Se estima que el 30% de las personas mayores de 65 años se caen, cifra que aumenta progresivamente hasta llegar al 50% a partir de los 80 años, siendo todavía mayor el número de caídas en ancianos institucionalizados, tal y como se expuso en la XVI Cátedra ORPEA celebrada bajo el lema «Caídas en residencia, prevención y planes de atención».
Con el envejecimiento se producen ciertos cambios y trastornos que afectan a las funciones necesarias para mantener el equilibrio, lo que, unido a un estado más débil del sistema musculoesquelético, puede aumentar el riesgo de caída en las personas mayores. Y es que, tal y como señaló en la XVI Cátedra ORPEA la doctora Victoria Pérez, directora Sanitaria de ORPEA Ibérica, «son pacientes más dependientes y frágiles».
La mayoría de las caídas no tienen consecuencias importantes, probablemente debido a que, en muchas ocasiones, son por pérdidas del equilibrio o por la dificultad de movimiento, pero «del 20 al 30% de los ancianos que caen, sufren lesiones que pueden tener repercusiones funcionales relevantes y provocar discapacidades», advierte la doctora, que hace hincapié en la prevención, pero también en la reducción de los daños, ya sean leves o graves, y en evitar las consecuencias principales de las mismas, como son la inmovilidad y el síndrome poscaída.
En este sentido, la doctora Montserrat Lázaro, de la Unidad de Caídas del Servicio de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos (HCSC) de Madrid, recalca que «la inmovilidad como consecuencia de una caída puede provocar otros problemas médicos, como contracturas o úlceras por presión. También, el miedo a caer de nuevo y la pérdida de confianza pueden producir deterioro funcional, al disminuir su actividad habitual. A su vez, este cambio de hábitos puede repercutir de manera directa en la socialización de la persona, favoreciendo el aislamiento social«.
Las caídas, incluso las de menor gravedad, pueden afectar a la calidad de vida y al bienestar de las personas mayores. Por tanto, los expertos reunidos en la XVI Cátedra ORPEA advirtieron que es imprescindible el abordaje de todos los factores de riesgo implicados (intrínsecos y extrínsecos), establecer estrategias de prevención, realizar un pronóstico individualizado e intervenir de forma multidisciplinar en su tratamiento.
El primer paso en los planes de atención a las caídas en las residencias es la valoración con el objetivo de identificar el mayor número posible de factores de riesgo. La evaluación multifactorial del anciano con caídas debe abarcar elementos como el contexto (número de caídas, sus circunstancias y consecuencias tanto físicas como psicológicas); historia farmacológica de la persona; patologías y síndromes geriátricos asociados (incontinencia urinaria, malnutrición…); estado nutricional, fragilidad y sarcopenia; estado funcional, en relación a las actividades básicas de la vida diaria; equilibrio; agudez visual y auditiva; calzado utilizado y ayudas técnicas y accesibilidad y seguridad del entorno, destaca la doctora Lázaro.
En este sentido, los centros ORPEA cuentan con un plan de atención a las caídas que incorpora una valoración geriátrica integral del residente con evaluaciones físicas, cognitivas, biomédicas, funcionales, en la que se tienen en cuenta los parámetros y aspectos que pueden tener que ver con la predisposición a las caídas. Y también examinan exhaustivamente los factores de riesgo ambientales. Esta evaluación multifactorial del riesgo de caídas debe estar seguida de «intervenciones directas adaptadas a los factores de riesgo identificados, así como de un programa de ejercicios adecuado», incide la especialista del Servicio de Geriatría de Hospital Clínico San Carlos.
Otra herramienta fundamental en la prevención de las caídas, su tratamiento y seguimiento de la evolución del paciente es la implicación del equipo multidisciplinar. Arturo Sevillano, terapeuta ocupacional del Servicio de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos, señaló en su intervención que «al contar con una perspectiva en conjunto más amplia, se cuenta también con una mayor capacidad resolutiva a la hora de cumplir unos objetivos específicos».
Los resultados de la intervención del equipo multidisciplinar se reflejan en «un acortamiento del tiempo para lograr los objetivos planteados en un principio, y en alcanzar esa independencia y autonomía que el paciente necesita para la mejora de la calidad de vida». Pero, para ello, «la intervención en los pacientes requiere de todos los profesionales, una línea común a seguir y, sobre todo, una buena comunicación entre los mismos», afirma el terapeuta ocupacional.