Un artículo de Paloma Fernández Moreno,
enfermera Especialista Salud Mental y supervisora en Residencia Atención Personas Mayores del Complejo Asistencial Benito Menni de Hermanas Hospitalarias Madrid en Ciempozuelos.
Hablar de la pandemia puede parecer aburrido, un tema del pasado, pero sigue estando presente y formará parte de la Historia. Si embargo, me surge la necesidad de escribir estas palabras en reconocimiento a la Profesión Enfermera, a los residentes psicogeriátricos en general, y a los del centro de Hermanas Hospitalarias donde trabajo en particular.
Como sabemos, son muchas las medidas que se han tenido que adoptar durante la pandemia de la Covid19 para evitar o reducir los problemas ocasionados por esta situación. Cuando estas actuaciones se han dirigido a la población en general, muchos han sido los mensajes que han valorado o analizado su impacto en la sociedad.
En el caso de las personas mayores, ese impacto ha sido más negativo (soledad, inmovilidad, miedo…). Si, además, a estos efectos le sumamos la enfermedad mental, todo apuntaba a pensar que las intervenciones por descompensaciones psicopatológicas se iban a multiplicar.
Nos solemos centrar en el impacto negativo, que desgraciadamente, es tan elevado como difícil de cuantificar, pero siempre quedan lecturas positivas de las situaciones, que en esta ocasión no quería dejar pasar ni olvidar, aprovechando esta oportunidad para compartir con todos los lectores, algunas reflexiones que me han surgido como Enfermera Especialista en Salud Mental, con más de 27 años de experiencia en el cuidado de pacientes/residentes con patología mental en una residencia psicogeriátrica.
En nuestro día a día en el centro, hemos apostado por ofrecer información a nuestros residentes sobre cómo evolucionaba el virus, así como del riesgo al que estábamos expuestos; bien por los medios de comunicación, mediante la información que les daban sus familiares/ amigos, o la aportada por los propios profesionales. En todo caso, ha sido una información que se ha tenido que ir adaptando a las medidas implantadas por los protocolos externos e internos, generando cambios constantes.
Durante este tiempo, nuestros residentes se han visto expuestos a aislamientos; cambios de ubicación generados por la reubicación de zonas (que implicaban traslados de habitación o de lugar en el comedor); suspensión de visitas y salidas, así como la entrada de personal ajeno al centro, no autorizado; cambio de profesionales de referencia -bien por bajas o reubicación de los mismos-; utilizar distancias de seguridad entre residentes, y como consecuencia, disminución del contacto personal; uso, siempre que era posible de mascarillas; dificultad en el reconocimiento de profesionales por el uso de mascarillas, etc.
Todas estas medidas iban a tener unas consecuencias entre los residentes fáciles de anticipar. Y precisamente, por el hecho de aplicarlas, preveíamos un aumento de alteraciones conductuales, que a su vez iban a requerir más ajustes farmacológicos e intervenciones por parte de Enfermería con el objetivo de alcanzar la estabilidad psicopatológica.
Sorprendentemente, nada de esto ocurrió. Los residentes colaboraron, dentro de sus posibilidades, en todas las indicaciones que les dábamos. No se observó un aumento de intervenciones por residente superior a las previas a la aparición de la pandemia. Se multiplicaron los cuidados somáticos, pero hubo poca variación en los cuidados específicos por alteración conductual.
Una vez más, el estigma sobre la enfermedad mental nos predispone a anticipar efectos negativos, y es por ello que siento la necesidad de hablar, desde mi experiencia como enfermera, de la sorprendente respuesta positiva, e incluso ejemplar, de nuestros mayores. Este es el motivo principal en el que se basa mi reflexión.
No podemos olvidar que la residencia es su casa, llevan años luchando con la enfermedad mental, y ahora se suman los problemas derivados de la edad y de la pandemia.
Han tenido que permanecer día tras día en el interior del centro, sin posibilidad de salir, sin relacionarse directamente con el exterior, excepto con los profesionales. Ha sido necesario reforzar el contacto con el exterior a través de videollamadas, llamadas… Y probablemente este ha sido uno de los elementos fundamentales en su respuesta, el trato, cuidado e intervenciones de los equipos de referencia.
En Hermanas Hospitalarias aspiramos a responder, de manera creativa, a los retos que nos plantea la sociedad, prestando una atención integral y especializada, adaptada a la realidad de cada momento y circunstancia individual, para lo que desarrollamos un Modelo Asistencial Centrado en la Persona.
Trabajar en una residencia psicogeriátrica requiere tener conocimientos para los cuidados propios del mayor, y específicos de salud mental. Pero, además, las enfermeras y enfermeros tenemos que incorporar, de manera fundamental, ese modelo asistencial, que incluye acompañar al residente, valorar sus necesidades de manera individualizada, escuchar sus preocupaciones, resolver todos sus problemas -siempre que estuviese a nuestro alcance- aclarar sus dudas, acompañarlos en todos sus miedos, y en muchas ocasiones, sustituir a sus familias para que no se sintiesen solos.
Esta ha sido mi manera de dar visibilidad a los más frágiles, aquellos a los que queríamos proteger, y a los que, en la mayoría de las ocasiones solo se les mencionaba asociados a sucesos traumáticos e impactantes. Pero nada que ver con la realidad, nos han dado una lección de vida y de humanidad. Gracias a todos los residentes por haber sido personas ejemplares.