanente, el aumento de la estancia hospitalaria, la complicación del tratamiento y consecuencias psicosociales, como el síndrome post-caída (miedo a volver a caer, que produce una disminución de la actividad y la movilidad).
El riesgo de caer y hacerlo más veces aumenta con la edad. Además, las caídas son más frecuentes en las mujeres, aunque conforme avanzan los años, la tendencia es a igualarse. Dos de cada tres personas ancianas que se caen sufrirán una nueva caída en los siguientes seis meses. Es decir, la caída es un factor de riesgo de sufrir nuevas caídas, según recogen Curcio, Gómez, Osorio y Rosso en su estudio Caídas recurrentes en ancianos.
¿Cómo envejecen nuestros pies?
En las personas mayores se produce el deterioro progresivo del sistema osteoarticular que da lugar a una disminución de la flexión dorsal de tobillo y de la movilidad de las articulaciones. Estas alteraciones provocan modificaciones estructurales, lo que provocar un aumento de la predisposición a las caídas y sus complicaciones, una tendencia creciente al dolor crónico y una limitación en la funcionalidad, que aumenta los niveles de dependencia.
A nivel dérmico, se produce una pérdida del grosor de la almohadilla plantar y de la flexibilidad por disminución del colágeno y desaparición de la elastina. El envejecimiento cutáneo se traduce en una mayor fragilidad y una menor resistencia a los pequeños traumatismos. Las uñas se vuelven secas y quebradizas.
Por estos motivos, la función normal del pie se ve alterada. Esto puede favorecer o desencadenar afecciones podológicas y generar una disminución de la capacidad de deambulación. Por tanto, disminuye la calidad de vida en la población de adultos mayores. Estas patologías podológicas pueden ser biomecánicas (dedo en martillo, dedo en garra, juanetes, metatarsalgias, pie pronado o supinado, pie plano…), dermatológicas (callosidades, eccemas, grietas, hongos, verrugas plantares, uñas incarnadas…) o vasculares.
Diversos estudios muestran un aumento de afecciones podológicas en las personas mayores de 64 años y entre el género femenino. La prevalencia de patologías podológicas oscila entre el 70% y el 90%. Entre las afecciones más prevalentes se encuentran las alteraciones en las uñas, callosidades, alteraciones de los dedos menores hongos, fisuras y grietas o maceración entre los dedos.
Medidas preventivas en el cuidado de los pies
Entre las medidas preventivas hay que incluir la evaluación del estado del pie de la persona anciana, aunque no existan quejas, y su tratamiento podológico. Es una medida barata y sencilla.
Los pies requieren una atención especial como elementos insustituibles para la marcha y el equilibrio, por lo que es necesario una minuciosa evaluación integral podológica y un plan de ejercicios programados para miembros inferiores, trabajar los músculos involucrados en la marcha para evitar su deterioro, mejorar el equilibrio estático y dinámico, la postura corporal, prevenir las caídas y mejorar la calidad de vida de adultos mayores.
Posteriormente, hay que adoptar las medidas preventivas necesarias: higiene, protección de la piel, prevención de las úlceras por presión debidas al calzado y cuidados podológicos.
Por eso es importante, por ejemplo, cortar adecuadamente las uñas que, con la edad, pueden aumentar de grosor y causar molestias al caminar y, por tanto, caídas: eliminar las durezas y callos; y, si existen prominencias óseas y deformidades de los pies, deben protegerse con el uso de ortésis de silicona o con plantillas a medida, para evitar el dolor causado por el movimiento que puede alterar la marcha, incrementar la inestabilidad y provocar caídas. La utilización de plantillas en las personas mayores puede proporcionar una marcha más estable y confortable, sin malestar.
Las personas mayores deben calzar zapatos que sujeten bien el pie, con cordones o velcro, con suelas antideslizantes y confeccionados con materiales que permitan las transpiración natural. Deben evitar el calzado con suela desgastada, el tacón alto, y llevar las zapatillas sueltas o en chancleta. Como es muy frecuente, y más en estas etapas de la vida, que los pies se hinchen a lo largo el día y el calzado apriete, es aconsejable el uso de zapatos confeccionados con materiales especiales, lycras y espumas que cedan y se adapten al pie.
Por lo que se refiere a las medias y calcetines, se recomienda que sean de algodón o materiales que favorezcan la transpiración y reduzcan la sudoración. Es importante que las personas mayores no utilicen calcetines o medias con remiendos o costuras, ni calcetines con elástico superior que oprima, ya que, al dificultar la circulación, pueden provocar edemas periféricos.
Pese a la evaluación del profesional de la podología y las restantes medidas preventivas mencionadas, en algunos casos son necesarias medidas más invasivas, incluso quirúrgicas, pero se debe evaluar la relación entre riesgo/beneficio.
Es importante lograr la máxima funcionalidad del pie y el mayor nivel de actividad independiente. Es necesario ayudar a la persona anciana a tener una buena deambulación, involucrándola en el cuidado de sus pies, pues muchas de sus dolencias se pueden volver crónicas y requerir una atención periódica del profesional de la podología. Si no son tratadas, pueden causar un deterioro progresivo producir pérdida de marcha normal, inestabilidad, caídas y crear cargas físicas, psicológicas, familiares, sociales y económicas.