Un artículo de Virginia Jiménez Moreno,
Psicóloga del COP La Rioja, experta en envejecimiento
En el informe «Perspectivas de la población mundial 2019» nos dice que; en el año 2050, una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años (16%), así mismo nos dice que en ese mismo año, una de cada cuatro personas que viven en Europa y América del Norte podría tener 65 años o más. La cifra es verdaderamente alta y nos tiene que hacer ver las implicaciones que esto va a tener en las economías a nivel mundial.
Bien es cierto que ya hay puestas en marcha iniciativas en las que se tiene en cuenta a las personas mayores, no solo como personas que consumen recursos, si no que cada vez mas se mira a estas personas como un posible motor de las diferentes economías.
En un artículo del Independiente del 6 de febrero de este año nos dicen que las personas mayores de 60 años son poseedores de 500.000 millones de euros en depósitos bancarios. Por su parte, El Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE), busca analizar el impacto socioeconómico de las personas mayores, mediante un estudio que realiza Oxford Economics, en colaboración con la universidad de Salamanca, así como el importante valor de lo que han dado en llamar la economía de la longevidad en España.
Iniciativas como esta y otras muchas, como las ciudades amigables con las personas mayores de la OMS, el cuidado centrado en la persona, nos hacen ver que las personas mayores de 65 años, a las que, hasta ahora solamente considerábamos como consumidores de recursos, pueden ser también un importante núcleo de estimulación económica y de recurso social.
Pero no debemos centrarnos solo en el estereotipo de personas que una vez que se jubilan pasan a hacer viajes y poco más. Por el contrario, debemos luchar contra ese edadismo que tan claro ha dejado esta pandemia que existe, que esta instaurado en nuestro inconsciente colectivo y nos hace tomar decisiones por ellos.
Si algo es importante que veamos es que seguimos viendo a las personas mayores como frágiles y a las que hay que proteger, y lo peor de ello, es que además lo hacemos sin tener en cuenta su opinión y poder de decisión sobre su propia vida.
Cuando uno llega a los 65 años no recibe de repente un montón de patologías que se asocian a la edad y mucho menos dejan de ser personas útiles para la sociedad, porque no realicen tareas remuneradas. Todo lo contrario, esta pandemia nos ha demostrado que son eje principal y soporte de las familias, porque sin ellos, muchas familias lo pasarían aún peor de lo que ya lo hacen. Ayudan no sólo económicamente de manera directa, sino también cuidando de los nietos (cuando se tienen), así como de otros miembros de la familia que se encuentran en situación de dependencia, de manera gratuita y altruista.
Cada vez más, vemos a las personas mayores apuntarse a diferentes asociaciones y entidades donde pueden seguir aprendiendo y aportando a esta sociedad, bien siendo voluntarios acompañando a personas que lo necesitan, o bien enseñando a otros, conocimientos en los que ellos son expertos. Algunos de ellos siguen estudiando y formándose, escribiendo, fotografiando, e incluso montando negocios que antes no pudieron, siendo youtubers o tik tokers; trabajos por lo que siguen aportando a la economía.
Ese es el camino que debemos seguir para de verdad llevar a cabo un envejecimiento saludable y feliz. Porque si yo sigo pensando que cuando me jubile voy a dejar de ser útil y un miembro de esta sociedad sin derecho a voto u opinión a cómo yo deseo envejecer, no voy a querer envejecer; y cuando lo haga, me voy a sentir mal por verme reflejado en esos estereotipos y expectativas que tiene la sociedad sobre mi.
Se están haciendo muchas cosas y los distintos profesionales que trabajamos con las personas mayores y ellos mismo, estamos luchando por ese cambio. Pero todavía nos queda mucho camino por recorrer. Si verdaderamente queremos un envejecimiento saludable y activo, nos lo tenemos que creer. De manera que nos será más sencillo evitar la aparición de enfermedades asociadas, no solo físicas, si no también psicológicas y sociales.
Evitaremos o paliaremos los efectos de la depresión, ansiedad y soledad no deseada. Múltiples estudios nos indican que estando activos y creyéndonos que todavía podemos hacer cosas, emprender, estudiar, viajar, disfrutar; vivimos más años y además con menos patologías asociadas.
Según ha indicado la profesora de Salud Pública y Psicología, Becca Levy, “los pensamientos positivos reducen el riesgo de uno de los principales factores genéticos de la demencia”. Pero para tener esos pensamientos positivos, debemos trabajar esa visión del envejecimiento que tenemos, si lo vemos como algo negativo e incapacitante, no vamos a querer envejecer, vamos a tener miedo y cuando lleguemos a la edad de 65 años nos angustiaremos por la idea de en qué momento vamos a desarrollar una enfermedad y dependencia; lo que a su vez nos va a limitar a la hora de llevar una vida activa y saludable, porque como esperamos lo inevitable, para qué nos vamos a molestar, desarrollando así un indefensión aprendida.
Esas anticipaciones de lo negativo, de lo que no queremos, es lo que nos hace desgastarnos emocionalmente, no solo cuando suceden, (si es que llegan a suceder), sino mucho tiempo antes, por lo que sufrimos emocionalmente más de lo necesario.
Por todo esto es necesario que continuemos por ese camino del envejecimiento saludable y activo, pero aun debemos luchar contra esa visión negativa que tenemos del envejecimiento, no solo para que las personas mayores lo vean, sino para que toda la sociedad lo creamos y actuemos en consecuencia, otorgando a los mayores el reconocimiento de gran activo social, económico, de apoyo emocional y gran fuente de conocimiento.
Lo esperable es que la mayor parte de nosotros lleguemos al menos a los 85 años. Hagamos que ese proceso sea satisfactorio y que cuando lleguemos lo veamos como una oportunidad para hacer cosas que antes no se pudieron; ya que es algo que a día de hoy es inevitable para todos.